Jóvenes con ecoansiedad

Jóvenes con ecoansiedad

Jóvenes con ecoansiedad

Millones de personas viven angustiadas por la degradación del planeta y cada vez más expertos reclaman que se les preste atención.

A finales de septiembre, un grupo de adolescentes portugueses logró un hito judicial histórico: presentaron ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) una demanda en la que alegan que los países están incumpliendo sus obligaciones en materia de derechos humanos al no hacer lo suficiente para protegerlos del cambio climático. Si su demanda prospera, todos los países de Europa, incluido Rusia, podrían ser legalmente obligados a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero. La demanda llamó la atención internacional por dos razones: la llegada de la lucha contra el cambio climático a los salones de justicia y, sobre todo, porque los impulsores de la demanda son adolescentes.

Millones de jóvenes en los países desarrollados viven una crisis emocional a cuenta de la degradación del planeta. El fenómeno es conocido como “ecoansiedad” y es mucho más serio de lo que parece. Si bien no está catalogado como trastorno mental, los expertos afirman que el sentimiento de abatimiento provocado por la creciente cascada de imágenes de pesimismo planetario (olas de calor y aumento de temperaturas, sequía, incendios, deshielo, pérdida de biodiversidad) está cada vez más extendido. Es decir, la amenaza para la humanidad no es sólo física, sino también psicológica. La inseguridad, el peligro, el caos y la inestabilidad del sistema provocados por el cambio climático tienen efectos psicológicos a corto y largo plazo y se ceba con quienes más lo van a sufrir, que son los jóvenes.

La activista sueca Greta Thunberg es el símbolo de la ecoansiedad y la pionera en alertar de la congoja emocional de los jóvenes hace un lustro. «Quiero que entren en pánico. Quiero que sientan el miedo que yo siento todos los días. Quiero que reaccionen como si nuestra casa estuviera en llamas, porque lo está», dijo Thunberg, de 16 años, a los líderes mundiales presentes en una conferencia de Naciones Unidas en 2019. El grito de los jóvenes está calando en las altas instancias. Este pasado julio, el secretario general de la ONU,  António Guterres, advirtió de que “la era del calentamiento global ha terminado; ha llegado la era de la ebullición global”.

No hay datos acerca de la cantidad de población que sufre ansiedad, pero los expertos afirman que a medida que los problemas relacionados con el clima crezcan, también aumentará el número de personas afectadas. Entre los síntomas se encuentran cuadros ligeros de ansiedad, estrés, alteraciones del sueño, nerviosismo e incluso depresión. Entre este último grupo, es bastante común que las personas expresen un fuerte sentimiento de culpa por la situación del planeta, que puede agravarse, en el caso de tener hijos, al pensar en su futuro.

Según un informe del año 2021 publicado en la revista científica The Lancet, basado en una encuesta sobre 10.000 personas de entre 16 y 25 años de diez países distintos, un 59% está muy o extremadamente preocupado ante el cambio climático, mientras un 50% siente tristeza, ansiedad, enfado, culpa, impotencia y/o indefensión. El 45% admite abiertamente que la ansiedad afecta negativamente a su vida diaria.

Son datos contundentes a los que España no es ajena. Una investigación del año 2022 liderada por la Universidad de Nottingham llevada a cabo en 32 países encontró que nuestro país presentaba el nivel más alto de preocupación acerca del cambio climático: aproximadamente un 78% de los españoles encuestados manifestaron sentir un fuerte impacto emocional. El informe El futuro es clima, presentado ante el Congreso de los Diputados en el otoño de 2022, llegó a conclusiones similares: un 97% de los 9.000 jóvenes españoles encuestados se mostraba preocupado por la emergencia climática, y un 82% reconocía haber sufrido ecoansiedad alguna vez en su vida, un 25% de los cuales la sentía de forma frecuente.

Recogiendo el guante de estas cifras alarmantes, los autores del informe de The Lancet hicieron un llamado a la acción en sus conclusiones: «Reconociendo que las emociones son a menudo lo que lleva a la gente a actuar, es posible que los sentimientos de ansiedad y dolor ecológicos, aunque incómodos, sean de hecho el crisol por el que la humanidad debe pasar para aprovechar la energía y la convicción necesarias para los cambios que ahora se requieren para salvar vidas”.

En la punta de lanza de este movimiento se encuentra Britt Wray, investigadora de la Universidad de Stanford (Estados Unidos). Wray centra su campo de trabajo en el impacto mental de la crisis climática, y es autora del ensayo Generation Dread (2023, versión solo en inglés). En una ponencia en el Foro Económico Mundial en Davos este año, Wray reclamó acción a los líderes mundiales para evitar no solo la catástrofe medioambiental, sino también de salud mental. “Los efectos psicológicos de las catástrofes superan en 40:1 a los efectos físicos”, subrayó Wray, equiparando la ecoansiedad al síndrome de estrés postraumático generado por una catástrofe. Esa angustia, dijo la investigadora en Davos, “también puede aprovecharse para una acción climática valiente y unos lazos comunitarios más fuertes que pueden mejorar nuestro bienestar, si somos conscientes de cómo aprovecharla”.

Afirma Enric Soler, psicólogo y profesor asociado de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), que el cambio climático “ya no es un constructo abstracto, sino algo que forma parte de nuestro día a día. La negación y la procrastinación extremas que hemos ejercido históricamente en este asunto hacen que lo percibamos como algo a lo que hemos llegado tarde. Sentir que ya vamos con retraso incrementa la ansiedad”. Y señala Soler que puede tener un efecto negativo sobre las ya alarmantemente bajas tasas de natalidad. El problema, tal como señalan los jóvenes portugueses que han acudido al TDEH o la misma Greta Thunberg, es que son víctimas de la negligencia de las generaciones anteriores, y que cuando ellos tengan poder de decisión tal vez sea demasiado tarde. O tal como lo expone Soler, “no pueden renunciar a su herencia porque no tienen un mundo alternativo en el que desarrollarse y perpetuarse»

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