Entender la soledad

Entender la soledad

Entender la soledad

Desde el primer tercio del siglo XX, la soledad se considera una de las aflicciones características de la vida urbana. La rápida migración desde las zonas rurales a las ciudades, que en España experimentó una explosión entre los años 50 y 60, alumbró un fenómeno hasta entonces residual: estar solo entre miles de personas. Hoy el 80% de la población española vive en áreas urbanas, y la soledad, entendida en un sentido literal, reina en la sociedad. Para una buena parte de quienes la experimentan, la soledad es un trauma emocional que atenaza sus rutinas y acelera su deterioro vital. Pero para otros la soledad es una elección voluntaria que les provee de libertad, autonomía y bienestar. Pues como bien es sabido, no es lo mismo estar solo que sentirse solo, ni soledad es sinónimo de aislamiento. Sí es, en cualquier caso, un hecho definitorio de este siglo.

En los últimos años se han publicado multitud de aproximaciones académicas y científicas a las causas y efectos de la soledad. Ya no se trata tan sólo de una plaga que asola a la tercera edad; también causa estragos en la parte baja de la pirámide, la de los jóvenes. Por eso la soledad se identifica con frecuencia como un grave problema de salud pública, incluso una epidemia, pues es un hecho transversal. Y si bien en los casos extremos (la soledad no deseada) las soluciones son complejas, en los casos moderados, como el hecho de pasar algunas partes de nuestra vida diaria solos, los expertos recomiendan aprender a gestionar las sensaciones que nos genera.

En su ensayo Solitude (2024, edición en inglés), las psicólogas Netta Weinstein y Thuy-vy Nguyen tratan de esclarecer cómo fecta realmente la soledad a la psique humana. Y llegan a la conclusión, basada en estudios de laboratorio y entrevistas, de que el aislamiento es sin duda indeseable, pero que la soledad en dosis moderadas es placentera e incluso necesaria. Y que no deberíamos rehuir la soledad por el solo hecho del estigma social que todavía produce. En eso reside la clave, insisten las autoras, en saber identificar si la soledad es efectiva o forzosa. Si es forzosa, como en el caso de los ancianos sin lazos sociales o el de los jóvenes enclaustrados, la soledad suele ser desdichada. En cambio, la soledad optativa, sobre todo si ocurre en la naturaleza, ofrece un espacio de reflexión e incluso de experiencias profundas.

“Nuestro imaginario y nuestro lenguaje están preparados para hacernos temer y desconfiar de la soledad. Se supone que estar solo duele y que nunca es algo deseable. Pero esa confusión entre soledad y aislamiento está distorsionando la experiencia de estar a solas con nosotros mismos”, afirman Weinstein y Nguyen. Y subrayan: “Según nuestras investigaciones, las mentes curiosas adoran la soledad: es un campo de juego para pensamientos abiertos y creativos. En nuestro deseo de no sentirnos nunca solos, podemos olvidar que podemos ser nuestra propia (gran) compañía”.

Hay quien va un paso más allá y alerta de la soledad autoimpuesta, la que nos invita a recluirnos en nuestro caparazón abrumados por los peligros e incertezas del mundo exterior. Es la tesis del filósofo francés Pascal Bruckner en su ensayo La sacralidad de las pantuflas (2022), en el que desarrolla lo que él llama “el gran repliegue”.  Vivimos en una sociedad en la que la mayoría de las tareas pueden realizarse sin salir de casa, y Bruckner sostiene que debemos reaprender el arte de la intimidad, que no es precisamente estar todo el día encerrados en nuestro mundo. “La ‘soledad interactiva’ que permite la tecnología no puede sustituir al ‘gran teatro del mundo’, dice el filósofo francés. “¿Hemos amado lo suficiente, dado lo suficiente, prodigado lo suficiente, abrazado lo suficiente?”, se pregunta Buckner. Si la respuesta es “no”, entonces debemos salir de nuestro capullo de seguridad y redescubrir nuestra humanidad.

“En ese ensayo relaciono la caverna de Platón con la celda del monje y con la habitación de cada uno. Eso sí, tenemos las redes sociales, así que podemos estar abiertos al mundo entero…, pero desde la habitación. Vivimos en un mundo que es la caverna de Platón más Netflix”, dijo Bruckner en una entrevista en El País. En otra entrevista, elabora algo más su provocadora andanada: “Desde nuestro sofá podemos disfrutar a distancia de los placeres que antes ofrecían el cine, el teatro y el café. Todo, desde la comida al amor, pasando por el arte, puede llegar a la puerta de casa. El confinamiento obligatorio, la pesadilla de los años de la pandemia, parece haber sido sustituido por el autoconfinamiento voluntario. Huyendo de las ciudades, trabajando a distancia, renunciando a los viajes y al turismo, corremos el riesgo de convertirnos en criaturas recluidas que se acobardan al menor temblor”.

Otras aproximaciones desde el lado científico coinciden con Bruckner sin esa retórica de la provocación. Es el caso de Sam Carr, director del Proyecto sobre la Soledad de la Universidad de Bath (Reino Unido): “Parece que nos encontramos en un momento cultural en el que no queremos enfrentarnos a las partes difíciles de la vida, o tenemos miedo de sentirlas. La soledad, la depresión, el miedo… todos ellos pueden patologizarse con bastante facilidad. Creo que deberíamos aceptar mejor los lados más oscuros del ser humano, porque la mayoría de ellos tienen algo que ofrecer”, afirma en su ensayo Toda la gente solitaria (2024, edición en inglés).

Carr no es ajeno a los estragos de la epidemia de soledad, y avisa de que sin intervención pública puede seguir empeorando rápidamente. La forma de abordarla debe partir de la empatía y la honestidad. “Compartir nuestras experiencias de soledad es una de las cosas más conectivas que podemos hacer”, dice Carr. “Todos llevamos la soledad dentro, aunque muchas personas se avergüenzan de ello, como si fuera patológico. Negarlo, creo, es un error. Contar tu historia de soledad es casi la antítesis de sentirse solo. Descubrí que, para muchas personas, compartir su experiencia de soledad era uno de los únicos tratamientos para ella”.

Según datos del Observatorio Estatal de la Soledad No Deseada (SoledadES) de 2023, más del 13% de los españoles experimenta soledad no deseada. Entre los jóvenes, la cifra asciende al 22%. Dedicar recursos para atender a esa población y a su vez saber canalizar nuestros estados de soledad es una tarea social urgente

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