El turismo y la felicidad

Los habitantes de las Islas Canarias han estallado contra el modelo de turismo de masas que expulsa a la población local y sobreexplota los recursos naturales. En resumen, los canarios no son felices a pesar de basar su tejido económico y laboral en hacer felices a las millones de personas que les vistan cada año. Lo han demostrado en sonadas protestas callejeras días atrás. Es la paradoja de los grandes destinos turísticos, principalmente los de sol y playa: son lugares vibrantes, paradisíacos en muchos casos, pero presentan las tasas más elevadas de infelicidad y de falta de oportunidades.

Dos elementos son claves para comprender esta aparente contradicción. La calidad del empleo, que en el sector servicios suele ser precario, mal pagado y estacional, y en segundo lugar el desarraigo, puesto que los grandes destinos vacacionales son territorios de aluvión, adonde cientos de miles de personas se desplazan en busca de una oportunidad, sin lazos familiares o sociales que les aporten estabilidad. Dedicar 12 horas al día a prestar servicios a turistas que por lo general tienen una mayor renta y unas mejores condiciones de vida tampoco ayuda a mantener una visión optimista de la vida.

Ya en 2019, en el momento más álgido en la historia del turismo en España antes de que irrumpiera la pandemia, el Instituto Nacional de Estadística (INE) advertía sobre la situación social límite que viven los principales destinos turísticos y desmontaba algunos mitos. En un documento titulado Indicadores Urbanos, que estudia la calidad de vida de la población de ciudades de más de 20.000 habitantes, quedó reflejado que más de un tercio de las 15 ciudades con menor renta están entre las más turísticas, incluidas Málaga o Benidorm. “El turismo crea mucho empleo, pero es un empleo muy pobre, parcial, con bajos salarios y con mucha economía sumergida. Eso aporta muy poco a las familias y a las zonas en las que se explota”, apuntaron en su momento voces sindicales. “Hay una cara A del turismo, con las cifras de negocio y de beneficio de las empresas, y una cara B de precariedad y de falta de repercusión de los beneficios en el nivel local”, subrayaron.

El caso de Canarias es sangrante. Lo resume así el diario El País: “El sector (turístico) aporta el 35% del PIB regional y el 40% del empleo. Pero los manifestantes protestaban por un modelo de turismo que hace muy difícil la vida a la población local. Canarias presenta algunos de los peores datos de España en pobreza y sanidad, los sueldos son los segundos más bajos del país y padece la tercera tasa de paro más alta del país (16,2% según la EPA). Las infraestructuras están saturadas y los negocios que no están enfocados al turismo acaban por cerrar”.

La tasa de riesgo de pobreza o exclusión social AROPE (por sus siglas en inglés, At Risk Of Poverty or social Exclusion) se creó en 2010 a efectos de medir la pobreza relativa en Europa atendiendo a más factores que los simples ingresos. AROPE define la población en riesgo de pobreza o exclusión social como aquella población que está al menos en alguna de estas tres situaciones: riesgo de pobreza, carencia material y social severa y baja intensidad en el empleo. Y bajo estos criterios, en España los destinos turísticos encabezan todos los indicadores de alarma.

Según la Encuesta de Condiciones de Vida de 2023, que elabora el INE, Andalucía  (37,5%) y Canarias (33,8%) presentan las tasas de riesgo de pobreza o exclusión social más elevadas en nuestro país. En ambas comunidades, el turismo es un motor económico fundamental y un configurador de realidades sociales y demográficas. Y no parece que ese motor funcione como se espera.

El cambio climático no contribuye a ser optimistas. Además del contexto actual, cuyas bases se asientan en el estallido del turismo de masas de los años 60, el futuro del sector está marcado por dos agravantes: los recursos naturales ya de por sí escasos, principalmente el agua, van a ser todavía más limitados, y los fenómenos meteorológicos serán más extremos, sobre todo el calor. Esto nos lleva al segundo escenario: se producirá una reducción sensible de turistas debido a las restricciones y al clima extremo español, que si bien es algo que se reclama desde entornos ecologistas (reducir la cantidad y mejorar la calidad de los turistas), puede tensionar el tejido laboral en nuestros destinos turísticos.

En el documento elaborado por el Gobierno titulado España 2050 sobre el futuro que nos espera, podemos leer: “La España de 2050 será más cálida, árida e imprevisible que la de hoy. Si no adoptamos medidas contundentes con celeridad, las sequías afectarán a un 70% más de nuestro territorio, los incendios y las inundaciones serán más frecuentes y destructivos, el nivel y la temperatura del mar aumentarán, sectores clave como la agricultura o el turismo sufrirán daños severos, 27 millones de personas vivirán en zonas con escasez de agua, y 20.000 morirán cada año por el aumento de las temperaturas”. Manifestaciones sociales como las recientes en las Islas Canarias son solo un aviso de las tribulaciones que se avecinan si no se aborda una transformación estructural en nuestro modelo turístico