Conquistar la Luna

Conquistar la Luna

Conquistar la Luna

Advierte el analista geopolítico Moisés Naím que “mientras el mundo se preocupa por el cambio climático, la guerra y la inteligencia artificial, otro fenómeno profundamente transformador está en pleno apogeo: la exploración espacial”. En efecto, este 2024 está llamado a ser el punto de inicio de una carrera global para conquistar el espacio en la próxima década, cuyo foco prioritario es asentar misiones exploratorias y de extracción de recursos en la Luna, como paso previo para pisar la superficie de Marte. Hacía medio siglo que las grandes potencias, encabezadas cómo no por Estados Unidos, no desplegaban un interés tan manifiesto por la conquista espacial. Y en esta ocasión vienen acompañadas de grandes firmas privadas, lideradas por grandes magnates, quienes atisban una ingente cantidad de beneficios si logran ser pioneros en el uso comercial de los recursos naturales presentes en nuestro satélite. Objetivo: conquistar la Luna.

“En Silicon Valley, empresarios y tecnólogos intuyen que hay grandes fortunas por hacer en el cosmos, lo que alimenta la fiebre del oro hacia el espacio. Por otra parte, el ser humano es innatamente curioso. El espacio representa un horizonte desconocido, un reto irresistible para nuestra especie. Nuestro deseo de descubrir y explorar nuevas fronteras seguirá impulsando el interés por el espacio como mercado y como campo de batalla”, resume Naím.

La exploración espacial ha levantado históricamente una pregunta incómoda. ¿Está justificado invertir miles de millones de dólares en misiones espaciales, mientras nuestro planeta se ahoga por la falta de inversión en políticas medioambientales o de redistribución de la riqueza? En su momento álgido, las misiones Apolo de la NASA costaban el 4% del presupuesto federal de Estados Unidos. Es cierto que eran tiempos de guerra fría y que en cuanto Estados Unidos se vio inmerso en la guerra de Vietnam y la crisis del petróleo la fiebre espacial decayó, pero las inversiones han seguido siendo milmillonarias hasta el día de hoy, tanto por parte de la NASA como de China, Rusia, India o la Agencia Espacial Europea. A modo de referencia, el actual programa Artemis de la NASA lleva gastados 40.000 millones y el coste podría ascender a 93.000 millones en las próximas fases, según datos de la agencia.

Además, las misiones espaciales no siempre salen bien. A finales del año pasado, Rusia estalló contra la Luna su robot Luna-25. India sí tuvo éxito en su misión lunar con el módulo Chandrayaan-3, pero antes había perdido a su predecesor. También China, que ha dominado la carrera espacial junto a Estados Unidos en esta última década, ha padecido fracasos notorios. Rusia, China e India son tres países con enormes bolsas de pobreza entre sus poblaciones, y tienen urgentes tareas pendientes para reducir el enorme impacto medioambiental de sus actividades industriales. Es decir, los países que más invierten en adueñarse de los recursos de la Luna son algunos de los que más daño generan sobre la Tierra. ¿Es tratar de liderar la exploración espacial una frivolidad encaminada a inflar la propaganda patriótica dentro de sus fronteras, o una inversión inteligente y necesaria para garantizar el futuro de sus sociedades y de la humanidad en su conjunto?

La nueva carrera espacial es mucho más multipolar y reñida que la clásica disputa entre Estados Unidos y la Unión Soviética en el siglo XX. Igual que aquella, esta carrera está basada en la política, el poder y la supremacía tecnológica, pero ahora está avivada por el sentido de urgencia y la previsión de obtener beneficios tangibles, y por eso involucra a más países y también a entidades comerciales.

Es evidente por qué las grandes potencias quieren llegar las primeras a los principales emplazamientos lunares. Es la lógica de la expansión colonial aplicada al espacio. Aunque a diferencia de lo que hicieron los antiguos imperios en la Tierra, nadie puede poseer territorio en la Luna, según el Tratado sobre el Espacio Ultraterrestre aprobado por la ONU y que entró en 1967. Sin embargo, los llamados Acuerdos de Artemisa, impulsados por la NASA y que España firmó en mayo de 2023, sortean el escollo ofreciendo algo parecido a zonas de seguridad. Si alguien instala una plataforma de aterrizaje, equipos o infraestructuras, se espera que los demás se mantengan a distancia de ese lugar en aras de la seguridad. Esto podría permitir a un país, o incluso a una empresa, reclamar de facto una porción de superficie crucial. Así, si bien la legislación internacional impide la posesión lunar, los distintos actores ya maniobran (e invierten) como si esa prohibición no existiera. No en vano, hace tiempo ya que las resoluciones y tratados de la ONU no ejercen el poder de antaño.

Siguiendo esta lógica, los hilos de la geopolítica se mueven sutilmente también en la carrera espacial. Importa quién aterriza primero y quién colabora con quién. Por ejemplo, China ha invitado a Rusia a colaborar en su estación de investigación lunar, junto con Venezuela, Emiratos Árabes Unidos y Pakistán. India se asocia a veces con Estados Unidos. La NASA planea tener operativa una planta de procesamiento de recursos minerales de la Luna en el año 2032. China también marca calendario y señala 2036 para inaugurar una planta lunar conjunta con Rusia.

A esto se suman un puñado de empresas que se han subido al carro de la potencialmente lucrativa exploración espacial. Principalmente dos: SpaceX, propiedad de Elon Musk, y Blue Origin, firma de Jeff Bezos, que tienen subcontratados ciertos servicios a la NASA. Algunos expertos advierten del enorme peligro de entregar parte de la estrategia espacial a magnates que solo responden a sus intereses y a los de sus accionistas. También hay quienes quitan hierro y recuerdan que hace un siglo fueron los empresarios quienes transformaron la aviación al pasar de ser un lujo al alcance de unos pocos a ser un transporte seguro y asequible para casi todo el mundo ¿Será dentro de 100 años la exploración espacial y nuestra relación con la Luna algo tan cotidiano como es hoy nuestra relación con los viajes aéreos, o será en cambio una explosiva fuente de conflicto?

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