El consumo de fármacos está disparado y seguimos sin atender a las causas sociales que generan el abuso
Los fármacos se han extendido en nuestra sociedad como ningún otro producto en los últimos años. Históricamente, los fármacos, como la cirugía, eran recetados sólo cuando el paciente presentaba una patología o dolencia explícita. Hoy en día son parte de nuestra cultura, estemos o no enfermos. Nos los recetan y nos los auto recetamos, tomándolos sin control y muchas veces sin conocer sus efectos secundarios. A tal extremo, que una de las etiquetas que se ha dado a la sociedad actual es la “sociedad de las pastillas”. Sentimos que no podemos soportar nuestras existencias sin los fármacos, sean estos para dormir, para tener una buena digestión, para controlar la ansiedad, para la resaca o para adelgazar sin moverse del sofá.
Los datos reflejan un problema particularmente grave en nuestro país. Según la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes, España lidera el consumo mundial de benzodiazepinas, que suelen recetarse para dormir mejor. En el año 2020 se consumieron en España casi 110 dosis diarias por cada 1.000 habitantes. Solo Bélgica (84) y Portugal (80) se acercaron a la tasa española. La encuesta Edades 2022 del Ministerio de Sanidad indica que el 9,7% de la población española había consumido pastillas para dormir, con o sin receta, en los últimos 30 días, y el 7,2% de la población reconoce consumirlos a diario. Por orden, los fármacos de los que más abusamos son los ansiolíticos y antidepresivos, moduladores del sueño, analgésicos, antiinflamatorios y protectores gástricos, según datos del Observatorio de Uso de Medicamentos, perteneciente a la Agencia Española del Medicamento (AEMPS).
¿Qué ocurre con la estrategia gubernativa, común a todo Occidente, que ha hecho que los productos farmacéuticos sean tan fáciles de consumir? ¿Cómo se relaciona su consumo con la presión social para ser siempre productivo en el trabajo, formar parte de la cultura de consumo, emborracharse el fin de semana y no ser nunca infeliz? Dado que el consumo de fármacos no puede existir fuera del contexto social que lo impulsa, los investigadores, legisladores y proveedores de fármacos deben empezar a prestar más atención a las vidas ordinarias de las personas, y no solamente a los síntomas que de ellas se derivan.
“Las pastillas no pueden ser herramientas para silenciar los problemas que existen detrás de la gente”, dijo la comisionada para Salud Mental del Gobierno, la psiquiatra Belén González, en entrevista en eldiario.es. González aboga justamente por no maquillar con pastillas problemáticas sociales como la presión laboral, financiera y emocional de las personas. Por ejemplo, una persona que no llega a fin de mes y padece ansiedad, por muchas benzodiacepinas que se le receten, seguirá teniendo el mismo cuadro médico mientras su encaje social no mejore. Y sin embargo, si la única salida que se le ofrece es una pastilla que se tiene que tomar durante un tiempo, el mensaje que recibe esa persona es que está enferma, y que esa medicación es el único remedio a sus problemas.
“Las pastillas no pueden ser herramientas para silenciar los problemas que existen detrás de la gente”,
A la medicalización forzosa se suma una aparente obsesión por la salud (por no llamar hipocondría) en nuestro país. Según la OCDE, los españoles son de los que más van al médico sin necesidad. En concreto, seis visitas al año por habitante.
«La mitad de los fármacos son recetados de manera innecesaria. (…) Sufrimos una epidemia silenciosa de efectos adversos a los medicamentos que en España son causa de más de medio millón de ingresos hospitalarios y, como mínimo, 16.000 muertes al año», afirma el doctor y catedrático en farmacología Joan-Ramon Laporte, autor de Crónica de una sociedad intoxicada (Península, 2024), una crítica demoledora sobre la llamada sociedad de las pastillas y las razones empresariales y políticas que la sostienen. «Los Estados miran hacia otro lado cuando se exageran o se inventan enfermedades para que millones de personas sanas sean convertidas en pacientes que toman medicamentos que no necesitan», subraya Laporte en entrevista al portal especializado Alimente.
Los jóvenes son quienes más están incrementando su consumo: un 13,6% de adolescentes entre 14 y 18 años toman tranquilizantes, sedantes y somníferos, de acuerdo con la encuesta sobre el Uso de Drogas en la Enseñanza Secundaria (ESTUDES), realizada en 2021. En el otro extremo de la pirámide, los ancianos también padecen sobremedicación, un hecho que cada vez señalan más geriatras que apuestan por desmedicalizar a las personas mayores. De nuevo, la clave para desescalar esta dependencia a los fármacos radica en abordar los problemas estructurales de nuestra sociedad, en lugar de tratar de poner parches a sus nefastas consecuencias sobre la salud de las personas
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