Aunque parezca una ironía, los ciudadanos poco informados cada vez influyen más en las grandes decisiones, empezando por la política
Foro de Foros
Septiembre 19, 2024
Ante una recta final de campaña de infarto en Estados Unidos, tras la remontada de la candidatura del Partido Demócrata encabezada ahora por Kamala Harris, los analistas políticos tratan de descifrar las claves del resultado final, entender qué pequeños detalles harán caer la balanza de uno u otro costado. Minorías étnicas, mujeres, los ciudadanos de ciertos estados bisagra… Todos los grupos socioeconómicos son analizados en busca de respuestas. Sin embargo, hay un grupo heterogéneo en sus orígenes, pero muy compacto en sus ideas, que según los expertos puede tener la llave presidencial: los ciudadanos poco informados. Suena a paradoja, casi a ironía, pero en la era de las redes sociales y el bombardeo de noticias sesgadas o directamente falsas, los ciudadanos que pasan por el mundo sin consumir más información que la que ojean en sus redes sociales son más importantes que nunca.
De esto ya se dio cuenta Martin Gurri, exanalista de la CIA estadounidense, hace casi dos décadas. Al analizar información de dominio público, como periódicos y revistas, empezó a darse cuenta de que ya no tenía una foto completa de las fuentes de información de la sociedad (y por tanto de las dinámicas sociales), ya que muchas personas ya escribían sus ideas, pensamientos y también noticias en Internet. Esas ideas compartidas tenían el potencial de influir en acciones sociales, revoluciones y, sin duda, resultados electorales. De ahí el interés del analista de seguridad.
Gurri plasmó esas certezas en 2014 en un libro titulado La rebelión del público: la crisis de autoridad en el nuevo milenio (traducido en 2023 por Adriana Hidalgo Editora). En los viejos tiempos, argumentó, había sido posible leer un periódico o ver un noticiario y sentir que habías entendido bien “las noticias”. Internet, sin embargo, creó la sensación de que siempre había algo más que saber, y esto fue “un ácido corrosivo para la autoridad”.
El problema no era entonces que los internautas quisieran saber más, sino que se fueron aislando en múltiples cámaras de eco (comunidades de intereses) en las que el motor de su existencia era desmontar las noticias de medios tradicionales y lanzar sospechas sobre la acción gubernativa, iniciando así el caldo de cultivo para las teorías de la conspiración, los bulos y las aún más reforzadas cámaras de eco de la actualidad. Ese fenómeno se fue agravando y ensanchando hasta llegar a nuestros días.
La cadena de televisión NBC publicó en abril los resultados de una encuesta que analizaba cómo consumían las noticias políticas mil encuestados y cómo pensaban votar en las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos. En aquel momento, Joe Biden era el gran favorito entre quienes leían periódicos, veían los informativos de televisión y seguían páginas de noticias en Internet. Donald Trump, por su parte, lideraba entre quienes se informaban con frecuencia a través de las redes sociales, las noticias por cable y YouTube. La encuesta también mostró que Trump dominaba entre un subconjunto de personas descritas como “votantes de baja información”.
¿Significa esto que el votante de Trump es por definición poco informado? En absoluto. Pero sí que el ciudadano poco informado es más vulnerable a la información sesgada y a los bulos, y en ese campo Donald Trump no tiene rival (¿le suena la última polémica sobre inmigrantes que se comen a las mascotas?). “Ahora la gente puede buscar información sobre un candidato o una política concreta y pensar que tiene información auténtica, pero está mal informada o engañada”, resumían los autores del estudio.
La dispersión en las fuentes informativas y la creación de comunidades herméticas que configuran nuestro pensamiento y nuestro lugar en la sociedad ha impulsado la teoría del info-determinismo o determinismo informativo. Esta teoría consiste en que la información que consumimos determina nuestros actos y nuestra forma de interactuar con el mundo. Es lo que gobernantes de todos los colores han intentado desde hace siglos: canalizar la información que más les interesa y hacerla llegar al mayor número de personas posible para que el mundo gire al son que ellos dictan. Y, en paralelo, silenciar a quienes la ponen en duda u ofrecen información alternativa.
Nuestros puntos de vista políticos se forman a partir de las informaciones de los periodistas y las opiniones de los amigos
Yuval Noah Harari, en su nuevo libro Nexus: Una breve historia de las redes de información desde la Edad de Piedra hasta la IA (Debate, 2024), anticipa las próximas décadas, en las que muchas de las voces que encontramos en Internet podrían estar automatizadas. “Nuestros puntos de vista políticos se forman a partir de las informaciones de los periodistas y las opiniones de los amigos. Nuestros hábitos sexuales están influidos por lo que oímos en los cuentos de hadas y vemos en las películas. Incluso nuestra forma de caminar y respirar está influida por tradiciones culturales, como la disciplina militar de los soldados y los ejercicios de meditación de los monjes. Hasta hace muy poco, la burbuja cultural en la que vivíamos la tejían otros humanos. En el futuro, cada vez la diseñarán más los ordenadores”.
Para prepararse para este mundo posible, Harari aboga por el desarrollo de una sólida “política informática”, a través de la cual las sociedades democráticas puedan salvaguardar sus esferas públicas. Sin embargo, vaticina que aunque se pongan en marcha estas reformas, será difícil compatibilizar la democracia con la estructura de las redes de información del siglo XXI. La democracia a escala masiva, dice Harari, depende de instituciones de masas (medios de comunicación, educación y cultura de masas) que probablemente se fracturen o muten con la llegada de la inteligencia artificial. Más madera, sin duda, para alimentar el fuego político e informativo que ya nos quema.
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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.