Pese a las guerras y las dificultades económicas, la humanidad es más optimista de lo que parece
A pesar de todas las tribulaciones de la humanidad, parece que estamos más satisfechos con nuestras vidas de lo que cabría pensar. Lo confirma el Informe Global de Emociones de la consultora Gallup para 2024: las emociones positivas alcanzaron una puntuación de 71 sobre 100 en todo el mundo, la más alta desde que estalló la pandemia, y las emociones negativas descendieron por primera vez desde 2014. Entre todos los grupos de edad, los jóvenes fueron, con diferencia, los que salieron mejor parados. Experimentaron más emociones positivas que nadie y menos negativas.
El informe Gallup es la referencia metodológica sobre el estado de salud emocional del mundo junto al Informe Mundial sobre la Felicidad (World Happiness Report), apoyado por Naciones Unidas. Y es interesante porque aporta una capa cualitativa a los datos fríos del PIB a la hora de reflejar el progreso de las naciones. Ambos índices combinados aportan una foto en alta resolución del bienestar de una sociedad.
Muestra de ello es que ese aparente optimismo mundial (el informe de Gallup encuesta a cerca de mil personas en cada uno de los 142 países que conforman la muestra) no coincide demasiado con los datos de bienestar que arrojan los respectivos PIB. Es decir, los habitantes con una experiencia vital más positiva pertenecen a países de América Latina y el Sudeste asiático, y a su vez los habitantes de los países desarrollados se muestran menos entusiasmados con sus existencias.
Aunque comparar niveles de felicidad entre países con culturas diferentes puede ser delicado, esta divergencia plantea dudas sobre la buena salud emocional de los países industrializadas. Ante preguntas como «¿Se sintió bien descansado ayer?”, “¿Le trataron ayer con respeto durante todo el día?” o “¿Sonrió o se rió mucho ayer?”, por citar solo tres preguntas, el mundo occidental ofrece respuestas mucho más sombrías que otros países con índices de desarrollo y bienestar muy inferiores. Paraguay, Indonesia y Tailandia destacan como los lugares con una mayor ratio de sentimientos positivos.
¿Y entonces qué ocurre con Finlandia?, se preguntarán. Nada nuevo. Sigue siendo el país más feliz del mundo por séptimo año consecutivo, en base a los datos del Informe Mundial sobre la Felicidad. Y esto no es contradictorio porque el IMF se centra en una cuestión diferente. Cuantifica la satisfacción vital, más que las experiencias cotidianas, mediante una pregunta conocida como la escalera de Cantril. En ella se pide a la gente que imagine una escalera con peldaños numerados del cero al diez, en la que la parte superior representa «la mejor vida posible para usted y la parte inferior de la escalera representa la peor vida posible para usted». A continuación, se les pide que se sitúen en la escalera. Para completar el estudio del IMF, los participantes deben hacer una autoevaluación de sus vidas.
¿Y si el verdadero G-7 lo lideran en realidad países como Indonesia, Tailandia o Finlandia?
Cuando se considera la felicidad de este modo, Escandinavia es imbatible. Pero si se pide al mismo grupo de personas que en lugar de su satisfacción vital, valoren las emociones que sintieron el día anterior, la fotografía posiblemente cambie: ya no responderán en base a su estatus vital autopercibido, sino a algo más tangible e íntimo, tal vez más cercano al concepto que todos tenemos de felicidad. Estados Unidos podría ser un claro ejemplo de esta disyuntiva. Goza de un PIB elevado, de un gran desarrollo tecnológico y material, pero también padece una desigualdad extremadamente alta. Así que muchos estadounidenses se comparan con otros más ricos y, como resultado, se sienten más desgraciados.
Curiosamente, ni en el índice de Gallup ni en el patrocinado por la ONU aparece ningún país integrante del G-7, el club de los países más ricos, entre los más satisfechos y/o felices. ¿Y si el verdadero G-7 lo lideran en realidad países como Indonesia, Tailandia o Finlandia? Sabemos que no es así, y que las encuestas están llenas de matices e interpretaciones, pero ya lo advirtió el economista bielorruso Simon Kuznets, creador de la herramienta del PIB, en 1934: “El bienestar de una nación apenas puede deducirse de la medición de la renta nacional”. La versión moderna de esta disonancia que reflejan los índices de satisfacción es algo que en inglés se ha bautizado como vibrecesión, que es la paradoja aún vigente (también en España) de una economía muy buena sobre el papel pero muy mala según la gente que vive en ella.
Este fenómeno hace que los datos del PIB y otras mediciones macroeconómicas sigan por supuesto siendo fundamentales, pero en ningún caso pueden seguir explicando la realidad en su conjunto (si es que algún día pudieron). Una buena sociedad no tiene por qué aspirar a la mayor riqueza y desarrollo posible, por ejemplo, si se deja a un porcentaje importante de su población en el camino. Hay que diseñar sociedades que también tengan en cuenta qué se siente al formar parte de ellas, analizando la experiencia emocional de estar inmerso en sus entrañas.
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Septiembre 12, 2024
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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.