La diferencia entre un trabajador comprometido y un adicto al trabajo no siempre está clara, pero es importante no cruzar esa línea
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Septiembre 26, 2024
Para la mayoría de nosotros, el trabajo ejerce un papel destacado en la satisfacción de nuestras necesidades sociales y psicológicas. El trabajo genera valor monetario, establece una estructura a nuestros días, fomenta las conexiones sociales, forja un estatus, promueve la actividad y, para algunos, da sentido a la vida. Por lo tanto, la mayoría de los trabajadores extraen consecuencias positivas del trabajo. Sin embargo, hay una minoría que muestra un comportamiento laboral excesivo e incontrolable. En concreto, el 15% de los trabajadores, según un estudio de la Universidad de Bergen (Noruega) que recoge muestras de distintos países, entre ellos España. Son los llamados workaholics, o adictos al trabajo.
Marcar una frontera entre la adicción y la alta responsabilidad es complicado, pues las líneas son borrosas y se entremezclan. Fue el psicólogo estadounidense Wayne Oates quien acuñó el hoy popular término de workaholic en 1971 y lo definió del siguiente modo: “Adicción al trabajo, la necesidad compulsiva e incontrolable de trabajar sin cesar”. Definiciones más recientes de la adicción al trabajo han ampliado las dimensiones de Oates para proporcionar una comprensión más matizada del concepto, en la que se introduce el concepto de hiper-responsabilidad unido a disfunciones en el área familiar y social.
¿Un administrativo que rellena hojas de cálculo en la piscina en agosto o un peluquero que siempre tiene hueco para un último cliente más son trabajadores comprometidos o adictos al trabajo? Toon Taris, científico del comportamiento e investigador laboral de la Universidad de Utrecht (Países Bajos), dice que la etiqueta de “adicto al trabajo” no se aplica a las personas que trabajan muchas horas porque aman su trabajo: esas personas se consideran trabajadores comprometidos. “Eso está bien. No hay ningún problema”, opina. Tampoco cuenta la gente que asume una sobrecarga laboral para avanzar en su carrera o para pagar el coche o la casa. Lo que sí hace sonar la alarma es la vertiente emocional y conductual de todo ello: cómo nos enfrentamos a nuestra jornada laboral (nivel de ansiedad, sentido de la urgencia, inseguridad) y cómo la encajamos en nuestra estructura social y familiar, es decir, si el trabajo consume otras esferas fundamentales de nuestra existencia.
La psicóloga industrial Malissa Clark expone la diferencia en su ensayo Never not working (2024, edición en inglés) del siguiente modo: “La adicción al trabajo implica una compulsión interna a trabajar, tener pensamientos persistentes sobre el trabajo, experimentar sentimientos negativos cuando no se trabaja y trabajar más allá de lo razonablemente esperado”. Algunos tipos de personalidad son especialmente propensos a caer en la trampa del trabajo. Los perfeccionistas, los extrovertidos y las personas con personalidad de tipo A (ambiciosos, agresivos e impacientes) son carne de adicción al trabajo, apunta Clark.
Ciertos lugares de trabajo son más propensos que otros a fomentar la adicción al trabajo. Entre ellos se encuentran las empresas que fomentan la competitividad y las largas jornadas laborales, rasgos particularmente acusados en la cultura laboral asiática, como bien atestiguan Japón y Corea del Sur (y China en menor medida): la obligación de poner el trabajo como prioridad vital absoluta genera cuadros muy severos de depresión, ansiedad, alcoholismo y enfermedades derivadas.
La transición entre ser un trabajador comprometido y convertirse en un adicto al trabajo no siempre es perceptible
Ni siquiera ser adicto al trabajo repercute en un mayor rendimiento ni en una mayor proyección laboral y salarial. Un estudio de 2015 descubrió que las personas que completaban jornadas laborales extralargas recibían más o menos la misma calificación en evaluaciones de rendimiento que otras personas que solo fingían trabajar un número similar de horas. Investigaciones posteriores (incluido un estudio italiano de 2020 que realizó un seguimiento de las evaluaciones de más de 500 trabajadores durante dos años) también encontraron poca o ninguna correlación entre la adicción al trabajo y el rendimiento. «Crean mucho trabajo para sí mismos, pero eso no significa necesariamente que estén haciendo un buen trabajo», afirma Taris. «Sabemos que si la gente trabaja demasiado, dedica poco tiempo a recuperarse«. Esto, añade, conduce a la fatiga y el agotamiento, y aumenta la probabilidad de que cometan errores perjudiciales para la organización, sus clientes o ellos mismos.
Dos caras de la misma moneda: los directivos y los trabajadores autónomos corren más riesgo que las personas que trabajan bajo el control de otra persona, según se desprende de una encuesta realizada en 2016 a más de 16.400 trabajadores de Noruega. No obstante, la adicción al trabajo es transversal a todos los grupos demográficos y puede darse en cualquier trabajo, señalan los expertos.
Un estudio de 2004 dividió a 5.853 trabajadores a tiempo completo en Bélgica en cuatro categorías: entusiastas del trabajo, adictos al trabajo, trabajadores relajados y trabajadores desencantados. Los adictos al trabajo declararon más problemas de salud que cualquier otro grupo. Los entusiastas del trabajo, por el contrario, no declararon prácticamente ningún problema de salud, lo que pone de manifiesto la enorme diferencia entre adicción y disfrute.
La transición entre ser un trabajador comprometido y convertirse en un adicto al trabajo no siempre es perceptible. Por eso tomar conciencia de nuestro concepto del trabajo y saber poner límites al exceso es fundamental. Nos va la vida en ello
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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.