El acto de perdonar
Pasar página a los agravios es bueno para nuestra salud y supone el primer paso para reducir la polarización social.
“Errar es humano, perdonar es divino” es el aforismo más popular del célebre poeta inglés del siglo XVIII Alexander Pope. La idea hizo fortuna porque sintetiza a la perfección la dificultad de algo tan simple como perdonar. Al fin y al cabo, perdonar es uno de los actos más íntimos que hay, y como tal, requiere de un esfuerzo emocional que muchos de nosotros no estamos dispuestos a hacer, pues en ello entran en conflicto sentimientos humanos tan poderosos como el agravio, el rencor, la melancolía y el ego.
Mantener ese cóctel químico de emociones en nuestro cuerpo resulta dañino para nuestra salud mental y también física. Así lo concluyen distintos estudios científicos, el último de ellos desarrollado por un equipo de varias universidades punteras en paises como Estados Unidos, Hong Kong y Colombia. Según los investigadores, “perdonar puede cambiar dinámicas en las relaciones humanas y prevenir muchas situaciones costosas que ocurren en la sociedad”. Lo concluyen tras un trabajo de campo con casi 5.000 participantes, en el que aquellos que hicieron el proceso de perdonar vieron reducidos sus niveles de estrés y aliviaron estados de depresión.
“Perdonar es complicado, no hay más que ver el contexto global actual. Pero empezar a nivel individual tiene la fuerza de sanar comunidades y mejorar la calidad de vida a gran escala”, subrayan los investigadores, que hacen otro apunte importante: “En un tiempo en el que nuestro mundo está más polarizado y fracturado que nunca, es fundamental seguir investigando los efectos de perdonar y compartir herramientas prácticas y accesibles para hacer posible el perdón entre más gente”. En efecto, el ruido polarizante nos tiene a la defensiva, agresivos y rencorosos con el prójimo. Acumulamos más cuentas pendientes que nunca con personas que a veces ni conocemos. También con nuestros seres queridos, con quienes chocamos por cuestiones ideológicas, arrastrados por la tormenta mediática que no cesa.
Uno de los ejercicios que proponen los científicos expertos en el proceso del perdón es el siguiente: coloque usted dos sillas enfrentadas, siéntese en una e imagine que su ofensor está sentado en la opuesta. Tras describir el motivo de la ofensa desde su punto de vista, cambie de silla y describa los mismos hechos desde el punto de vista del ofensor. Los científicos, que han desarrollado esta y otras técnicas en un manual denominado REACH, señalan que ese ejercicio puede parecer algo extravagante, pero resulta una experiencia muy poderosa. Algo similiar es escribir en un papel el daño concreto que queremos perdonar, luego escribimos lo mismo pero desde el punto de vista de un observador, sin enfatizar cuánto daño hizo el ofensor o cómo nos victimizó. Finalmente, buscamos al menos tres diferencias entre ambas versiones y sacamos conclusiones.
En el año 2017, Martin Seligman, padre de la psicología positiva, constató que la salud física, especialmente la cardiovascular, tiende a ser mejor entre las personas que perdonan que entre las que no lo hacen. En paralelo, el psicólogo Frederic Luskin, autor de varios ensayos sobre el perdón, realizó una prueba de campo con asesores financieros en la que detectó que, tras completar un programa para facilitar el perdón, los asesores redujeron sensiblemente sus niveles de estrés, aumentaron su optimismo vital e incrementaron su productividad un 25%. Luskin, en la línea de Seligman, subrayó que reducir niveles de ira y hostilidad gracias al perdón en muchas ocasiones repercute en una mejor tensión arterial.
Sin embargo, el acto de perdonar es tan íntimo que ni siquiera tiene fronteras claras. ¿Qué es en realidad el perdón? ¿Qué tenemos derecho a exigir u obligados a ofrecer? ¿El perdón puede ser colectivo o únicamente individual? ¿Qué papel debe tener en las políticas públicas, en la legislación o, visto en el resultado de los estudios, en el diseño de estrategias de salud pública? Hace solo unas semanas, la Universidad de Harvard organizó unas jornadas dedicadas específicamente al perdón y trató de arrojar luz sobre estas cuestiones.
Hay multitud de ejemplos célebres sobre el bien de practicar el perdón. El testimonio de los supervivientes del Holocausto es el más emocional. Pese a todo lo vivido, muchos de ellos decidieron perdonar y eso les salvó la vida. Lo relata Eva Mozes Kor en El poder del perdón (edición en inglés, 2021). De niña, Mozes fue víctima de los experimentos médicos del doctor nazi Josef Mengele. Ya como adulta, haciendo una retrospectiva a las torturas sufridas, descubrió que la cura a su dolor emocional era algo tan simple, y a la vez tan profundo, como perdonar a sus ofensores. Muchas víctimas de atrocidades han relatado procesos de sanación similares al que expone Mozes.
Uno de los problemas de base que presenta el concepto del perdón es su fuerte lazo con la fe religiosa. El cristianismo de algún modo secuestró el término 2.000 años atrás y lo hizo suyo. “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, leemos en el Evangelio según Lucas (23,24). El Islam también sitúa el concepto de perdón en un pilar central, y lo mismo hace el budismo. Esto, en una sociedad secular como la del siglo XXI, es un lastre a la hora de fomentar la necesidad de saber perdonar al prójimo. Debemos apartar los prejuicios morales y afrontar el perdón desde un punto de vista de bien común, empezando por el propio bien personal, si queremos obtener avances en este camino.
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2 comentarios
La verdad es que, para mí, perdonar no es puro, ni sincero.
Querido Juanito,
Muchas gracias por tu comentario y por supuesto lo más importante es tener criterio.
Un saludo y buen domingo,
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