COP26: más vale tarde

Hemos escuchado tantas veces que con respecto al clima no hemos cumplido que cuesta tomarse la próxima cumbre de Glasgow con perspectiva. Las últimas estimaciones de la ONU que se publicaron en septiembre apuntan a que el aumento de las temperaturas mundial será «catastrófico», de 2,7°C, antes del final del siglo. Si ya llegamos tarde, ¿para qué esforzarnos? Es cierto que todos los gobiernos hasta ahora han fallado, según el análisis científico independiente del Climate Action Tracker. Pero también lo es que los efectos variarán en gravedad según lo que decidan los 190 firmantes del Convenio contra el Cambio Climático (COP26). La reunión, que se celebrará del 1 al 12 de noviembre en la ciudad escocesa, es la primera desde que se retomó la actividad tras el parón de la pandemia. ¿Servirá esta cumbre de punto de inflexión?

Uno de los objetivos es el mismo de hace casi una década: mantener el compromiso de que las temperaturas suban “solo” 1,5 grados. Ese es el límite que fijó en 2015 el Acuerdo de París, y sin embargo vamos camino de duplicarlo. Ya sabemos que las consecuencias serán desastrosas: olas de calor, inundaciones, incendios que arrasan millones de hectáreas y desplazamientos forzosos de población. Dramas ambientales y socioeconómicos que destrozan más a quienes menos tienen.

En ese calentamiento global interviene el famoso CO2, pero también otro gas menos citado que es 80 veces más peligroso: el metano. En su último informe, el panel internacional que establece las bases científicas sobre el cambio climático señaló que este gas ha provocado aproximadamente el 25% del aumento de la temperatura mundial desde antes de la Revolución Industrial, sobre todo por el aumento de la ganadería y de las extracciones de combustibles fósiles. El metano dura menos en la atmósfera (una década, aproximadamente, frente a los cientos de años que puede permanecer el dióxido de carbono), pero la calienta mucho más.

La Unión Europea y Estados Unidos planean llevar a Glasgow un acuerdo sobre el metano: reducir en 2030 un 30% sus emisiones con respecto a 2020. Es una de las propuestas de acción con más visos de prosperar, con la que conseguirían reducir el calentamiento en al menos 0,2 grados a mediados de siglo. Un objetivo que puede parecernos mínimo a los legos, pero que supone un salto cualitativo para los científicos. El gran escollo es el de siempre: que se sumen China -no está de momento-, Rusia e Irán, los dos países que más metano expulsan a la atmósfera por los combustibles fósiles.

Pero hay más objetivos: poner una fecha final al uso de carbón, terminar con la deforestación y financiar políticas climáticas para que los países más pobres puedan llevar a cabo su transición energética. Millones de personas no tienen ni siquiera acceso a la electricidad. Y, una vez más, se tratará de hacer que los gobiernos honren sus compromisos: uno de los incumplimientos más clamorosos es el de los países desarrollados, responsables del 80 por ciento de las emisiones, de entregar 100.000 millones de dólares al año para apoyar a los más pobres para adaptarse al cambio climático. El último cálculo de la OCDE es que sus contribuciones se quedaron en casi 80.000 millones de dólares en 2019.

Hace unas semanas, en las reuniones preparatorias de la COP que se celebraron en Italia, la activista ugandesa Vanessa Nakate dio un discurso en el que interpelaba a los gobernantes. Hay que eliminar las inversiones en energías fósiles, dijo, ya que “no podemos comer carbón, no podemos beber petróleo, no podemos respirar gas”.


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