Que Primark se haya hecho con los derechos de Friends para producir artículos inspirados en la serie estadounidense tiene mucha más miga de lo que parece. El gigante irlandés de ropa y complementos está apostando por un producto televisivo de hace dos décadas porque la nostalgia es un valor seguro. Disney rescata éxitos de hace décadas y, gracias a tecnologías como la alta definición, los revende. En tiempos de competencia feroz, todas las plataformas audiovisuales apuestan una parte de su cartelera al pasado. La NBA también explota el suyo, y organiza cada año homenajes a jugadores icónicos. A sus casi 60 años, Michael Jordan sigue siendo el deportista que más ingresos genera.
La nostalgia es un concepto que ya encontramos en la Odisea de Homero o en parte de la obra de Platón. Sin embargo, el término no lo acuñó hasta 1688 el médico Johannes Hofer. Tenía solo 19 años cuando presentó su tesis preliminar en la Universidad de Basilea y se refirió a la nostalgia (del griego nostos, que significa regreso, y algós, dolor) como la tristeza provocada por el desarraigo de la patria. Durante dos siglos la nostalgia fue, por tanto, un término médico empleado para emigrantes, soldados, colonos y esclavos. Sin tratamiento, se sabía que era una enfermedad que podía provocar la muerte. En el siglo XIX se generalizó tanto que el término salió de los tratados de medicina. Tal y como cuenta Diego S. Garrocho en Sobre la nostalgia (Alianza, 2019), poco a poco padecerla fue incluso adquiriendo cierto prestigio. Y convertimos casi cualquier cosa en objeto de añoranza.
Hoy sentir nostalgia es, en cierto modo, querer volver a un pasado en el que fuimos felices. O eso creemos, y ahí está la clave: a menudo ejercemos una idealización de brocha gorda; no nos percatamos de que también hubo cosas negativas o de que quizás hemos asumido un relato trucado. Como explica la historiadora Stephanie Coontz en su fantástico libro The Way We Never Were, Estados Unidos se ha inventado su década de los 50. La familia tradicional americana que aparecía en los anuncios tenía poco que ver con el grueso de los hogares.
En política, la nostalgia es un fenómeno que trasciende la izquierda y la derecha. Los nacionalismos siempre fueron nostálgicos y han adornado la historia. Aspiran a recuperar una patria y una edad de oro que muchas veces no existió. José Antonio Marina subraya que la nostalgia falsea el pasado porque lo ve a través de un prisma amable. Así ven el gaullismo los votantes de Le Pen en Francia. Esa añoranza es la que transpiran muchos nostálgicos de Franco en España, de Mussolini en Italia o los brexiteers sobre el Imperio en Reino Unido. Los populismos han conseguido azuzar los sentimientos de izquierda y derecha y abrocharlos con melancolía. ¿Se les ocurre una fórmula más eficaz que apelar a nuestra idealización?
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