El aumento de los conflictos armados demuestra que los pilares de la economía mundial son más vulnerables de lo que creíamos
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Octubre 3, 2024
Los fundamentos de la economía mundial, basada en la libre circulación de bienes, servicios y personas, parece tambalearse en los últimos tiempos. El creciente número de conflictos armados y las hostilidades entre grandes potencias amenazan el modelo de globalización que rige nuestras vidas desde hace ya más de medio siglo. El comercio mundial, en lugar de unir a los países como esperaban los defensores de la globalización, se está convirtiendo cada vez más en un arma de unos estados contra otros. Las sanciones (entre Rusia, China y EEUU principalmente) están levantando un nuevo muro entre dos formas de concebir el mundo. Internet, que nació como un ámbito abierto en el que el poder de los estados se diluiría en favor de la soberanía de los individuos y se derribarían todas las barreras, está cada vez más controlado por los gobiernos y fragmentado por fronteras nacionales.
No hay globalización sin comercio mundial. Y eso implica el uso libre de los sistemas físicos que hacen posibles esos intercambios: desde los buques portacontenedores que transportan las mercancías desde las fábricas de Asia hacia Europa y América a los cables submarinos que dotan al mundo del servicio de telecomunicaciones, en particular internet. El aumento de los conflictos armados, empezando por el avispero del mar Rojo y pasando por el Ártico, están amenazando esas infraestructuras, ejerciendo una presión sin precedentes sobre las cadenas mundiales de suministro de bienes, personas y datos.
Hoy, dos tercios de los barcos que normalmente navegan por el canal de Suez, en Egipto, en tránsito entre Asia u Oriente Medio y Europa, han sido desviados alrededor del cabo de Buena Esperanza, en Sudáfrica, lo que añade miles de kilómetros y semanas de tiempo extra a sus viajes. O dicho de otro modo: encarece y entorpece las cadenas de comercio global. Es como llevar la navegación 150 años atrás en el tiempo, antes de que se abriera el canal de Suez. Hasta la irrupción de los piratas de la milicia Hutí en el cuerno de África, ese canal habilitaba el 12% del comercio mundial y el 10% del comercio marítimo de petróleo. El conflicto con la milicia, apoyada por Irán, no tiene visos de resolverse en el corto plazo.
El transporte aéreo también es escenario de turbulencias geopolíticas. Tras la invasión rusa de Ucrania, muchas aerolíneas occidentales tienen prohibido el uso del espacio aéreo ruso (una masa terrestre de 10,6 millones de km2), por lo que deben rodear Rusia, añadiendo hasta cuatro horas de duración a los vuelos entre Europa y Asia. Viajar desde Estados Unidos a Asia es ahora hasta un 40% más caro que antes de estallar la guerra. Cerca de 2.0000 millones de pasajeros sobrevuelan los cielos cada año, según cifras de la industria aeronáutica
Si lo que se pretende es atacar de forma ambigua y perturbar a la sociedad occidental, el cable submarino es casi un objetivo perfecto…
A las tribulaciones marítimas y aéreas, su suma una mucho menos visible pero acaso igual o más relevante: las conexiones de telecomunicaciones. La mayoría pensamos que los flujos de datos e información son distribuidos por satélites más o menos a salvo de las disputas terrenales de los países. Nada más lejos: gran parte de las telecomunicaciones corren por cables submarinos, y ya se han producido varios sustos globales. En enero de 2022, el cable submarino de fibra óptica más septentrional del mundo, que conecta Noruega con el archipiélago ártico de Svalbard, se cortó inesperadamente. El cable suministra internet a una importante estación de satélites comerciales utilizada por clientes corporativos y gubernamentales de todo el mundo. Hoy sabemos que el corte del cable fue producto de un sabotaje vinculado a la guerra en Ucrania.
En 2023 también se cortaron un gasoducto y dos cables de telecomunicaciones que conectaban Finlandia y Estonia a través del mar Báltico. Las autoridades finlandesas afirman que la causa de esto último fue un portacontenedores chino, el Newnew Polar Bear, que arrastró su ancla por el lecho marino del Báltico. También en 2023, se cortaron los cables que proporcionaban Internet a Matsu, una isla taiwanesa periférica cercana a China continental. El gobierno taiwanés culpó a dos buques comerciales chinos y a un supuesto sabotaje.
Según la empresa de vigilancia Telegeography, actualmente hay casi 1,4 millones de kilómetros de cables submarinos en funcionamiento. Pueden ir desde el cable de 129 kilómetros entre Gran Bretaña e Irlanda hasta el cable Asia-America Gateway de 20.000 kilómetros. Según algunas estimaciones, hasta el 97% del tráfico intercontinental de datos pasa por estas redes submarinas.
Si lo que se pretende es atacar de forma ambigua y perturbar a la sociedad occidental, el cable submarino es casi un objetivo perfecto, porque es omnipresente y dependemos de él en gran medida, argumenta el analista Sean Monaghan en un artículo del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS), un think tank de geopolítica global. Así que más que temer el estallido de una guerra a gran escala, deberíamos temer por las disrupciones de los sistemas de intercambio de bienes y servicios internacionales, capaces de crear el caos a nivel global y de provocar, como ya estamos notando en nuestros bolsillos, un encarecimiento notable del comercio y la escasez de ciertos bienes básicos par el buen funcionamiento de la economía.
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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.