Nuestro cuerpo tiene límites biológicos en altas temperaturas, y las sociedades del futuro tal vez tengan que adaptarse a ello
En España han muerto al menos 1.334 personas por las altas temperaturas solamente en el mes de agosto, un 47% más que en el mismo periodo de 2023, según estimaciones del Instituto de Salud Carlos III. Este hecho arroja una realidad que a menudo pasamos por alto: el cuerpo humano tiene límites biológicos, y el aumento de la temperatura del aire es una amenaza directa a nuestra supervivencia. Tal vez la desaparición de la vida en los océanos o los incendios forestales y los violentos temporales de lluvia sean, para muchos de nosotros, ecos lejanos y por lo tanto poco urgentes. Pero, en última instancia, la crisis climática afecta a todos y cada uno de nosotros. Pues no somos un conjunto de ideas, imágenes o datos demográficos, sino un conjunto de arterias, órganos y músculos diseñados para funcionar dentro de un rango finito de temperaturas.
Según investigadores de la Universidad de Roehampton (Reino Unido), el cuerpo humano tiene una “temperatura crítica superior” de entre 40°C y 50°C, un límite que, si se sobrepasa, puede hacer que empiece a funcionar mal. En ese rango, el cuerpo humano experimenta estrés térmico, una afección que provoca confusión, náuseas, mareos, dolor de cabeza y desmayos. Esto se debe a que el cuerpo debe aumentar su ritmo metabólico para deshacerse del calor excesivo, y ahí empieza el desbarajuste.
Expertos climáticos han señalado que las temperaturas en Europa han aumentado unos dos grados con respecto a las condiciones preindustriales en tan solo unas décadas, lo que supone aproximadamente el doble de la media mundial. Sin ir más lejos, el pasado mes de junio fue el más caluroso de la historia en el viejo continente desde que existen registros, y en julio la Tierra superó el récord histórico de calor durante dos días seguidos.
Los científicos del clima reportan que, en 1952, el calor del verano duraba unos 78 días en las latitudes medias del hemisferio norte. En 2011, duró unos 95 días. Hoy, sin duda la cifra es mayor. Aunque las emisiones de gases de efecto invernadero alcancen su punto máximo a mediados de siglo como apuntan las previsiones y disminuyan rápidamente a partir de entonces, las temperaturas cálidas se prolongarán cada año hasta, al menos, finales de este siglo. Y, si el consumo de combustibles fósiles no disminuye, en 2100 el verano podría durar casi la mitad del año.
El aumento de las temperaturas amenaza pues la salud, el agua, los alimentos, la vivienda, la educación y los medios de subsistencia de quienes viven hoy, y pone en peligro los derechos fundamentales de las generaciones futuras. En un informe reciente, la oenegé Climate Rights International (CRI) señala que “el calor extremo está matando a cientos de miles de personas cada año, cerrando escuelas y agravando la inseguridad alimentaria e hídrica», e interpela a los gobiernos y empresas para que “actúen ya para proteger a las personas de las devastadoras consecuencias del aumento del calor, que sólo van a empeorar a medida que se intensifique el cambio climático”.
Aunque los episodios de calor extremo suponen riesgos para todos, las investigaciones han demostrado que algunos grupos están más expuestos que otros. Las mujeres, los niños, las personas mayores, las embarazadas, los discapacitados y las personas que viven en edificios no adaptados para altas temperaturas sufren de forma desproporcionada sus efectos.
Las implicaciones sociales y económicas de un mundo más cálido son profundas y transversales
El calor pesa más sobre las poblaciones más pobres y con menos recursos para adaptarse. Quienes viven en barrios densamente poblados y más pobres suelen estar expuestos a más calor que quienes viven en barrios más ricos, en parte debido a la falta de densidad de vegetación. Este problema se agrava por el hecho de que las poblaciones pobres tienen menos posibilidades de permitirse aparatos de refrigeración o ausentarse del trabajo durante las olas de calor.
Las implicaciones sociales y económicas de un mundo más cálido son profundas y transversales. Los veranos del futuro exigirán nuevas concepciones de la salud pública y la justicia medioambiental. Quizá tendremos que rediseñar el calendario escolar, con todo lo que ello implica. Tal vez el periodo estival, concebido para el descanso desde hace cerca de un siglo, deba diseñarse de otro modo. Es posible que haya que actualizar los códigos de construcción de edificios para garantizar un acceso equitativo a recursos que se pasan por alto, como la brisa, la sombra y la vegetación. Con millones de personas más dependientes de la refrigeración, habrá que revisar las redes eléctricas para satisfacer la demanda estival y minimizar las emisiones que, justamente, son las que calientan la atmósfera.
La legislación internacional ya exige a los gobiernos que adopten una serie de medidas concretas para proteger a las personas de los efectos adversos del cambio climático, incluido el calor. La Unión Europea tiene competencias limitadas en el ámbito sanitario, pero apoya a los Estados miembros a través de programas de investigación e iniciativas específicas como el Observatorio Europeo del Clima y la Salud o la Autoridad de Preparación y Respuesta ante Emergencias Sanitarias.
Aunque adoptemos medidas urgentes y radicales para detener el aumento de temperaturas, los resultados necesitarán décadas en ser tangibles. Así que, mal que nos pese, es probable que los meses de calor sean más tórridos y amenazadores para el resto de nuestras vidas. Asumirlo y adaptarnos a esa realidad parece un asunto cada vez más urgente.
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2 comentarios
Un texto sorprendente, sin duda. Me gustaría saber quién es su autor.
Querido Alberto,
Buenos días y muchas gracias por tu comentario.
El autor es FORO DE FOROS.
Como bien sabes nuestras Reflexiones semanales que llamamos Food for Thought, son unas «piezas» maravillosas y me alegro te haya sorprendido.
Un abrazo,