La emergencia sanitaria y económica que ha desatado el coronavirus han relegado el medioambiente a un segundo plano. Existe el riesgo de que el mundo post-pandemia sea aún menos sostenible.
Mientras los humanos parábamos nuestra actividad frenética y nos encerrábamos, los niveles de contaminación atmosférica caían en picado. La imagen de una medusa a sus anchas en un canal de Venecia daba la vuelta al mundo. Poco a poco las redes fueron llenándose de muestras de la naturaleza tomando espacios durante el confinamiento: un puma trepando por una vivienda en Santiago de Chile, un jabalí despistado por Barcelona, caballos salvajes galopando por las pistas de Sierra Nevada… Imágenes efímeras e impensables una vez que volviera a ponerse en marcha la economía mundial.
Como plantea David Wallace-Wells, autor de ‘El planeta inhóspito. La vida después del calentamiento’, está por ver si la covid-19 traerá consigo instituciones mundiales más sólidas, capaces de hacer frente no solo a la enfermedad sino también a la pobreza y al cambio climático. No solo las ONGs están pidiendo que se alinee el crecimiento con la sostenibilidad. También reclaman una mentalidad verde grandes multinacionales y entidades financieras, que entienden que es lo único viable a largo plazo.
Ahora que los Gobiernos están desbloqueando miles de millones para apuntalar las economías, la duda es si se invertirá en restaurar la vieja economía o en una nueva más verde. A principios de abril, 13 ministros de Medio Ambiente de la UE firmaron una tribuna reclamando a la Comisión que la reconstrucción se guíe por el Green Deal (Pacto Verde). Según estimaciones de la propia Comisión, el Green Deal generaría 1,2 millones de empleos en la UE, unos 200.000 en España, lo que haría aumentar un 0,5% el PIB del continente durante la próxima década.
La cuestión es cuán lejos querrá llegar cada gobernante europeo, teniendo en cuenta que en casa el paro se ha disparado. En algunos países este pacto que la presidenta Von der Leyen quiere convertir en símbolo de su mandato, se encuentra con una oposición fuerte porque se teme que el cese de algunas actividades contaminantes dispare aún más el desempleo.
En Estados Unidos, que vive su peor momento económico desde la Gran Recesión, más de 300 empresas le han pedido al presidente un plan de recuperación verde post pandemia para garantizar que lo que ayude a parar una crisis no exacerbe otra. Pero Donald Trump no ha mostrado nunca una especial conciencia medioambiental. Cuestiona la evidencia científica en torno al cambio climático y decidió salir del Acuerdo de París sobre Cambio Climático, algo que podría materializarse después de las elecciones de noviembre.
Los retrocesos ya se están viendo: la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos ha concedido una moratoria indefinida al cumplimiento de leyes ambientales de las industrias contaminantes. Se han flexibilizado las normas de eficiencia de combustible para los coches nuevos y se han suspendido las que penalizaban la contaminación por hollín del aire. El problema es que muchas medidas serán difíciles de revertir. Es cierto que algunos estados están remando en contra de sus políticas, pero su capacidad de maniobra es limitada.
El mundo post-pandemia será más gris en algunos sentidos y más verde en otros. Se ha avivado el debate sobre una movilidad más sostenible en las ciudades con más carriles bici, por ejemplo, pero se teme que el miedo al contagio haga que más gente vuelva a coger el coche particular y renuncie al transporte público. Es importante entender, dice el secretario general de la ONU, António Guterres, que lo más caro será no hacer nada.
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