¡Proteged al Técnico!
José Luis Rodríguez Ontiveros
Octubre 29, 2024
Calificar un estado moderno con la etiqueta de democracia, tecnocracia o autocracia será, en la mayoría de los casos, una simplificación.
La mayoría de las veces veremos una escala de grises, con dinámicas complejas donde algunos líderes, rodeados de sus respectivas camarillas, compiten por el poder limitados por una serie de contrapesos (jueces, medios de comunicación, organismos reguladores, técnicos, etc.).
La robustez de estos contrapesos –esto es, su independencia y rigor– determina la calidad de una democracia. La sed de poder del ser humano hace que confiar en la buena voluntad de los líderes no sea la mejor de las ideas. La historia ha demostrado que es mejor recurrir a unos contrapesos sólidos que aten en corto a los gobernantes. Las democracias occidentales no funcionan porque la decisión colectiva sea la mejor –de hecho, hacer lo que diga la mayoría no es un principio especialmente sofisticado–, sino porque producen un complejo sistema de contrapesos que alinean el interés personal de los gobernantes con el interés general.
Los gobernantes de los países que normalmente calificamos de autocracias vencieron hace tiempo la batalla de apoderarse de los contrapesos, ya sea mediante la fuerza, o mediante la más sutil –y moderna– estrategia de colonizarlos poco a poco y de forma silenciosa. Por el contrario, los países que normalmente llamamos democracias se caracterizan porque mantienen este sistema de contrapesos.
Pero no nos engañemos, en la mayoría de los casos, podemos observar cómo los líderes de los países que llamamos democracias intentan, con mayor o menor sutileza, tomar el control de los contrapesos, y cómo éstos resisten de la mejor manera que pueden. Estrategias como infiltrar políticos afines en los órganos de gobierno del sistema judicial, en la jefatura de los organismos reguladores, o controlar los medios de comunicación, están a la orden del día en los gobiernos de muchas democracias occidentales. Una constitución sólida será un buen muro de contención contra este tipo de estrategias, pero en la mayoría de las ocasiones no será suficiente.
Puede que no te suene la ley para la implicación a largo plazo de los accionistas en las sociedades cotizadas
Pero hay un contrapeso de los sistemas democráticos del que se habla poco, y que sin embargo tiene una importancia capital. Hablo de los técnicos. Ese gran poder invisible, con miembros integrados y dispersos en las instituciones independientes, los organismos reguladores y supervisores, en los think tanks, en los niveles elevados de la administración, en las universidades, en las comisiones de experto encargadas de la elaboración de las leyes, etc. No tiene forma, actúa de forma dispersa, y por supuesto está absolutamente supeditado al resto de poderes.
Puede que no te suene la ley para la implicación a largo plazo de los accionistas en las sociedades cotizadas. Sin embargo, esta norma tuvo un fuerte impacto en la economía y en la vida de las personas, aunque se debatió y negoció entre técnicos, sin salir al debate público. Esto es lo que ocurre, en realidad, con la mayoría de normas. La razón no es una opacidad normativa, sino sencillamente que los técnicos de cada área son los que podrán tomar una decisión más informada y razonada sobre la materia, llegando a conclusiones generalmente mejores que las que se obtendrían mediante una consulta pública.
Los técnicos hacen de cortafuego frente a los populistas. Ellos son los que velan por que los problemas complejos no se aborden con medidas simplistas y poco efectivas pero que generan votos.
Pero ¿estamos realmente protegidos de las normas populistas? Solo hay que echar un vistazo al panorama político para darse cuenta de que no
Pero por desgracia, y a pesar de los técnicos, no tenemos que salir de nuestro país para ver cómo problemas como el encarecimiento salvaje de la vivienda, o la insostenibilidad del sistema de pensiones, se abordan por los políticos desde una perspectiva populista, sin pensar en solucionar efectivamente el problema.
Por ello un poder técnico sólido y, sobre todo, independiente, es crítico para protegernos de la falta de alineación de los gobernantes con el interés general.
No hablamos, por supuesto, de un sistema íntegramente técnico. La experiencia histórica parece desaconsejar una tecnocracia plena. No sólo es la posibilidad de degeneración, sino sobre todo la falta de legitimidad, en particular para decidir sobre cuestiones sobre los que no hay principios universalmente válidos – ¿es mejor una organización liberal o una socialdemócrata? ¿posturas conservadoras o progresistas? –. En última instancia, son cuestiones sobre las que la gente debe decidir. Lo contrario sería una imposición ilegítima. Los técnicos tienen una función fundamental, pero no pueden ser la única fuente de toma de decisiones.
Pero si su función es tan fundamental, ¿por qué no están reconocidos como poder independiente, protegidos de las garras del poder ejecutivo?
Algunos podrán decir que los técnicos ya están protegidos, que los gobiernos ya tienen un elevado perfil técnico, o que las normas pasan por un riguroso trámite antes de ser aprobadas. Pero ¿estamos realmente protegidos de las normas populistas? Solo hay que echar un vistazo al panorama político para darse cuenta de que no. Por el contrario, el riesgo es más alto que nunca en una época donde los populismos están de moda.
Me atrevo a decir que es una urgencia dotar al poder técnico de más funciones y protección. Una mayor involucración de los expertos en la producción normativa, la creación –o fortalecimiento– de institutos independientes, o la atribución de mayor peso, vinculación y publicidad a sus informes, son sólo algunas de las medidas que se podrían adoptar.
En las próximas décadas, los gobiernos se enfrentarán a algunos de los mayores retos a los que se ha enfrentado la humanidad, desde el envejecimiento demográfico en occidente, una crisis migratoria sin precedentes, la transformación del mercado laboral por la irrupción de la inteligencia artificial, la crisis climática, o un panorama geopolítico multipolar altamente inestable. Es nuestra responsabilidad como ciudadanos preguntarnos cómo queremos que se afronten estos problemas, si desde el populismo, o desde el rigor científico.
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