La trampa de la identidad

Nosotros frente a ellos. La exaltación de la pertenencia a un grupo. Lo identitario se ha convertido en un arma política más. Los matices y circunstancias distintas de cada sociedad quedan en un segundo plano; el análisis se diluye y se empobrece.

No es algo nuevo: José Ramón Torregrosa, el introductor de la psicología social en España, se preguntaba en los años 80 por qué la identidad se había puesto de moda en nuestro país y en otros vecinos. “Se dice que los pueblos recuperan sus señas de identidad, que la juventud atraviesa una crisis de identidad, y hasta se habla de que los partidos políticos atraviesan una crisis de identidad”, escribía. Le intrigaba por qué para hablar de política se usaba un término que tiene más que ver con una relación clínica, de psicoanálisis. 

Se debía, “posiblemente, [a] la función ideológica de transformar conflictos de intereses, conflictos estructurales, en problemas de significado y en problemas psicológicos”. Por aquel entonces la expresión “identidad nacional” hacía furor en Francia, en un momento de vulnerabilidad y de sentimiento de pérdida de liderazgo que impulsó al Frente Nacional y colocó la inmigración en el centro del debate político.

Vulnerabilidad e identidad han ido siempre de la mano. “Cuando un grupo se siente amenazado, necesita hacer más radicales sus diferencias con los demás”, subraya la historiadora Anne Marie Thiesse, autora del libro La Création des identités nationales. Europe XVIIIe – XXe siècle (Seuil, 1999). Las políticas de austeridad después de la crisis económica de 2008 provocaron un sentimiento de desafección frente a las instituciones y dispararon el nacionalismo. Se dejó el campo abonado para líderes populistas con soluciones milagrosas.

En Estados Unidos, el presidente Donald Trump abraza las tesis de Huntington: es preciso unirse frente al declive de la lealtad nacional. La campaña de Trump para las elecciones del próximo año se apoya fuertemente en la identidad. 

Además, esta se ha convertido en un fuerte tras el que parapetarse frente a los “malos” (China, los demócratas, la Unión Europea…). Y sirve como parche para tapar otros problemas reales: una agenda social desatendida, el drama de los trabajadores pobres, un mundo en cambio tecnológico constante que exige renovarse y que no obstante no garantiza la continuidad de ciertos sectores…

En Europa las guerras culturales han provocado que temas sobre los que había consenso, como el aborto o las leyes LGTBI, vuelvan a la agenda política. En Polonia y Hungría, los gobiernos del PiS y de Viktor Orbán hablan de naciones puras y de lazos de sangre, y han reformado sus políticas culturales para reforzar una determinada identidad (católica, antimusulmana y anticomunista ) frente al resto.


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