Nos bombardean con información a cada instante. Nuestra atención se ha convertido en un tesoro para las empresas, y eso tiene consecuencias nefastas; es la la era de la distracción.
Los teléfonos móviles y las ‘apps’ de noticias y entretenimiento están diseñadas para captar constantemente nuestra atención. Un estudio de la Universidad de Harvard publicado en 2010 ya indicaba que pasamos distraídos casi el 50% del tiempo, y eso en unos años en los que aún no habían estallado las redes sociales. Hoy, el porcentaje seguro es mayor. Vivimos sobreestimulados por los reclamos digitales y ya ni siquiera somos capaces de centrar nuestra atención en las tareas más importantes de nuestras vidas, como es el trabajo o disfrutar de la compañía de nuestros allegados. No digamos ya pararnos a leer un libro o sencillamente dejar la mente en blanco. Nos hemos convertido en ludópatas de la distracción.
Esto obviamente no es espontáneo. Nuestra atención se ha convertido en un tesoro para miles de marcas comerciales que, con sus reclamos, tratan de arrastrarnos a su terreno. Nos mandan alertas de última hora, titulares imposibles de ignorar, vídeos cortos y ultraefectivos, juegos móviles coloridos y adictivos. Nos bombardean a emails, tuits, alertas, stories y emoticonos. En resumen, nos brindan la promesa de no permitir que nos aburramos nunca. Aburrirse o dejar la mente fluir se han convertido en los nuevos anatemas, y eso tiene consecuencias directas sobre nuestra salud. La primera: reducir nuestra capacidad de acometer labores intelectualmente complejas.
Estudios científicos recientes han confirmado que los adolescentes ya son incapaces de dedicarse a una misma tarea más de 65 segundos, mientras que los adultos apenas podemos poner el foco en un único cometido durante tres minutos. Lo señala Johann Harari en su ensayo El valor de la atención. Por qué nos la robaron y cómo recuperarla (Península, 2023). “Estamos en medio de una tormenta perfecta de degradación cognitiva como resultado de las continuas interrupciones. La gran mayoría de la población dice que se siente menos competente que hace 10 ó 20 años”, afirmó en una reciente entrevista al diario El Mundo.
Tim Wu, profesor en la Escuela de Derecho de Columbia y autor de Comerciantes de atención. La lucha épica por entrar en nuestra cabeza (Capitán Swing, 2020) advierte del mismo problema de manera más cruda: “Nos bombardean con información a cada instante de cada día. Creo que la mayoría de la gente en los países desarrollados está enganchada, casi como ocurrió con el tabaquismo en los años 50”.
En un estudio de campo elaborado por el King’s College de Londres en 2021 sobre una población de 2.093 adultos, se concluyó que la mitad de ellos sentían que su capacidad de atención era más reducida que antes, y admitían que no podían parar de chequear sus teléfonos móviles cuando deberían estar concentrados en otras cosas. No solo los encuestados jóvenes, también personas de mediana edad sentían que su atención y su agudeza mental se habían entumecido por culpa de la sobreestimulación que nos producen los móviles y las redes sociales.
En términos neurocientíficos, a la consecuencia de ir saltando constantemente entre aparatos y tareas se le conoce como “efecto del coste de cambio”. Significa que si compruebas tu whatsapp o tus redes sociales mientras trabajas, no solo estás perdiendo pequeños chispazos de tu tiempo, sino también el tiempo que necesitas para recuperar la concentración a posteriori, que resulta ser incluso mayor que ese fugaz salto de atención. “No nos damos cuenta, pero al cambiar de tarea obligamos a nuestro cerebro a reconfigurarse, por breve que sea ese cambio, y eso tiene un coste”, explica Earl Miller en un estudio del Massachusetts Institute of Technology (MIT). Y pone un ejemplo: “Imagina que estás haciendo la declaración de la renta y recibes un mensaje, lo lees (es solo un vistazo, tres segundos) y vuelves a tu declaración. En ese momento tu cerebro debe reconfigurarse, debe recordar qué estabas haciendo antes, en qué centrabas tus pensamientos. Y hay pruebas de que eso reduce tu competencia, eres más lento como resultado de ir saltando entre tareas”.
“Mucha gente se está empezando a preocupar por pasar demasiado tiempo frente a las pantallas”, afirma Tim Wu, quien remata: “Si siempre estás buscando algo con lo que entretenerte, no tienes un control real de tu vida”. La ciencia también halla respuestas claras en el lado opuesto: cuando nuestra mente es libre y divaga, nuestras ideas más brillantes afloran. Un ducha relajante no solo calma el cuerpo, también libera un torrente de conciencia, claridad y creatividad. Lo demuestra un estudio canadiense elaborado en 2015. La ducha, el trayecto hacia el trabajo o el ejercicio físico son tres momentos de absoluto fluir en nuestras mentes que debemos cuidar como oro en paño.
Curiosamente, el temor a que secuestren nuestra atención se remonta a la Antigua Grecia, cuando Socrates se lamentaba de que la palabra escrita produce “olvido en nuestros espíritus”. También en el siglo XIX, las nuevas formas culturales, como los folletines de consumo popular, fueron criticadas por las distracciones que esas novelas sensacionalistas generaban. El temor a los efectos catastróficos de las nuevas formas de comunicación y la tecnología sobre nuestra atención sí parece esta vez justificado, aunque es pronto aún para calibrar su verdadero alcance sobre nuestras mentes.
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