El caso del cómico Dani Mateo, investigado por un delito de injurias a la bandera española (hizo el gesto de sonarse con ella en televisión, lo que le valió una denuncia de la organización Alternativa Sindical de Policía), ha retomado el eterno debate sobre los límites de la sátira.
Los denunciantes del humorista invocan al respeto para ellos en nombre de la sociedad democrática. ¿Debe la sociedad establecer límites o el tope lo fija el respeto a la ley? ¿Dónde está la línea roja entre lo ofensivo sin consecuencias y lo punible?
Los defensores de Mateo alegan que una sociedad madura no pone cortapisas a la parodia. Lo contrario les parece descafeinar el humor, desvirtuarlo. Creen que un humorista trabaja con la libertad de expresión como el carpintero con la madera.
Chocan dos visiones del mundo. Dos formas de entender el progreso y el respeto.
Límites móviles
La ironía, la sátira, el sarcasmo, son fruto de cada época. Sus límites no son estáticos. La prueba es que una misma broma se tolera y se aplaude en unos países, y no en otros, o en el mismo territorio en momentos distintos. ¿Tendría cabida hoy en España un Arévalo con sus parodias de hombre amanerado?
Muchos cómicos se mueven en la cuerda floja entre la transgresión y el mal gusto. Uno de los ejemplos más famosos es el británico Ricky Gervais. Autor de la premiada serie The Office, en 2011 hizo sudar a los organizadores de la ceremonia de los Golden Globes con un monólogo incendiario. Había presentado la misma gala un año antes y se le tildó de tibio. Así que se resarció, para muchos pasándose de frenada: se burló del alcoholismo de algún actor, de la diferencia de edad de algunas parejas conocidas… más que carcajadas, provocó silencios incómodos. Al año siguiente no le llamaron.
En aquel momento se habló de que Estados Unidos no había sabido captar la irreverencia de Gervais por estar ensimismado en la corrección política. Muchos cronistas lamentan que Europa haya importado ese corsé mental. ¿Es así?
En España hemos vivido varios casos en los últimos años. En 2007, una portada de El Jueves que mostraba una caricatura del Rey y la Princesa Letizia en una postura sexual explícita fue secuestrada por orden judicial. La misma publicación vio censurada otra portada en 2014, lo que provocó la dimisión de varios colaboradores de la revista.
El humorista Robert Bodegas, parte del dúo Pantomima Full, fue blanco de críticas, pero también de amenazas por sus chistes sobre la comunidad gitana. «En mi opinión, no hay que esperar pedagogía ni didáctica en la comedia cuando se dirige a personas adultas, pues confío en el criterio personal de cada persona para discernir entre un chiste y un discurso serio», explicó. Confesó también que le había costado digerir el aluvión de críticas.
Para el francés Didier Porte, cada cómico debe fijarse sus propios límites. “Se puede hablar de todo, en función de los límites de cada cual. Son subjetivos. Yo por ejemplo sobre el Holocausto no tengo ganas de bromear. No soy judío pero estoy sensibilizado con el tema. Sin embargo, me obligaron a ir a misa durante 15 años así que me resulta fácil meterme con los que me han fastidiado”. Irónico, Porte dice que los humoristas son “complementarios a los periodistas” a la hora de abordar la actualidad.
Otra corriente dentro de los profesionales de la comedia asegura no sentirse cohibida: simplemente no les apetece reírse a expensas de nadie. Pueden ridiculizar situaciones pero no poniendo el foco sobre debilidades de un determinado colectivo. Es el caso de la australiana Rebecca Shaw, lesbiana militante, que escribió hace unos meses: “El cambio social no quiere decir que los cómicos no puedan hacer bromas ingeniosas o sobre el tema que quieran. Soy de la opinión de que casi cualquier cosa debe permitirse, siempre que se aborde del modo adecuado. Es cierto que ya no puedes subirte a un escenario, hablar de lo asquerosos que son los homosexuales, y esperar que el público se lo trague. Pero eso no es malo. No es la cultura de lo políticamente correcto censurándote o arruinando tu vida de humorista. Es la sociedad que avanza, y tú quedándote tristemente estancado”.
Inmediatez sin filtros
Por la propia configuración de los algoritmos, en las redes sociales tienen mayor promoción y visibilidad aquellas bromas más radicales porque atraen más comentarios, movilizan más. Por otro lado, a los humoristas se les exige mucha rapidez. Si quieren tener presencia deben posicionarse, a menudo sin poder dedicarle tiempo a pensar en los matices, en trabajar la ironía. Y cuanto más espinoso es un tema, más se necesita una pluma precisa.
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