
La afinidad por ciertos idiomas no es universal ni tiene una base neurológica, sino que responde a prejuicios y sesgos culturales
Tres investigadores han tratado de resolver uno de los debates más envenenados que uno pueda imaginar: ¿son algunos idiomas más bellos que otros? Todos sentimos afinidad por ciertos idiomas: a unos nos gusta la musicalidad de las lenguas latinas, a otros la fonética más dura de raíz germánica, otros sentimos debilidad por las lenguas tonales del este de Asia. Los investigadores han puesto la ciencia al servicio de esta cuasi imposible disyuntiva y han alcanzado conclusiones muy interesantes. ¿Han detectado algún idioma más bello que los demás? La respuesta corta es no, o al menos no que se pueda demostrar científicamente, y esa es una excelente noticia.
Andrey Anikin, Nikolay Aseyev y Niklas Erben Johansson, científicos de la Universidad de Lund, en Suecia, analizaron 228 idiomas de un modo un tanto peculiar pero efectivo: utilizaron una película online sobre la vida de Jesús que sus promotores habían grabado en cientos de idiomas. Lo más importante es que la mayoría de las grabaciones tenían al menos cinco hablantes diferentes, y había diálogos y narración. El equipo reclutó a 820 personas de tres grupos lingüísticos distintos -chino, inglés y semita (hablantes de árabe, hebreo y maltés)- para que escucharan los clips y valoraran el atractivo de los idiomas.
Lo que descubrieron fue que casi todas las 228 lenguas tenían una valoración sorprendentemente similar cuando se atendía a ciertos factores personales de cada participante: principalmente su origen, los idiomas que domina y sus sesgos político-culturales. Así, que el tok pisin, un idioma criollo inglés hablado en Papúa Nueva Guinea, resultase el idioma más bello y el checheno el menos valorado, quedó en mera anécdota.
Si bien las calificaciones fueron muy ajustadas, los gustos entre los tres grupos culturales sí fueron muy dispares. Los hablantes de un mismo grupo lingüístico tendían a coincidir entre ellos, pero no así con los hablantes de los otros dos grupos. Lo que nos lleva a concluir que nuestra afinidad por un idioma tiene un claro sesgo lingüístico y cultural. Cuando sentimos que un idioma nos resulta familiar aunque no lo entendamos (por ejemplo los españoles hacia el italiano o el portugués) lo consideramos más bello que un idioma totalmente ajeno. También tendemos a poner en valor idiomas cuya cultura apreciamos o sentimos que es predominante, como por ejemplo el inglés, y castigamos idiomas que sentimos culturalmente inferiores, como ocurre con los idiomas del África subsahariana. También suele ocurrir con los dialectos: valoramos los que sentimos socialmente prestigiosos y denostamos los que sentimos inferiores.
«La preferencia por ciertos acentos no tiene nada que ver con una base neurológica o las propiedades de la percepción del habla, sino que se trata de prestigio y prejuicio»
Los investigadores trataron de neutralizar al máximo todos estos sesgos y enfocar la atención en la pura lingüística. Y en este campo rompieron ciertos prejuicios culturales: ninguna de las características fonéticas evaluadas fue más apreciada que las demás. Es decir, la belleza del italiano o el francés por su musicalidad y su repertorio fonético no es más que un mito que quizá sí valoramos los hablantes de lenguas latinas, pero que desde luego no comparten los asiáticos o los habitantes de las islas del Pacífico. Los investigadores solamente vislumbraron una ligera preferencia por las lenguas no tonales, mayoritarias en China y el Sudeste asiático. Y también cierto desagrado por chasquidos o retroflejos (consonantes que se articulan con la lengua elevada hacia los alvéolos superiores o el paladar).
«La preferencia por ciertos acentos no tiene nada que ver con una base neurológica o las propiedades de la percepción del habla, sino que se trata de prestigio y prejuicio», adelantó la lingüista Lisa Davidson, directora del laboratorio de fonética y fonología experimental de la Universidad de Nueva York, en una entrevista a BBC en 2021.
El debate sobre qué idiomas son más agradables al oído es al menos tan antiguo como el Talmud, que ya menciona la estética fonética del siguiente modo: “Cuatro idiomas son placenteros para usar en el mundo: el griego para la canción; el latín para la batalla; el sirio (arameo) para el canto fúnebre y el hebreo para el habla”. La literatura también ha dado cuenta de nuestros gustos auditivos (que ahora sabemos que son subjetivos y no tienen una explicación fisiológica) en obras como El Señor de los Anillos, en la que J.R.R. Tolkien ideó un hermoso idioma para los elfos y un idioma gutural y agresivo para las fuerzas oscuras de Mordor.
De hecho, los investigadores de la Universidad de Lund sugieren emplear lenguas artificiales como las inventadas por Tolkien y por otros autores de ciencia ficción para calibrar qué hace atractivo un idioma minimizando los sesgos, ya que ahora sabemos que la percepción fonético-estética de un idioma está altamente condicionada por la familiaridad, real o imaginaria, que tengamos con ella. Del mismo modo, los autores celebran que si bien no han sido capaces de encontrar el idioma más bello del mundo, al obtener unos resultados tan compensados han “puesto de relieve la unidad fonética y estética fundamental de las lenguas del mundo”.
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