El activismo radical puede beneficiar de manera indirecta propuestas más moderadas, pero parece improbable que atentar contra grandes pinturas universales ayude a proteger el planeta
Dos jóvenes visitantes del museo National Gallery de Londres se plantaron frente a la famosa pintura Los girasoles de Vincent van Gogh, abrieron una lata de salsa de tomate y lanzaron el contenido sobre el lienzo, cuyo cristal protector quedó completamente manchado. Acto seguido, se untaron las manos con cola y se pegaron a la pared. En sus camisetas, un eslogan, ‘Just Stop Oil’, nombre del grupo de activistas climáticos al que pertenecen.
El vídeo circuló por medio mundo en cuestión de minutos. Millones de personas se echaron las manos a la cabeza horrorizadas. Días después, otros activistas replicaron el acto de supuesta concienciación medioambiental vertiendo tomate cerca de La joven de la perla del artista Johannes Vermeer en Holanda y puré de patata sobre Los Almiares de Claude Monet en Alemania. La última acción ha ocurrido en España: dos activistas del grupo Futuro Vegetal escribieron el mensaje “+1,5º” en la pared que separa Las Majas de Francisco de Goya en el museo del Prado.
Si lo que buscaban estos activistas es atención, no cabe duda de que la obtuvieron. También han logrado que el mundo sepa que les preocupa sobremanera el cambio climático y el uso intensivo de hidrocarburos. Ahora bien, ¿han sensibilizado a la población? Parece que no, pues casi nadie ha entendido el vínculo entre destruir el patrimonio pictórico y proteger el planeta. Sin embargo, no podemos afirmar tan a la ligera que los activistas han fracasado. Tal vez sí han despertado algo en esos millones de ciudadanos horrorizados, aunque sea de forma involuntaria. Es lo que se conoce como el efecto del flanco radical.
Dicho efecto es aquel en el que las facciones más radicales de un movimiento social pueden incrementar el apoyo hacia facciones más moderadas. Y esto puede suponer para esos grupos moderados mayor apoyo social, más activistas movilizados y mayor financiación en forma de donaciones. Es un mecanismo psicológico evidente, y ocurre también en el campo de la política y la sociología. Si lo extremo nos parece intolerable, lo menos extremo que quizá antes nos parecía cuestionable ahora nos parece legítimo en comparación. Tras ver el vandalismo sobre Los girasoles, La joven de la perla y en menor medida Las Majas, cualquier protesta en la que se cortan carreteras o se generan ciertas molestias nos parecerá más aceptable que antes.
Este efecto no es novedoso. Lo acuñó Herbert H. Haines en su ensayo Black Radicals and the Civil Rights Mainstream, 1954-1970, publicado en 1988, en el que argumenta que el movimiento del Black Power, que disentía de la estrategia no violenta de Martin Luther King, provocó que las opciones más moderadas defendidas por el reverendo ganasen fuerza, legitimidad y finalmente aprobación social. También en 1975 la feminista radical Jo Freeman hablaba de “flanco radical” para referirse al movimiento emancipador femenino, que por comparación ayudó a hacer más respetables al resto de grupos feministas más moderados, generando, sin quererlo, un beneficio para la causa.
James Ozden, investigador a cargo del Social Change Lab, una organización con sede en Londres que analiza las estrategias de activismo social, asegura que las integrantes de Just Stop Oil buscaron el efecto del flanco radical de forma deliberada, y presuntamente lo lograron. ¿Es eso así? Solamente ellas lo pueden confirmar. “Un flanco radical no violento probablemente ayudará, en vez de perjudicar, a un movimiento social”, sostiene Ozden. Desde luego, todos dedicamos un pensamiento al daño que hacen los combustibles fósiles sobre nuestro planeta cuando vimos el vídeo del tomatazo sobre Los girasoles y al resto de emuladores.
En un artículo publicado este año por la Oxford University Press firmado por el sociólogo Brent Simpson se concluye exactamente lo mismo. Pero con una gran salvedad: las protestas violentas o que atentan contra el patrimonio sí tendrían un efecto negativo sobre el objeto de la protesta, según encuestas y estudios de campo realizados por Simpson y su equipo. Este es el caso de los tomatazos en los museos, y esto nos hace concluir que, a la vista del rechazo social, tal vez están fracasando en su objetivo, por mucho que hasta el momento los activistas se están cuidando de dañar los lienzos. ¿Y si a la próxima los activistas tienen menos miramientos?
El problema de estas protestas está en su misma concepción: carecen de una lógica de acción y eso las hace repudiables. Los activistas en favor de los derechos animales, por ejemplo, suelen protestar ante productores de cuero o en granjas intensivas. O los que protestan por el uso de hidrocarburos vandalizan oficinas de empresas multinacionales del sector. Es decir, tienen lógica de acción. Pero el asunto de los tomatazos no, y ese puede ser su gran pecado. Miguel Falomir, director del museo de El Prado, ha afirmado en este sentido que “hay formas más inteligentes para defender nobles causas, pero haciéndolas de esta manera se consigue lo contrario”.
El Ministerio de Cultura ha instado a los principales museos y galerías españoles a “extremar las medidas de seguridad y ser exhaustivos en el cumplimiento de las normas de acceso”, aunque ningún museo está preparado para afrontar una amenaza constante y tan arbitraria como que un visitante lance cualquier producto sobre los lienzos, la mayoría desprotegidos, como ha ocurrido con Las Majas. Tampoco Las meninas tienen protección, ni el Guernica, que sí la tuvo muchos años. Es una situación altamente estresante para los equipos de los museos.
Posiblemente las aseguradoras exigirán a los museos protocolos específicos contra actos vandálicos de este tipo, y esto puede encarecer los costes de las pólizas notablemente. Esto, en instituciones públicas normalmente deficitarias, es un grave problema. Tal vez se optará por encapsular detrás de gruesos cristales todas las grandes pinturas, con la pérdida emocional y artística que eso conlleva. Ocurra lo que ocurra, será la sociedad en su conjunto la principal perjudicada por estos actos estériles debido a su inexistente lógica de acción, por encomiable que sea el propósito.