Cada vez más solos

Aumenta la esperanza de vida al tiempo que se descompone el tejido social. El resultado es una existencia más longeva pero también más solitaria en sus años finales.

Antonio Torralba pasó cinco años muerto en su piso de Valladolid sin que nadie le echase en falta. El pasado diciembre, unas personas que entraron en su vivienda con el fin de ‘okuparla’ descubrieron el cadáver momificado. Antonio tenía 64 años, vivía solo y estaba solo. Sin familia, sin amigos. El piso era de alquiler. La propietaria aseguró que “pagaba todos los meses la renta, ya que tenía una orden de transferencia permanente en la cuenta del banco”. El teléfono seguía activo, aunque saltaba el contestador. La policía contactó con su hermano, con quien no tenía relación desde hace años, para que se hiciera cargo del cuerpo. Este alegó que no tenía dinero para el sepelio. El ayuntamiento se hizo al fin cargo de Antonio, que estuvo en soledad hasta el mismo momento de tomar contacto con la tierra.

El caso de Antonio es extremo, pero ya hace unos años que los bomberos, principalmente en ciudades grandes, advierten de que casi a diario se ven obligados a tirar abajo puertas para recuperar los cadáveres de personas que han muerto solas. El aumento de la esperanza de vida hace que vivamos más años y con mejor salud, pero la ruptura del tejido social provoca que esos últimos años de vida los pasemos, en muchos casos, sumidos en una profunda soledad.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la soledad como un problema de salud pública de primer orden. En España padece soledad no deseada una de cada diez personas. Treinta millones de personas se sienten solas en la Unión Europea. No es pues un problema individual, sino una tragedia que nos interpela a todos. Porque la soledad no es un asunto exclusivo de la vejez: se puede sentir en muchos momentos de la vida. Sentirse solo no significa necesariamente vivir solo, ni pasar el día sin relacionarse con otros individuos. Un reciente estudio de la Fundación la Caixa sobre distintos grupos de edad concluyó que el rango de 20 a 39 años de edad manifestaba el mayor sentimiento de soledad no deseada, un 35% de los encuestados, una cifra superior a los ancianos.

“La soledad es lo peor que puede haber. Te ves desamparada, te ves sola, te ves muy impotente de hacia qué hago yo, a quién llamo. La soledad es tristeza”, narra Elvira Vivas, 87 años, en el documental temático ‘Mi soledad, nuestras soledades’, dirigido por Óscar Chamorro. “Es tristeza, desolación, eso no se cura”, le secunda Emilio Caballero, de 64 años.

En el filme, Javier Yanguas, doctor en Psicología, sostiene que “la soledad es una especie de dolor social similar al dolor físico que miles y miles de años atrás era necesario para que tú no abandonaras la comunidad, el grupo, porque fuera del grupo hace millones de años la vida era imposible. Ese dolor ahora nos sigue persiguiendo”. También esboza un análisis político: “La soledad actual se debe en parte a las consecuencias de la revolución neoliberal de los años 80. Hemos ido cerrando espacios comunitarios, hemos ido anulando lugares de encuentro, la gente no va a misa, los sindicatos no cumplen su labor. Hemos ido desarticulando lazos familiares, por la globalización tenemos menos hijos, el trabajo ha colonizado el mundo personal. Tenemos menos tiempo y el encuentro se vuelve más complicado”.

El asunto trasciende la esfera de la salud mental y afecta a la misma esperanza de vida de una persona. Según un estudio encabezado por Julianne Holt-Lunstad, investigadora de la Brigham Young University (Estados Unidos), el contacto cara a cara libera una cascada de neurotransmisores que actúan como un chute de autodefensas. Algo tan sencillo como el contacto visual, encajar manos o cualquier otro contacto físico libera oxitocina. Al punto de que las variables con más peso a la hora de predecir la longevidad de una persona son, en primer lugar, la integración social, y en segundo lugar, mantener relaciones cercanas. A continuación vienen abandonar el tabaco y el alcohol, vacunarse contra la gripe, controlar la salud cardiovascular y hacer ejercicio. Es el resultado de un estudio con 14.000 personas.

La psicóloga canadiense Susan Pinker recoge el trabajo de Holt-Lunstad y lo amplía desde una perspectiva sociológica en su libro El efecto aldea: cómo el contacto cara a cara te hará más saludable, feliz e inteligente (Funambulista, 2022). Pinker cita estudios que demuestran cómo dos personas que suben una cuesta juntas la ven menos empinada que otra que la sube a solas; o que el momento en que los participantes de un estudio se sentían más contentos es cuando estaban en una situación social. “Desde la pandemia, la gente ahora teletrabaja, no quiere volver a la oficina. Pero pierde la oportunidad de socializar con sus colegas”, advierte la psicóloga. “Las empresas tendrán que solucionarlo, por ejemplo insistiendo en que vayan dos días a la semana, o que se encuentren en terceros espacios, ni en casa ni en el trabajo”.

Puede que la isla de Cerdeña nos muestre el camino. Es el lugar con la mayor concentración de centenarios de Europa. Entre los motivos, uno es fundamental: los sardos siempre están rodeados de familia extensa, de amigos y vecinos, del tendero de la esquina, del dueño del bar, del grupo de la partida de cartas. Estos lazos generan, como demuestran distintos estudios, una defensa biológica contra la demencia y el declive. Los sardos, simplemente, rara vez viven vidas solitarias. En un país como España, donde cumplir 100 años cada vez es menos excepcional (ya hay casi 20.000 personas centenarias y se calculan 200.000 para dentro de 50 años) deberíamos tomar nota y cambiar el rumbo a la mayor brevedad.


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    2 comentarios

    1. Hay en este artículo, desde mi punto de vista, una primera comparación que me inquieta. Está recogida en el destacado del titular y consiste en presentar un paralelismo entre MAYOR TIEMPO DE VIDA y DESCOMPOSICIÓN SOCIAL, o bien entre MAYOR LONGEVIDAD y MAYOR SOLEDAD no deseada.
      ¿Por qué me inquieta? Porque muchos lectores se quedan con este titular. Porque este tipo de síntesis se repite con mucha frecuencia en los medios, conformando una opinión equivocada que identifica vejez y soledad, lo que no es cierto -como bien se recoge, precisamente, en el cuerpo del artículo-, pero que si uno no lee más que el encabezamiento asume como cierto el equívoco. Más aún, considero que los elementos de la comparación: TIEMPO, COHESION SOCIAL y SOLEDAD, son los que inducen al error; creo que deberíamos desligar tales conceptos para pensar en ellos como realidades diferentes. Puede haber viejos solos y viejos acompañados, jóvenes solos y jóvenes acompañados, niños solos y niños acompañados. Y la cohesión o la descomposición social serán efecto de los males que sufra esa sociedad. ¿Por qué, entonces la soledad no deseada? ¿Qué sentido tiene? ¿Es consecuencia de la ruptura del tejido social, de su «descomposición» como señala el artículo?
      Pretendo aportar un punto de vista sobre el sentido de la soledad hoy, a quienes afecta y por qué se da. Quiero contribuir, de este modo, a avivar el espíritu que anida en el Foro de Foros, compartiendo mis ideas.
      Empecemos por el final. Considero que el llamado «tejido social» hoy en día está más tupido y es más amplio que en ninguna época anterior de la historia de la humanidad. Sólo con que analicemos las interrelaciones que se dan en la redes sociales comprobaremos que cada ciudadano español, europeo o americano dispone de una relación de contactos inmensa. Hay grupos múltiples que se crean respondiendo a intereses diversos, momentos concretos y objetivos más o menos perdurables. Y los integrantes de estos grupos conforman auténticas redes interactuando entre sí con la finalidad de satisfacer un conjunto de necesidades más o menos explicitadas.
      Es cierto que las familias son más reducidas, que instituciones como la iglesia -la católica sobre todo- no cumple el papel que tuvo en otros tiempos pasados y que otras organizaciones colectivas o comunitarias no sirven a los fines de cohesión social que tenían en otros tiempos -la mili, por ejemplo, que constituía en España un ritual de la condición de español y pasaporte hacia la edad adulta-. Pero las circunstancias sociales que han ido cambiando, ¿serían las responsables del incremento de la soledad no deseada? ¿es que la desaparición de algunas instituciones, como la mili o las familias numerosas, o la irrelevancia en que sobreviven otras como la iglesia, que antes aglutinaban, daban sentido de pertenencia y aseguraban la compañía a sus miembros es la causa de la mayor soledad no deseada? Yo creo que no. Me parece que es al revés. Creo que estas y otras organizaciones o instituciones son el resultado de unas concretas formas de vivir, de sentirse en sociedad. La iglesia, el ejército o la familia son consecuencia de la expresión de los sentimientos de las personas y soluciones a las necesidades y carencias que tienen.
      ¿Qué ha cambiado, entonces, para que habiendo un tejido social amplio y numerosísimo entre las personas del 2023, en cualquier parte del mundo -y en España en particular- haya un creciente número de españoles que se sienten solos?
      A mi me parece que el origen se encuentra en el individualismo de los sujetos actuales. Así como en las sociedades rurales -y desde las épocas más antiguas, empezando por la vida tribal- los sujetos que compartían un territorio próximo se veían impelidos a asociarse a otros para la defensa y la cobertura de sus necesidades básicas, partiendo de la conciencia de que aisladamente no eran nada y no podrían sobrevivir, en las sociedades urbanas, dotadas de elementos tecnológicos poderosísimos, el sujeto no siente la necesidad de asociarse con el prójimo y tanto le da mantener una «relación» con el vecino de su portal que con el lejano habitante de las antípodas terrestres.
      Además, la versatilidad y capacidad de las nuevas tecnologías permite al ciudadano moderno fantasear con que sólo con ellas puede sobrevivir, sin necesidad de contacto humano directo y cercano. Podríamos decir, sin necesidad de «correr riesgos». Este factor hunde sus raíces en lo más profundo del individualismo: no arriesgarse, o el miedo a correr riesgos, nos aleja de los demás. Hay en ello una actitud básica de desconfianza. De este modo, la desconfianza en el ser humano como un otro que nos enriquece y nos traiciona, la fantasía de que las tecnologías nos proveen de todo lo necesario para desarrollarnos y la ilusión de que disponemos de suficientes redes de apoyo en cualquier lugar del mundo como para no sentirnos solos nunca dan como resultado una epidemia de soledad de tamaño mundial.
      Esta desconfianza básica se da en todos los ámbitos. Desconfiamos del vecino, del compañero de trabajo, de la pareja con la que salimos, del lugareño al que nos gustaría preguntar cómo se llega a aquel sitio. Y confiamos, en cambio, en Google maps, en el «influencer» de moda o en el valorador de opiniones anónimas.
      El individualismo, alimentado por estas circunstancias, conduce a la soledad no deseada. Una soledad que es como un islote perdido, que de pronto el sujeto reconoce, entre otros muchos de los que le separa la mar, un mar inmenso y presente a todas las horas del día y de la noche. Un mar que empequeñece al solitario islote de la soledad.
      El fenómeno, como señala el artículo, es muy preocupante, porque afecta a millones de personas en España. Pero es aún más preocupante que EL MAYOR SENTIMIENTO DE SOLEDAD NO DESEADA SE DE EN PERSONAS JOVENES de entre 20 y 39 años. Quiere decir que tienen por delante una vida cargada de sufrimiento inmenso. Quiere decir que su individualismo se gestó hace años, algunas décadas ya.
      Este planteamiento me permite señalar que somos producto de la confluencia de dos fuerzas, una externa que se nos impone, cultural, social, familiar, educativa; y otra interna que nace en la libertad de elección de cada sujeto y se expresa conformando una voluntad propia, ajena o contraria muchas veces a lo que imponen la modas, la cultura las fuerzas exteriores.
      El individualismo -egocentrismo, narcisismo- cuando adquiere connotaciones extremas significa no tener en cuenta al otro, la alteridad no existe -esto se ve claramente en la clínica con sujetos que son hijos únicos y no han tenido la oportunidad, dicho de otro modo obligación o necesidad, de compartir espacio, oportunidades y afectos de sus padres con otros iguales en forma de hermanos- y fruto de esa concentración permanente en sí mismos no han sentido la necesidad de compartir con el otro cercano, presente y ambivalente. La alteridad evita la soledad, pero nos pone en riesgo del desamor o la incertidumbre. La alteridad nos obliga y nos limita, nuestro ser se desarrolla con / por / en presencia de los demás, presentes y reconocibles. En cambio la soledad, como problema social, germina entre personas que viven para sí creyendo que comparten y tienen en cuenta a los otros.

      1. Querido Florencio,
        Muchas gracias por tu reflexion que a todos nos vendrá bien para seguir ahondando en este tema tan importante.
        Compartir todos tus conocimientos y experiencias, aportará a todos.
        Un saludo,
        Foro de Foros

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