Cada vez dormimos peor

El insomnio está pasando de ser una tragedia privada a un problema de salud pública debido al incremento de casos en los últimos años.

La tragedia de Chernóbil ocurrió después de que los operarios llevasen trabajando 13 horas sin descanso. Puede parecer una anécdota, pero probablemente fue la chispa que desató la catástrofe. Dormir es una de las necesidades biológicas más importantes y sin embargo la relegamos a un papel secundario, incluso a una frivolidad en un mundo que premia a quien reduce el sueño para ser más productivo, para tener una vida más plena. En ocasiones (demasiadas) nos privamos del sueño por obligación. Así ocurrió con los exhaustos operarios de Chernóbil, y ocurre con tantos otros accidentes laborales menos horribles pero con consecuencias también trágicas.

A veces no dormimos sencillamente porque no somos físicamente capaces. Se trata de una epidemia (así la califica la Organización Mundial de la Salud) que se llama insomnio crónico, una dolencia que padecen 600 millones de personas, mayoritariamente en los países industrializados. España es uno de los lugares con mayor incidencia. La Sociedad Española del Sueño calcula que entre un 20% y un 48% de la población tiene en algún momento problemas para dormir, lo que llega a convertirse en un insomnio crónico en alrededor del 10% de los ciudadanos: 4,7 millones de personas. La prevalencia se ha incrementado notablemente tras los dos años de pandemia.

El insomnio es el universo angustiante de la soledad, del silencio, del vacío, del destierro del mundo de los vivos, de la amplificación de los miedos que no se oyen por el día. También de la creatividad, pues hay mentes que aprovechan el insomnio para brillar. En los últimos años, multitud de equipos científicos tratan de encontrar las respuestas a por qué cada vez duerme menos gente y cada vez lo hace peor.

Un primer paso es enterrar el mantra moderno de que hay que aprovechar al máximo las horas del día y que dormir es un lujo para perezosos. Ese marco mental, amplificado por los gurús del coaching, nos está matando. Literalmente. Pues cada vez más investigadores coinciden en que el sueño es nuestro escudo inmunitario más efectivo, y que cuando no lo cuidamos, todas las barreras contra la enfermedad y el mal funcionamiento metabólico se derrumban como un castillo de naipes. Tumores, diabetes, hipertensión, obesidad y envejecimiento acelerado afloran con la falta de sueño. Somos rehenes de la vorágine de la vida moderna, que nos arrastra hasta impedirnos desconectar la mente y conciliar el sueño cuando apagamos las luces y nos tumbamos en la cama.

Matt Walker, autor de Why We Sleep: Unlocking the Power of Sleep and Dreams, afirma que la privación del sueño es “un factor infravalorado que está contribuyendo a la pérdida cognitiva y de memoria en edades maduras, y según se ha descubierto recientemente, es un factor también en la enfermedad de Alzheimer”. Walker va más allá y sentencia que el sueño “por desgracia, no es un lujo opcional. Dormir es una necesidad biológica innegociable, es nuestro sistema de soporte vital. La deprivación del sueño en las naciones industrializadas tiene un impacto catastrófico en nuestra salud, en nuestro bienestar, incluso en la seguridad y la educación de nuestros hijos. Se está convirtiendo rápidamente en uno de los grandes desafíos en salud pública del siglo XXI”.

Para validar esta afirmación, Walker y su grupo de estudio en la Universidad de Berkeley hicieron un experimento con dos grupos de personas. El primero durmió ocho horas. El segundo no durmió en toda la noche. Al día siguiente, la capacidad de aprender y procesar conocimiento en el segundo grupo fue un 40% inferior al primero. “Para ponerlo en contexto, ese 40% es lo que diferencia a un niño que saca sobresalientes a otro que fracasa”, dice Walker apuntando a otro aspecto fundamental: el sueño es clave para el buen desarrollo cognitivo de los niños y adolescentes. Nos centramos tantas veces en cuestiones pedagógicas y sociales para entender el fracaso escolar que descuidamos la más evidente de todas: nuestros hijos necesitan dormir.

“En apenas un siglo y medio hemos perdido entre 60 y 90 minutos de sueño al día. La media general está en el límite de las siete horas, pero si consideramos solo los días laborables estaremos alrededor de las seis horas y media”, dijo Juan Antonio Madrid, director del Laboratorio de Cronobiología y Sueño de la Universidad de Murcia, en una entrevista reciente en El País. “El exceso de luz por la noche, los turnos de trabajo, el sedentarismo, el uso de pantallas electrónicas antes de dormir y los horarios de trabajo y de ocio no ayudan precisamente a que mantengamos unos buenos ritmos de sueño. (…) 

Dormir es el acto más revolucionario que podemos hacer desde el punto de vista de la salud”. Así es. Somos el único animal que decide privarse de sueño, una conducta totalmente artificial. Y cuando se duerme poco, no hay un solo sistema del cuerpo que funcione bien, todo se descontrola.

Las nuevas tecnologías no ayudan, pero todo empezó con las bombillas eléctricas, pues tener luz dentro de casa todo el día altera nuestros ritmos circadianos. «Hoy estamos expuestos a diez veces más cantidad de luz que hace 50 años”, dice David Jiménez Torres en El mal dormir “(Libros del Asteroide). Muestra de que el insomnio nos preocupa es la proliferación de ensayos sobre la importancia de dormir, como el citado libro de Jiménez Torres, Un malestar indefinido (Anagrama), de Samantha Harvey o Insomnio (Chai), de Marina Benjamin. En España, la Comisión de Sanidad del Congreso de los Diputados ha abordado estos días los trastornos del sueño con el fin de dar un salto de calidad en la formación de especialistas, actualización de guías y promoción de hábitos saludables.

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