Animales a nuestro servicio

El ‘homo sapiens’ vive su mejor momento a costa de condenar a cientos de especies a existencias terribles. Parece que la prosperidad humana y el sufrimiento animal existen en una simbiosis macabra.

Nuestras vidas son más longevas que nunca. Más ricas intelectual y culturalmente, en bienes materiales, más ricas en salud y bienestar, ricas en derechos. En definitiva, vivimos las mejores vidas en la historia de la humanidad. Pero hemos alcanzado este éxito evolutivo a costa de generar un enorme daño a otras especies animales, que experimentan el momento más miserable de sus evoluciones históricas. Algunas especies han desaparecido de la faz de la tierra y otras están a punto de hacerlo; otras, en cambio, viven un ‘boom’ poblacional, pero a costa de malvivir en condiciones que harían enloquecer a cualquier ser humano, y de hecho enloquecen a muchos de sus ejemplares. Ocurre en la ganadería intensiva.

Parafraseando al filósofo Thomas Hobbes, podemos llegar a discutir si realmente el hombre es un lobo para el hombre, pero no hay duda de que el hombre es un lobo para el resto de seres vivos, salvo quizá para aquellas pocas especies que hemos escogido como mascotas. El Informe Planeta Vivo 2022 de WWF cifra la hecatombe: un millón de especies de plantas y animales están en peligro de extinción, hemos perdido la mitad de los corales del mundo y cada minuto se destruyen áreas forestales del tamaño de 27 campos de fútbol. Las especies animales salvajes se han reducido un 69% desde los años 70.

La causa es principalmente la demanda alimentaria de la población mundial. Para vivir mejor que nunca, explotamos comercialmente los océanos, deforestamos para crear pastos para el ganado o sembrar cultivos para alimentarlos (por ejemplo los campos de soja), y eso altera hasta el límite a cientos de especies. No solo hablamos de exterminio, sino de existencias miserables y anti naturales, como las piscifactorías en el Sudeste asiático que tiempo atrás se hicieron famosas por dar vidas de auténtica pesadilla a especies como el panga, cuyos ejemplares no llegan a ver la luz del sol en todo su ciclo vital debido al hacinamiento en el que nacen, crecen y mueren. Son las granjas porcinas sobreexplotadas, muchas de ellas en países como China, pero también en España. Son las explotaciones avícolas, que suponen el 95% de la industria cárnica global según datos de la FAO, la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura.

El historiador israelí Yuval Noah Harari, autor del aclamado ensayo Sapiens. De animales a dioses (Debate, 2014), apunta en sus obras de forma reiterada que la domesticación de ciertas especies como la vaca, el cerdo o la gallina, y en general todos los animales criados intensivamente en explotaciones alimentarias, es “uno de los crímenes más abominables de la historia”. Harari se escandaliza por la normalidad con que aceptamos “la subyugación de miles de millones de animales de granja a un brutal régimen de explotación”. Nacen hacinados en granjas, comen pienso sintético en recintos donde apenas pueden moverse, y son sacrificados en procesos asépticos, brutales en su frialdad y monotonía.

Miles de millones de animales viven vidas absolutamente infelices, marcadas por un “dolor abyecto”, en palabras de Harari. Exponer esta realidad biológica poco tiene que ver con el debate ideológico sobre el veganismo y el consumo de carne. Es sencillamente un hecho que muchas especies han tocado fondo en su historia evolutiva. La prosperidad humana y el sufrimiento animal existen en una especie de simbiosis macabra.

La reconocida filósofa Martha C. Nussbaum hace un alegato por un “despertar ético” y un “movimiento internacional de concienciación” en favor de los derechos animales, la ética y la legalidad en su libro Justice for Animals, que verá la luz el próximo año. “Necesitamos crear un mundo en el que los seres humanos sean verdaderos amigos de los animales, no explotadores o usuarios”, propone Nussbaum.

En 1961, había 2,5 animales terrestres en granja por cada humano; en 2020 había 9,5 animales, un incremento del 280%. Actualmente se calcula que 74.000 millones de animales terrestres pasan por la industria alimentaria para consumo humano cada año, según la FAO. Las cifras en peces son aún más impactantes: entre uno y tres billones de ejemplares pasan por el sistema cada año, según la ONG Fish Count. La horquilla es muy amplia porque el pescado se calcula en peso, no en ejemplares, un peso que anualmente asciende a 200 millones de toneladas.

En Occidente estamos en una incipiente revolución moral en nuestra relación con los animales. La Comisión Europea estima que el consumo per cápita de carne caerá un 4% en toda la eurozona para 2031, debido a la concienciación nutricional de la población y la sensibilidad creciente hacia el bienestar animal. Varios países han aprobado leyes para suprimir los abusos de la ganadería intensiva, entre ellos España en 2021. También el año pasado, Bruselas anunció que para 2027 prohibirá la crianza en jaulas de gallinas ponedoras, cerdas de cría, terneros criados para sacrificio, conejos, patos y gansos. Un paso decidido y valiente que puede reducir en parte la pesadilla evolutiva que los humanos hemos llevado a estas especies.

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