La agitación política nos deja sin aliento y nos confunde. Parece que vivamos momentos históricos cada día, pero la realidad es muy distinta: Alterados por la turbopolítica.
Rápido, responde, reacciona. La agitación política es tan elevada que parece que vivamos un momento histórico cada día. Se llama turbopolítica y tiene a los ciudadanos sin aliento. El concepto fue acuñado por el sociólogo italiano Edoardo Novelli en su obra La turbopolítica (2006, edición en italiano). Se refería Novelli a la aceleración del tiempo político de nuestros días, esa agotadora sucesión de episodios excepcionales que, si observamos bien, no lo son tanto. Mociones de censura, ampulosos proyectos de ley, elecciones anticipadas. Momentos presuntamente trascendentes anunciados a derecha e izquierda. Pasan muchas cosas y muy rápido, pero casi nada permanece.
“La política ha cogido un tempo infernal. La apoteosis de lo nuevo, lo noticiable, aquello que es lo propio de los medios de comunicación, ha prendido de tal manera en nuestros líderes que ya no pueden vivir sin alimentar de continuo al monstruo de la información permanente”, sostiene Fernando Vallespín, politólogo y profesor en la Universidad Autónoma de Madrid, en una tribuna en El País. “En una democracia tan judicializada como la nuestra se produce una curiosa asincronía. Una parte de ella (los medios de comunicación, las redes y la clase política) van a la velocidad del rayo; la otra, la justicia, a la de la tortuga. Estos dos sistemas no están sincronizados. Y nosotros, los ciudadanos, caemos así reos de temporalizaciones políticas contrapuestas. Nos estamos perdiendo en el tiempo”.
Vivimos pues en una ilusión. Creemos que la política va muy deprisa cuando en realidad el ritmo legislativo (no digamos ya el judicial) se ha ralentizado. Fijémonos en lo primero, en el teatro de la política. Entre 1977 y 2011 se celebró una elección general cada 3,1 años. Desde entonces, en tiempos ya de turbopolítica, se han producido seis convocatorias, una cada 1,5 años. Cataluña se lleva la palma con cinco convocatorias autonómicas en los últimos once años. Lo mismo ocurre con las mociones de censura: solo dos entre 1977 y 2015, por tres mociones debatidas en el Congreso en los últimos tres años, cuatro si sumamos la de esta misma semana. Son datos que subraya el politólogo y profesor de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) Oriol Bartomeus.
“La multiplicación de las fuentes de atención (internet, televisión digital), ha obligado a la política a competir por la atención del público desde otros ámbitos, y desde una posición menos preeminente”, afirma Bartomeus. “De ellos, el ámbito por excelencia es el terreno electoral. Se entiende, desde este punto de vista, la querencia de nuestros dirigentes por la convocatoria electoral permanente, por quemar plazos, por no apurar las legislaturas y estar constantemente jugando (apostando, otro concepto interesante) a convocar elecciones”.
Fijémonos ahora en los datos de verdad relevantes para valorar la velocidad política de una sociedad. Y no son el número de elecciones celebradas y los anuncios de grandes hitos, sino la actividad legislativa de su parlamento. Esa es la prueba del algodón, y España, a la vista de los datos, no la supera. El retraso medio que acumulan las iniciativas legislativas pendientes de tramitar en el Congreso de los Diputados es de 287 días, más de nueve meses.
Carlos Fernández Esquer, profesor de Derecho Constitucional de la UNED, reflejaba su desasosiego en un tweet muy ilustrativo: “Turbopolítica. Qué falsa sensación de que pasan cosas continuamente en un país que, en lo sustancial, lleva estancado políticamente más de una década, pendiente de reformas estructurales que se acumulan. Vaya farfolla de entretenimiento que nos hacen pasar por política”. A continuación, Fernández Esquer enumeraba algunas de esas reformas estructurales que cada vez es más urgente abordar y que quedan sepultadas por esta deriva cortoplacista e insustancial: la reforma de las pensiones, la del mercado laboral, la integración de los jóvenes, la educación, la modernización del sector público, el modelo territorial, la economía sumergida o el cambio de modelo productivo. Casi nada.
Es cierto que en todos estos asuntos de país se efectúan modificaciones, pero casi siempre de manera superficial y efectista. A los defectos de la turbopolítica se suma la política de trincheras, en la que se ve como un sacrilegio hacer grandes pactos de Estado entre partidos de ideología opuesta. Mala combinación.
El sociólogo y politólogo alemán Helmut Rosa es autor del concepto “aceleración social”, en el que se engloba la turbopolítica. “La política es perfectamente acelerable, siempre y cuando se renuncie a la democracia”, advierte. La democracia está “sobreexigida”, prosigue Rosa, pasada de revoluciones en un motor que necesita pausa y reflexión. Por supuesto, la turbopolítica ha impregnado también a los ciudadanos. Cada vez más personas afirman que la democracia es lenta, que favorece los atascos, que no ofrece soluciones en el tiempo de reacción adecuado. La deliberación es sinónimo de ineficacia. Se exigen resultados inmediatos, y eso no es saludable para un sistema democrático pleno.
Quemar etapas rápidamente no es pues un defecto propio de los políticos contemporáneos, sino una característica constitutiva de nuestra realidad. La política, como ha hecho siempre, se limita a adaptarse a los tiempos sociales, y los presentes reclaman grandes proclamas, aunque sean vacías, y sobre todo velocidad. Oriol Bartomeus considera que la última generación que creyó en la política como una herramienta capaz de cambiar sus vidas fue la nacida entre 1940 y 1960. Y afirma contundente: “La posteriores han nacido y crecido en otro mundo, en el que el poder transformador de la política iba desvaneciéndose hasta parecerles simplemente un plató más del gran circo multipantalla en el que viven; un guiñol, a veces incluso entretenido”. Bajo esta premisa, resulta preocupante ver que la política se convierte en rehén de los tiempos sociales (el efectismo, la inmediatez) en lugar de ser el motor que lidera los cambios de la sociedad.
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