“Los países ricos se vacunarán, tres o cuatro veces si hace falta, mientras en África las vacunas no llegan. Luego llegará el miedo; siempre llega: cerrarán fronteras con los países africanos y calará el estigma de continente covid. La pandemia también es de cinismo”. Así empezaba uno de los hilos más compartidos esta semana en Twitter en España. Su autor, Xavier Aldekoa, corresponsal en África para La Vanguardia, incidía en la idea del egoísmo occidental en la gestión de la covid-19.
La nueva variante de virus, ómicron, lo vuelve a poner de manifiesto: en Occidente los países ultiman una tercera dosis para personas ya vacunadas y para niños menores de 12 años mientras en los países pobres únicamente hay tres vacunados por cada cien habitantes. En África la cifra de vacunados apenas llega al 7%. En septiembre la Organización Mundial de la Salud estimó que hacían falta 470 millones de vacunas. Cada día se ponen más dosis de refuerzo en los países ricos que primeras dosis en el continente africano.
Varios científicos africanos cuyo trabajo está siendo clave piden ayuda públicamente. Por ejemplo, Tulio de Oliveira, especialista líder en vigilancia genómica en Sudáfrica, decía que el mundo no debería aislar al país, sino protegerlo. “Hemos sido muy transparentes con la información. Identificamos [la variante ómicron], hicimos públicos los datos y dimos la alarma justo cuando las infecciones comenzaban a expandirse. Lo hicimos para proteger a nuestro país y al mundo a pesar de que podíamos sufrir discriminación masiva (…). Nuestra población, pobre y sin recursos, no puede estar confinada sin apoyo económico”, escribía De Oliveira, reclamando la implicación de instituciones como el FMI o el Banco Mundial y de multimillonarios como Bill Gates, Elon Musk o Jeff Bezos.
Que Occidente ha acaparado la administración de vacunas para su población es un hecho denunciado hasta por la OMS (su director habla de “un escándalo”). Eso permite que las variantes se expandan. Pero, ojo, la solución no es tan evidente como enviar más viales. En Sudáfrica ahora mismo sobran vacunas y están pidiendo a las farmacéuticas que no les envíen más: el problema es cómo convencer a la gente para que se ponga la primera dosis. El periodista Antonio Rubio (cuya newsletter, Causas y azares, es muy recomendable), apunta que estamos errando en el diagnóstico: “La posición “esta variante viene a castigarnos porque hemos dejado atrás a Sudáfrica” no se sostiene con los hechos, a pesar de que, insisto, en Occidente hemos decidido salvarnos nosotros primero. Me recuerda a parte de la narrativa que encajaba el surgir de la covid-19 en nuestra relación – tóxica – con la naturaleza, por la que el virus nos era devuelto como una especie de castigo”.
Si en Occidente los bulos y la desinformación en Internet están contribuyendo al escepticismo respecto a la vacuna, en los países africanos este problema se dispara. Solo uno de cada cuatro trabajadores sanitarios ha accedido a vacunarse, según la OMS. Muchas organizaciones como ALIMA (Alliance for International Medical Action) están trabajando para informar a la población, pero la superstición llega incluso desde los púlpitos. Hay pastores evangelistas que hablan de la pandemia como una operación emprendida por un grupo de ricos para conseguir aún más poder.