Acelerados
¿Qué saldrá de esta época en la que el kronos ha desbancado al kairos?
Los griegos tenían dos palabras para referirse al tiempo: kronos y kairós. La primera era el tiempo del calendario, secuencial (de ahí viene lo cronológico). La segunda hacía referencia al tiempo determinado y cualitativo, el adecuado para dedicarle a casa tarea. Una de las características más controvertidas de nuestra era es que nos regimos cada vez más por el reloj, la rapidez, la puntualidad, y somos menos capaces de centrarnos en la vivencia.
La tecnología nos permite acortar cada vez más las esperas: deseamos un artículo que se vende al otro lado del mundo y a través del ordenador podemos pedir que nos llegue a casa en cuestión de horas. Ocurre lo mismo con las series: no se emiten por capítulos, sino que las sagas se ponen al completo a disposición del espectador para que pueda culminar el deseo de golpe. Las aplicaciones de nuestro teléfono no solo muestran los mensajes que enviamos, sino cuándo le llegan al receptor y el instante en que este los lee. Se genera así una tensión no escrita para responder inmediatamente y no pasar por descuidado.
Filósofos, psicólogos y sociólogos llevan décadas estudiando el impacto de esta cultura de la aceleración y sus subproductos, desde la gratificación inmediata al cambio climático. Se han multiplicado los deseos y los procesos… ¿Hasta cuándo? ¿Existe un límite?
En 2013, Alex Williams y Nick Srnicek firmaron el Manifiesto por una Política Aceleracionista, que propone aprovechar ese vértigo y superar el capitalismo. “La creciente automatización de los procesos productivos, incluido el trabajo intelectual, pone de manifiesto la crisis secular del capitalismo y su pronta incapacidad a la hora de mantener los niveles de vida actuales”, escriben los autores. En contraste con una degradación del clima que se acelera cada vez más, dicen, la política actual se caracteriza por el inmovilismo que la incapacita para generar nuevas ideas y nuevos modelos de organización que transformen a nuestras sociedades.
El aceleracionismo tiene en común con el marxismo una cierta esperanza de que el sistema colapse por sus propias contradicciones internas. Aunque, como escribe Manuel Arias en Revista de Libros, “el atractivo de la idea central de los autores se diluye cuando llega el momento de abordar los detalles de su realización práctica”. Los aceleracionistas no fomentan una vuelta utópica a la frugalidad: saben que es improbable decrecer, que la población abandone sus teléfonos y que la tecnología deje de tener un componente aspiracional. Los millones de personas que cada año entran en la clase media desean comprar esos dispositivos electrónicos que fomentan la dependencia. Como la humanidad solo puede moverse hacia delante y no se puede detener al capitalismo, proponen acelerarlo hasta que colapse. Los aceleracionistas especulan con otros futuros posibles en los que la inteligencia artificial o el dinero virtual tengan un papel mayor que el de generar un beneficio económico. Como decía el escritor J. G. Ballard, la ciencia ficción moderna ya no trata de un futuro remoto, sino de uno a veinte minutos.
En múltiples planos, la pandemia de la covid-19 nos ha situado de golpe en el futuro. Ha hecho que la realidad no se parezca al costumbrismo, sino a la distopía. La forma de aferrarnos al tiempo cualitativo en lugar de vivir solo pendientes del kronos tiene mucho que ver con marcar nuestros propios plazos, no sentir que nos han impuesto un ritmo endiablado de notificaciones, alertas y estímulos cada vez más seguidos e insistentes. El sociólogo alemán Hartmut Rosa lo describe como “reconsiderar la calidad de nuestra relación con el mundo”. ¿Seremos capaces?
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