Vivir en un ‘no lugar’

Millones de personas en el mundo se pasan la vida en ‘no lugares’. Un ‘no lugar’ es un espacio vacío de significado, intercambiable, sin historia ni identidad propia. Son los aeropuertos y los centros comerciales, las gasolineras y las habitaciones de hotel, pero también son los desarrollos residenciales de extrarradio y sus grandes supermercados.

El concepto ‘no lugar’ fue acuñado por el antropólogo Marc Augé en 1992 y pronto hizo fortuna. Se refería Augé a los espacios de la “supermodernidad” que convierten a los ciudadanos en meros elementos de un conjunto que se forma al azar, sin apenas interacción humana más que un levísimo cruce de miradas a la hora de comprar o vender un producto. Son los templos de la deshumanización en contraposición a los ‘lugares’ llenos de identidad, únicos y distinguibles, en los que las personas desarrollaron sus vidas y se relacionaron durante milenios.

No es una cuestión de fealdad o belleza, sino de significado cultural. Existen ‘no lugares’ bellísimos, ganadores de importantes premios de arquitectura o diseño. La raíz del asunto es la estandarización, el espacio sin alma que nos invita al individualismo y al consumismo. Es esa tienda que encontramos idéntica en el aeropuerto de Madrid y en un centro comercial de París, o el entramado de oficinas de acero y metacrilato que tan bien encajan en Hamburgo como en Bilbao.

En La caverna (Alfaguara, 2000), el escritor portugués José Saramago lo expresaba de esta manera: “La ausencia de comunicación es total en un centro comercial, donde el comprador no necesita intercambiar ninguna frase con el dependiente, a diferencia del diálogo inevitable que se establece en una tienda pequeña. Pero, junto a esa circunstancia, el único espacio público del mundo de hoy es un centro comercial. Antes las gentes se reunían en las plazas o en los jardines, pero ahora ya no son lugares seguros. Los grandes almacenes son, a la vez, las nuevas catedrales y las nuevas universidades. No tengo nada contra estos establecimientos, pero sí contra una forma de espíritu autista de consumidores obsesionados por comprar”.

El arquitecto holandés Rem Koolhaas se refiere a ello utilizando un concepto parecido al de Augé en su ensayo titulado Junkspace, algo así como ‘espacio basura’, en el que critica el urbanismo contemporáneo y el diseño de los edificios. Según Koolhaas, la arquitectura como la conocíamos ha dejado de existir para dar paso a algo todavía por definir, y que a tenor de cómo se refiere a ella, no le despierta demasiada simpatía. Koolhaas define el ‘espacio basura’ como un espacio surgido del estilo de vida capitalista, un lugar al mismo tiempo vasto y lleno de ausencia; algo que no sigue unas reglas, no tiene un orden inherente y subsiste sin conexión entre sus partes. ““Esas ‘ciudades genéricas’ tienden a hacer luchar a los ciudadanos con sus identidades, llevándolos a un sentimiento innecesario de vacío y de lo que llamamos ‘tristeza urbana”, considera Koolhaas.

La preocupación por el efecto de estos lugares en la mente humana es extendida entre los grandes pensadores. “Nunca antes en la historia mundial, los ‘no lugares’ habían ocupado tanto espacio”, señaló el fillósofo Zygmunt Bauman, que los definió como «espacios despojados de las expresiones simbólicas de la identidad, las relaciones y la historia». Se podría argumentar que parte de estas aseveraciones son algo clasistas o nostálgicas. Pues el mundo gira y las nueva generaciones sienten atracción por estos espacios asépticos y seguros donde se generan nuevas identidades culturales, por líquidas que esta sean.

La presencia de ‘no lugares’ es tan masiva en nuestras vidas que, para muchos de nosotros, se trata de ‘lugares’ con todas sus letras. Pues como subrayó Augé, un espacio no es un ‘no lugar’ per se, sino que depende de la subjetividad. Un aeropuerto puede ser para algunas personas un lugar, pues tiene un significado propio para ellos, genera unas relaciones humanas propias de un ‘lugar’. Por ejemplo para los trabajadores de una terminal, o para los empleados de las tiendas de un gran centro comercial.

Lo mismo ocurre a la inversa: el acueducto de Segovia puede transitar hacia el ‘no lugar’. También la Sagrada Familia y el Palacio Real. El turismo masivo despersonaliza los grandes lugares de una ciudad. El turista viene a ser como los seres anónimos de los ‘no lugares’: no le pertenece ni pone en valor nada de lo que ve, escucha, descubre o fotografía. Cuando percibimos espacios, los analizamos y nos interesamos por su historia, los transformamos en lugares, pero cuando ejercemos de simples turistas que al dictado de una guía nos acercamos a los monumentos y lugares icónicos con el único objetivo de sacarnos un selfie junto a ellos, los convertimos en ‘no lugares’. Así, para la mayoría de turistas (en contraposición al concepto de viajero), la Rambla de Barcelona y la Gran Vía de Madrid es un ‘no lugar’.

Por desgracia, disponer de lugares entendidos como espacios para la vida, la coexistencia y las relaciones humanas es cada vez más importante para nuestra sociedad actual, pero andamos en el camino contrario. Está por ver qué efecto tiene sobre nosotros como individuos el ir convirtiendo los ‘no lugares’ en el espacio único de nuestra existencia. Tal vez la tristeza de las generaciones mayores se torna en normalidad y nueva significancia en las generaciones jóvenes.