Un impacto mental nos espera
La inteligencia artificial ya causa estragos en la mente de muchas de personas y no sabemos cuán profundo puede llegar.
Decenas de mujeres, la mayoría artistas famosas, han denunciado en los últimos meses haber sido víctimas de pornografía deepfake, esto es, superponer en un vídeo o imagen el rostro de una persona sobre el cuerpo de otra. De este modo, se simulan situaciones de cualquier tipo, cuya falsedad es muchas veces difícil de discernir. «Es sentirse violada. Así es como te sientes cuando te ves desnuda en contra de tu voluntad y se difunde por todo Internet», dijo gráficamente una streamer famosa en Estados Unidos, víctima de un montaje. Recientemente, alguien colocó el rostro de una estrella de TikTok sobre un cuerpo acostado en una cama con actitud seductora, y generó más de 21 millones de visualizaciones en pocas horas. El impacto mental de protagonizar cualquier montaje de ese tipo es devastador.
El deepfake no es más que una técnica derivada de la inteligencia artificial, que se sirve de algoritmos complejos de aprendizaje automático. Hace uno o dos años los montajes eran muy burdos. Hoy, gracias a ese entrenamiento intensivo, son casi perfectos. El Instituto Tecnológico de Massachussetts (MIT) advierte de que «el 95 por ciento de los vídeos deepfake en línea son pornografía sin consentimiento», pero no solo se emplea para ese fin. El deepfake puede poner en boca de una persona socialmente relevante cualquier barbaridad. Lo hemos visto en la persona de Joe Biden, entre otros. Un deepfake también puede servir a la expansión de teorías conspirativas de todo tipo. En resumen, es una herramienta altamente tóxica y es difícil poner puertas a su proliferación. El impacto mental sobre cada uno de nosotros está más que asegurado.
La velocidad a la que mejoran todas las tecnologías basadas en inteligencia artificial es prodigiosa. Ninguna otra tecnología ha avanzado tan rápido en el último siglo. Internet, por ejemplo, necesitó cerca de 40 años para pasar de ser una aparatosa red militar a conquistar el mundo a través de la World Wide Web. En un año, la inteligencia artificial y sus tentáculos han ocupado un espacio central en el debate público. Herramientas como ChatGPT y DALL-E han revolucionado las dinámicas laborales y la difusión de información, entre otros campos fundamentales de la vida, y la legislación internacional va con la lengua fuera para diseñar y aprobar marcos regulatorios estables. En esta carrera casi imposible de ganar, todavía no se ha examinado cómo un futuro dominado por la inteligencia artificial afectará la mente de las personas.
La afectación más palpable es la proliferación de la desinformación (las llamadas fake news), que ya está minando la confianza de las personas en los medios de comunicación y en las mismas instituciones públicas. Con este nuevo episodio, el de los montajes visuales y sonoros con rostros humanos, lo que se está cuestionando es nuestra propia identidad, o dicho de otro modo, la capacidad de las personas en confiar en lo que ven sus ojos y oyen sus oídos. Lo que ayer era incuestionable hoy no lo es. Nuestra percepción de la realidad reposa sobre arenas movedizas.
Las formas en que la inteligencia artificial remodelará la manera en que las personas operan en el mundo son innumerables, y esto ocurrirá a lo largo de esta misma década. Pero los investigadores apenas están comenzando a lidiar con las implicaciones de una existencia saturada por la inteligencia artificial. La distopía de un mundo controlado absolutamente por máquinas (no entramos ya en el hecho de si estas máquinas tienen conciencia o intenciones malignas) parece ya una certeza, y no demasiado lejana.
Uno de los escasos estudios sobre la afectación de la inteligencia artificial sobre la salud mental se hizo en 2022 y se centró en trabajadores del sector manufacturero de China. En este caso, se concluyó que el uso de algoritmos para controlar las horas extra y el ambiente laboral mejoró sensiblemente los ratios de depresión y ansiedad padecidos por los trabajadores. Por supuesto, la inteligencia artificial tiene enormes beneficios que cambiarán para bien los entornos laborales, pero también posan un amenaza muy real sobre el futuro de multitud de empleos, tanto en la industria como en el sector servicios.
“Cada vez más, los médicos, los políticos, los jueces y los maestros se convertirán en interfaces para los algoritmos”, dice Michal Kosinski, psicólogo computacional de la Universidad de Stanford, a la revista Wired. Y pone un ejemplo: “Cuando vayamos a un médico, un médico aún nos dará un diagnóstico, pero este diagnóstico simplemente se imprimirá desde un ordenador que analizó nuestros signos vitales y síntomas y le ha dicho al médico que nos recete tal medicamento”.
¿Agravará la inteligencia artificial la epidemia de soledad que viven cientos de millones de personas? ¿O tal vez la combatirá, detectando los síntomas precoces de una depresión y alertando a los profesionales de la salud, tal como se está experimentando a través de mensajes publicados en redes sociales? Nos aproximamos a una digitalización de nuestras interacciones sociales más elementales y no tenemos certezas sobre su impacto en la mente de las personas.
“Las agencias gubernamentales y otros organismos reguladores tienen la responsabilidad de garantizar que el uso de la inteligencia artificial no tenga impactos psicológicos negativos en las personas. Esto incluye establecer estándares y regulaciones para el diseño, desarrollo y uso de sistemas de inteligencia artificial”, subraya un artículo de BBVA Open Mind. A su vez, la sociedad en su conjunto “tiene la responsabilidad» de participar en el diálogo público y abogar por la protección de los derechos fundamentales, señala el artículo.
Lo resume Kosinski: “El mundo puede verse muy diferente en solo un año, y no se sabe cómo se verá más adelante”. A medida que avanzamos en este cambio de paradigma tecnológico, debemos asegurarnos de que el futuro que nos aguarda sea inclusivo, equitativo y respetuoso con la diversidad de la identidad humana.
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