¿Y si el mundo aprovechara la ralentización del crecimiento para producir mejor?
Si atendemos solamente a las cifras, parece que hemos dejado atrás la edad de oro de la globalización y el comercio. Hemos entrado en una fase de la Historia en la que el mundo avanza más lento y con una pesada mochila de deuda a las espaldas. El Fondo Monetario Internacional constata que el 70% de los países atraviesan una moderación en la actividad. El pasado enero la revista The Economist, siempre aguda en sus portadas, le dedicó la suya a un caracol coronado por un nuevo término, Slowbalisation, el estancamiento de los intercambios comerciales desde 2012.
“A nadie debería sorprenderle que no tengamos buenas noticias que anunciar”, expresó Roberto Azevedo, director de la Organización Mundial del Comercio, explicando que en 2018 los intercambios mundiales aumentaron un 3%. Fue menos de lo previsto, pero 3% en todo caso.
¿Por qué dramatizar entonces? ¿Y si, además de lidiar con los inevitables focos de incertidumbre (Brexit, rifirrafes comerciales, endeudamiento…), el mundo aprovechara esta ralentización para producir mejor?
“Moralizar” la globalización
Una de las ideas mencionadas en el último foro de Davos fue la de “moralizar” la globalización. Aunque crezcamos menos, nos importa más cómo hacerlo: sin tanto coste medioambiental, con una visión más redistributiva. La justicia social no es incompatible con la búsqueda de eficiencia económica.
Como explican Iliana Olivié y Manuel Gracia Santos, investigadores del Instituto Elcano en el artículo La globalización continúa, aunque sea más ‘blanda’ que económica, de una dimensión económica, que llamaríamos dura, se está pasando a enfatizar la blanda, migraciones, el turismo, los deportes, la cultura, la información, la tecnología, la ciencia, la educación y la cooperación al desarrollo.
“A diferencia de lo que ocurre en la dimensión económica, en la que se produce una concentración del crecimiento en la inversión extranjera directa, en detrimento del comercio mundial, el aumento de la contribución de la dimensión blanda responde a un crecimiento relativamente equilibrado de sus muy diversos componentes; aunque con un mayor predominio de la información, la cultura, la ciencia y la educación y crecimientos más moderados de la ayuda, (sorprendentemente) el turismo y los deportes”, describe el artículo.
La brecha será tecnológica
Teóricos como Yuval Harari plantean que no será la geografía, sino la tecnología la que generará la próxima brecha entre una masa que tendrá las necesidades cubiertas y una élite que domine los avances.
En esa línea transita también Manuel Muñiz, decano de IE School of Global and Public Affairs y catedrático Rafael del Pino de Transformación Global, quien planteaba hace unos meses los retos de esa transformación tecnológica para España y la Unión Europea. Si “quieren liderar la economía del futuro deben fijar objetivos claros y elaborar una estrategia de transformación tecnológica ambiciosa en torno a dos ejes (…) concentrarse en generar y atraer crecimiento para lograr que Europa sea el lugar donde se innova y se avanza la frontera tecnológica. Para lograr esto haría falta reformar la educación y adaptarla a las necesidades del mercado laboral del siglo XXI (…) El segundo eje de esa estrategia debería tener un fuerte componente social y atender las carencias distributivas de la nueva economía”, escribía.
Los cambios exigirán un nuevo contrato social sobre el que el propio Muñiz conversó en Foro de Foros junto a Diego Rubio y Fernando G. Urbaneja.
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