Pekín no solo está comprensiblemente preocupado por esta epidemia de salud pública y por sus consecuencias económicas, sino porque ha comprendido que para manejar las crisis necesita nuevas herramientas.
Para cualquier país hubiera sido traumático tener que lidiar con una epidemia masiva de salud, pero China ha sufrido el coronavirus en el peor momento del año. El Año Nuevo Lunar es cuando millones de chinos vuelven a sus pueblos de origen, a disfrutar de sus familias, a coger fuerzas tras meses de sacrificio. Ha sido demoledor para los emigrantes renunciar a visitar a sus mayores y a compartir tiempo con sus hijos, que a menudo crecen a miles de kilómetros. Los protagonistas del milagro económico se han quedado varados, solos, en ciudades paralizadas. Otros consiguieron volver a casa antes de que se impusieran las restricciones en los transportes, pero no han podido aún reincorporarse a sus trabajos, no tienen colchón económico y no saben qué les espera cuando pase el chaparrón.
De momento, toca esperar: la crisis del coronavirus sigue evolucionando, ya que el período de incubación podría ser de 24 días, según Zhong Nanshan. El epidemiólogo chino gestionó el brote de SARS de 2003 y ha sido nombrado asesor principal en esta crisis. La semana pasada subrayó que podríamos ver un pico de nuevos contagios entre el 12 y el 16 de febrero y que la completa gestión de la epidemia podría durar entre seis y 12 meses. Eso hace que nadie haya podido evaluar con rigor el impacto económico en la segunda economía del mundo. Se cuenta con datos aproximados: un impacto de entre 1,1 y 2 puntos de PIB para el primer cuatrimestre, y de entre 0,2 y 0,6 en todo 2020. La foto final dependerá de lo rápido que las autoridades puedan controlar la situación. En todo caso, comentan desde Trivium China, un servicio de análisis sobre el país, no se espera una gran catástrofe macro, ya que Pekín contaba con apoyar con estímulos a las pequeñas y medianas empresas, que son las más damnificadas. El 70% de ellas ya ha vuelto a ponerse en marcha.
No obstante, existe un daño adicional para el gobierno chino: el de la credibilidad. La historia del doctor mártir que alertó sobre la epidemia pero fue silenciado por la policía y murió la semana pasada, infectado, ha catalizado el malestar social. Tras semanas de angustia, frustración y aburrimiento -piensen en lo que son varias semanas sin salir de casa-, los chinos necesitaban un héroe. Li Wen Liang, de 34 años, con un hijo y otro en camino, miembro del Partido Comunista sin ninguna falla, se ha convertido en el símbolo de la negligencia de las autoridades. En cuestión de horas tras el anuncio de su fallecimiento, más de 1.100 millones de mensajes en Weibo, lo más parecido a Twitter en China, reivindicaron su figura.
A pesar de que Pekín actuó con celeridad a la hora de proporcionar la secuencia del coronavirus a la OMS; movilizó recursos para construir dos hospitales en un tiempo récord; envió a miles de profesionales sanitarios a la provincia de Hubei, está perdiendo la batalla del relato. Al doctor que quiso alertar del virus le obligaron a firmar un documento en el que se comprometía a no difundir rumores. El gobierno central no ha sabido manejar con honestidad que muchos cargos regionales y locales de Wuhan quisieron retener la información el mayor tiempo posible.
Las próximas semanas son cruciales para medir la evolución de la epidemia y el éxito de su contención. Quizás se retrase la celebración en Pekín de las Dos Sesiones, como se llaman las reuniones anuales de la Asamblea Popular Nacional y del Comité Nacional de la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino, previstas para el 5 de marzo. Entretanto, la autoridad nacional de supervisión ha lanzado una investigación sobre la muerte de Li, pero falta una estrategia de comunicación veraz y completa, en la que no se censuren los mensajes críticos en redes sociales. La desinformación y las teorías de la conspiración se extienden por China al igual que por el resto del mundo, pero muchos medios chinos están demostrando que tienen grandes profesionales y deberían poder trabajar sin restricciones. La ciudadanía necesita informarse y desahogarse.
El próximo 31 de marzo tendremos una CONVERSACIÓN INTERGENERACIONAL sobre SUICIDIO, un tema tabú en el Siglo XXI
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