La recuperación económica está siendo a la vez robusta y débil, según se mire.
Escenarios opuestos pueden ser compatibles. España es uno de los países del mundo con mejor distribución social de la riqueza, gracias entre otros a su estado de bienestar, a una sanidad y una educación públicas. Lo evidencian indicadores como el coeficiente Gini y lo ratifican organismos internacionales como la OCDE. Recientemente, la clasificación anual de Bloomberg acaba de calificar a la sanidad española como la tercera mejor del mundo… Y sin embargo los últimos datos de desigualdad muestran una foto dramática: según ha hecho público Cáritas esta semana, la marginación social severa ha aumentado en un 40% desde hace una década. Hoy afecta a más de cuatro millones de personas en nuestro país.
La ONG explica, en su próximo Informe Foessa, titulado ‘Exclusión estructural e Integración Social’, que se han recuperado los niveles de integración plena de la población con respecto al inicio de la crisis económica, pero la exclusión se ha disparado. Desde 2008 los más vulnerables han visto enquistarse su situación. La clase media también ha perdido fuelle, con esa nueva categoría llamada trabajadores pobres (working poor) o precariado –aquellos dentro del sistema, pero siempre en la cuerda floja-.
Al igual que tener un empleo ya no asegura la integración social, la falta de recursos afecta a muchas dimensiones a la vez: el consumo, la vivienda, la participación política, la salud y el aislamiento social son los ejes que, según Cáritas, se ven trastocados.
División
En 2016, el 1 por ciento de personas más ricas en Europa occidental disponía del 12 de la riqueza, en comparación con el 20 por ciento en Estados Unidos. Según muestra el World Inequality Report 2018, la desigualdad ha aumentado de forma mucho más contenida en Europa. En EEUU la economía crece, la bolsa está exultante, suben los salarios, los consumidores confían, hay más oferta de empleo que demanda… Y sin embargo, el americano medio tiene cada vez más problemas para llegar a fin de mes, con la gasolina cada vez más cara; los sueldos, ajustados a inflación, estancados e incluso en retroceso.
Como plantea el economista Barry Ritzhold, “esta elección binaria [aquella entre una economía estadounidense boyante y una que flaquea] es una construcción falsa y ambos escenarios son muy ciertos. Pero quién eres, dónde vives, tu trabajo y antecedentes educativos determinan en gran medida con cuál de esas dos descripciones te identificas mejor. Y aunque siempre ha habido una división entre ricos y pobres, esta ha aumentado especialmente en la última década”.
¿Por dónde empezar a solucionar la desigualdad? Algunos profesionales sostienen que lo más efectivo son los programas enfocados en los territorios; otros, que es mejor solucionar los problemas de colectivos concretos.
Lo evidente es que los gobiernos se enfrentan a un desafío multidimensional. Y que, en función de unas políticas públicas u otras, pueden variar radicalmente los resultados. Lucas Chancel, codirector del World Inequality Lab, lo resume así: “Es interesante comparar Estados Unidos y Europa porque ambas áreas son aproximadamente del mismo tamaño, con el mismo nivel de ingresos medios, la misma exposición a las tecnologías o a la globalización. La divergencia extrema en términos de desigualdad que observamos en las dos regiones se debe a elecciones (u omisiones) políticas”.
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