¿Penaliza el ecologismo a las clases populares?

La subida del precio de la luz está poniendo en evidencia que salvar al planeta es caro, sobre todo para las rentas medias y bajas. Incentivar el consumo en horas valle permite tener una curva de la demanda más plana y sostenible, pero los más perjudicados son quienes no pueden planificar sus consumos tan fácilmente o cambiar sus electrodomésticos por otros más eficientes. Poner la lavadora de madrugada no supone un problema en una vivienda unifamiliar; en un piso pequeño, cuesta la enemistad con los vecinos. El conflicto surge cuando hay que pasar de los lemas generalistas que casi todo el mundo haría suyos (“salvemos el planeta”, “reduzcamos las emisiones de CO2”) a las acciones que impactan en nuestra calidad de vida. Por ejemplo, si no podemos coger el coche para trabajar porque el acceso al centro de una ciudad está restringido a los vehículos más contaminantes, y coger el transporte público nos supone una hora más de desplazamiento al día.

Lo cierto es que las medidas para salvar el planeta son bastante regresivas. Pronto veremos más impuestos a los vuelos para reducir las emisiones de CO2. El avión será más caro y terminará con la democratización del turismo de largo alcance. La alternativa verde es el tren, pero sigue siendo muy caro, al menos en España. La liberalización del mercado ayudará a bajar los precios, aunque está todavía en una fase temprana. En todo caso, no permite viajes intercontinentales. ¿Terminará la época del turismo para todos los bolsillos?

En el plan de recuperación español también se contempla una subida del precio de los carburantes. El futuro está en los vehículos eléctricos, más eficientes, pero más caros. En 20 años, se pretende dejar atrás los motores de combustibles fósiles. Pero, entretanto, aumentará la brecha, a menos que se respalde a quienes no puedan permitirse lo sostenible.

El sociólogo francés Jean-Baptiste Comby lleva años estudiando el impacto del discurso ecologista en la sociedad y cree que los planes verdes suelen olvidarse de quienes ganan menos. Pone como ejemplo la revuelta de los chalecos amarillos en su país, que comenzó con una subida en el precio de los carburantes en noviembre de 2018 y fue arrastrando, como una riada, a cientos de miles de ciudadanos descontentos. Una medida verde encendió la chispa del descontento macerado durante años entre votantes de todo el espectro político: obreros, autónomos, jubilados, estudiantes… Poco a poco, el malestar se fue mezclando peligrosamente con el discurso populista y la desafección. En muchos casos sin querer, los chalecos amarillos, han reforzado a la extrema derecha de cara a las elecciones francesas del año que viene.

La Unión Europea tiene como reto no solo una transición ecológica firme, sino evitar que el medioambiente entre en las guerras culturales. Gobiernos y empresas deben cuadrar las cuentas para que las clases medias y bajas no perciban que son quienes pagan la factura de un cambio ineludible.

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