No tener miedo al poder
El progreso social y la paz han convertido el ejercicio del poder en algo negativo, pero la realidad actual nos demuestra que no debemos tenerle miedo.
El concepto de poder goza de mala imagen. Quien lo ostenta debe disimularlo, justificarlo, casi pedir perdón, pues es de mal gusto mostrar que uno lo ejerce. Ocurre principalmente en las sociedades occidentales, las más avanzadas en derechos ciudadanos. Asociamos poder a autoritarismo, represión y arbitrariedad. Si en los tiempos de Maquiavelo el poder era un tesoro digno de ser preservado (ahí tenemos el tratado El Príncipe), en los tiempos de la democracia y el estado de derecho el poder casi estorba, ensucia. Le convierte a uno en sospechoso. Pero la realidad nos muestra que no hay que tener miedo al poder.
“Estamos llegando a un extremo en el cual nos negamos a que se ejerza el poder, partiendo de que el poder supone una maldad, de que el poder es insano, de que el poder es demoníaco. Y todo esto es cierto conceptualmente, pero también es cierto que para que una sociedad funcione, alguien tiene que tener la capacidad de ejercer el poder. Y las autoridades en los países occidentales hoy en día se ven obligadas a fundamentar todo su ejercicio del poder”, razona el sociólogo chileno Alberto Mayol en una entrevista en El Confidencial a cuenta de su ensayo 50 leyes del poder en El padrino (Arpa Editores, 2023), en el que usa como referente la emblemática novela de Mario Puzo (y posterior filme de Francis Ford Coppola) para exponer las claves del poder en el mundo actual. “En política, pero no solo en política, resulta que hay que estar justificando permanentemente la acción del poder, hasta el punto de que a veces no se le deja espacio a la autoridad para tomar decisiones. En este proceso, las autoridades se van quedando sin recursos”, prosigue Mayol.
Si hay una entidad que encarna la devaluación del poder moderno es la Unión Europea. El continente, una vez dueño del mundo, hoy aqueja una enorme disminución de su poder global precisamente por cómo ha evolucionado el concepto dentro de sus sociedades democráticas y acomodadas. Los europeos son lo habitantes del globo con mayor recelo al poder. Zaki Laïdi, profesor de Relaciones Internacionales en el Instituto de Estudios Políticos de París (Sciences Po), advirtió de ello en 2018 en un artículo titulado Europa debe perder el miedo al poder. Afirmó Laïdi: “En el cada vez más hobbesiano entorno global actual, la UE sólo puede sobrevivir incrementando su capacidad de proyectar poder, una hazaña nada fácil para una entidad que se creó precisamente en repudio a la política del poder”.
El politólogo marca la firma del Tratado de Roma en 1957 como el punto de inflexión hacia un poder menguante: “Europa se libró de lo que quedaba de sus impulsos militaristas y se concentró en crear y extender gradualmente un mercado único y pacífico. A partir de entonces, el único medio de Europa para proyectar poder sería la política comercial. (…) Pero esa política nunca se guió por el pensamiento estratégico, lo que limitó la influencia global de la UE”.
El filósofo Michael Foucault es uno de los pensadores modernos que más ha teorizado sobre el poder. En una entrevista en 1980, Foucault trató precisamente sobre la devaluación del concepto de poder y los prejuicios sociales que genera. “El poder no debe ser entendido como un sistema opresivo que somete desde la altura a los individuos, castigándolos con prohibiciones sobre esto o aquello. El poder es un conjunto de relaciones. (…) en la que uno guía el comportamiento de los otros. Y no hay ninguna razón para decir que la manera de guiar el comportamiento de los otros no puede tener, en última instancia, un resultado positivo, valioso, interesante”.
Esto lo percibimos en nuestra realidad laboral. Una empresa, o un departamento dentro de una empresa, prospera o fracasa en buena medida por cómo se gestiona el poder. Lo subraya el consultor Carlos Quintana en LinkedIn: en demasiadas ocasiones, un gerente o un jefe de equipo confunde el autoritarismo con el poder híbrido y colaborativo que debe regir la gestión empresarial. Nos falta cultura del poder porque nadie nos enseña a ejercerlo. “El punto central es, en mi opinión, lograr definir y acordar cuál es la finalidad del ejercicio del poder en las empresas. A menudo me encuentro que los roles dirigentes a diferentes niveles dentro de las empresas (…) caen en la tentación de creer que la vía más efectiva para alcanzar el éxito es dando órdenes. Parecen olvidar estos dirigentes que la esencia de la organización empresarial es el concurso multidisciplinario, donde especialistas de diferentes ramas confluyen para aportar elementos que, unidos de determinada manera, conforman un todo complejo que mueve hacia el resultado requerido”. Esta mala praxis del poder, advierte Quintana, erosiona el sentido de pertenencia de los equipos y puede llevar a la pérdida de talento en la empresa. Todos conocemos más de un ejemplo. Estas prácticas alimentan ese miedo al poder.
Por supuesto, el poder no es algo inmóvil en su concepción ni en quién lo ejerce. Ahí están los vaivenes de la historia para demostrarlo. Siguiendo con Foucault, las relaciones de poder “nunca son equitativas porque la relación de poder es desigual. Pero puedes tener sistemas de poder reversibles”. Estamos a tiempo de dejar de ser timoratos y otorgar al poder la importancia y el peso que tiene, antes de que, como reza el dicho popular, otros ejerzan el poder por nosotros. A nivel internacional, lo vemos en la influencia de China y en el surgimiento de regímenes autocráticos, con Rusia como ejemplo extremo; en España, lo vemos en el crecimiento de los populismos. Lo señala Mayol en su ensayo y debería preocuparnos: “ El analfabetismo respecto al poder es muy peligroso y vivimos en una época de gran ingenuidad al respecto. (…) Cuando tenemos un poder que no ejercemos, lo perdemos. Y cuando lo perdemos, tenemos que tener muy claro qué es lo que estamos perdiendo. Lo que me llama la atención es que no seamos ya capaces de entender la importancia de estas cosas tan básicas”.
La guerra en Ucrania ha espoleado a la Unión Europea para ejercer ese poder que tanto le cuesta justificar, pero el camino en ese sentido es largo y tiene a la opinión pública en contra.
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