En 1940, Londres fue bombardeado sin piedad durante casi dos meses consecutivos. Alrededor de un millón de casas de la ciudad quedaron convertidas en escombros, y decenas de miles de londinenses murieron. El Blitz, la campaña aérea de la Luftwaffe alemana durante la II Guerra Mundial contra la capital británica, tenía como objetivo destruir tanto la capacidad industrial británica como la moral de sus ciudadanos, y forzar así la rendición. Dio lugar a uno de los grandes mitos de la contienda: el espíritu del Blitz, un término que hace referencia a la resiliencia de la población y la ausencia de pánico o grandes traumas sociales; al orden que se mantenía en medio del caos; a la paciencia con la que se esperaba el cese del ataque, de pie, en los túneles del metro.
Se plasma en eslóganes históricos (Keep calm and carry on, un póster de propaganda que, en realidad, nunca llegó a publicarse) o en una famosa foto de un repartidor de leche, con el rostro flemático, saltando los escombros de un barrio de la capital británica para entregar su mercancía.
Las referencias al espíritu del Blitz se han generalizado desde entonces. Siempre que Reino Unido era sometido a una prueba de resistencia, ya fuera por ataques terroristas o crisis económicas, los políticos lo sacaban de la guantera. Hay quien dice que es un mito falaz, que la población no se mantenía firme sino por falta de alternativas, que la cohesión social era más impuesta por las circunstancias que innata, y que la presunta falta de traumas sociales y psicológicos está desacreditada por los pocos informes serios de la época.
“Si hubo algo de solidaridad durante el Blitz, fue en los barrios de gente trabajadora más afectados”, escribe Steven Fielding en el artículo del Financial Times “El espíritu del Blitz no ha vuelto, es una patraña”. “Se ayudaron de la misma forma que lo hicieron durante las carestías de la depresión de entreguerras. Muchos se sintieron abandonados por las autoridades, hasta el punto de que cuando el Rey y la Reina visitaron East End para elevar la moral, recibieron abucheos”.
Ahora, en medio del shock por la pandemia del coronavirus, el “espíritu del Blitz” reaparece, anejo a la retórica de guerra. Los líderes mundiales, desde Pedro Sánchez a Emmanuel Macron pasando por Angela Merkel o Boris Johnson, llaman a la unidad y a la fortaleza social para resistir el embate del Covid-19. Europa, la sociedad más rica del planeta, está siendo puesta a prueba por un virus muy contagioso y relativamente mortal que ha obligado a clausurar parte de la economía y a esconder a centenares de millones de personas en sus hogares. Aún en una fase inicial, el impacto psicológico y moral en la población es difícil de cuantificar. Hay algo de espíritu del Blitz en los aplausos diarios en los balcones de media España, en la unidad expresada por los líderes de los partidos políticos detrás de la acción del Gobierno y, desde luego, en los trabajadores que se sitúan al frente de la batalla contra la enfermedad en hospitales y residencias de ancianos, exponiéndose a un contagio más que probable.
“La reacción principal (de los ciudadanos de las ciudades bombardeadas) era tener miedo”, escribe Richard Overy en The Guardian “Por qué el cruel mito del Blitz no es un modelo sobre cómo luchar contra el coronavirus”. “La resistencia era inevitable, y sobrevivir su prioridad dominante. Exhibir el espíritu del Blitz no lo era… Lo que querían era información veraz, la promesa de prestaciones sociales y bienestar y de recuperación, además de un lugar donde dormir. La visión de los edificios destrozados y los cuerpos sin vida alienaba la vida diaria. El trauma que produjo quedó sin registrar y, desde luego, sin tratar”.