Los conservadores son más felices
Un estudio concluye que las personas conservadores gozan de mejor salud mental que las progresistas, una afirmación arriesgada que tiene su explicación científica.
Un equipo de investigadores ha llegado a una conclusión perturbadora: las personas de ideología conservadora tienen por lo general vidas más felices que las de ideología progresista. La afirmación es arriesgada, pero está basada en multitud de indicadores en estudios de campo realizados entre los años 2005 y 2018. Las conclusiones fueron publicadas en un ensayo para Social Science & Medicine-Mental Health, y validan conclusiones similares de estudios anteriores.
Los investigadores, encabezados por la epidemióloga Catherine Gimbrone, de la Universidad de Columbia, señalan que la brecha en el bienestar emocional entre progresistas y conservadores “es uno de los patrones más sólidos de la investigación en ciencias sociales. No es producto de lo que ha ocurrido en la última década, sino que se remonta hasta donde llegan los datos disponibles”. El fenómeno se reproduce tanto en Estados Unidos, el principal campo de análisis de la investigación, como “en la mayoría de los demás países estudiados”. Es decir, la brecha emocional es consistente en distintos grupos sociales (no varía por razón de sexo, raza o extracción cultural) y es transversal entre comunidades de distintos lugares.
Los investigadores no valoran si los motivos de una persona conservadora para sentirse más feliz son justificados. Solamente señalan el hecho subjetivo. Lo que no se ha podido aclarar aún, en este y otros estudios, es por qué este patrón es tan omnipresente a lo largo de los años y se replica en casi todos los contextos geográficos. En un análisis anterior realizado en noventa países entre 1981 y 2014, las psicólogas sociales Olga Stavrova y Maike Luhmann descubrieron que «la asociación positiva entre ideología conservadora y felicidad” se producía en 87 de los 92 países analizados. Solo cinco países rompían esa dinámica.
Hay algunas teorías al respecto, y el equipo de Gimbrone se hace eco de las principales: “Los conservadores tienen más probabilidades de ser patriotas y religiosos. Tienen más probabilidades de estar (felizmente) casados y menos probabilidades de divorciarse. La religiosidad, a su vez, se correlaciona con un mayor bienestar subjetivo y objetivo. Lo mismo ocurre con el patriotismo y con el matrimonio”. Y añade: “Un liberal (término usado en Estados Unidos para referirse al progresismo) que fuera igual de religioso o patriota, o que tuviera un matrimonio igual de feliz, debería tener niveles de felicidad similares a los de sus compañeros conservadores”. Pero entonces, claro, ya dejaría de computar como progresista.
¿Acaso no son muchos integrantes de los eslabones más bajos del sistema económico profundamente religiosos y patriotas? ¿No hay acaso progresistas felizmente casados? ¿Invalida esto toda la teoría? No, porque lo que está sobre la mesa es la autopercepción de felicidad, no los motivos para sentirla. Dicen los investigadores: “Parece probable que el conservadurismo y sus compañeros de viaje ideológicos (religiosidad, patriotismo) ayuden a las personas a comprender la desigualdad y la desgracia, a resistirlas y a responder de forma constructiva a ellas, independientemente de su posición en el estrato social. La ideología liberal, por el contrario, puede no proporcionar los mismos beneficios a sus adeptos”.
En consecuencia, las personas progresistas tienen más probabilidades de estar deprimidas o ansiosas. El psicólogo social Jonathan Haidt, de la Universidad de Nueva York, demostró que los progresistas gozan de peor salud mental, independientemente de su sexo o edad, y señaló brechas alarmantes entre los jóvenes, que se han vuelto más profundas desde el año 2012. Es más, a mayor nivel sociocultural, más propensión hacia cuadros depresivos entre los jóvenes. Los investigadores plantean la posibilidad de que el llamado Gran Despertar en Estados Unidos, que se inició en 2011 y se prolongó durante la pasada década, y que se resume en la toma de conciencia por parte de los jóvenes blancos de Estados Unidos acerca de sus privilegios dentro de un sistema que oprime a las minorías, explique esta caída en la felicidad entre los que se consideran de izquierdas. Ese movimiento, comúnmente conocido como woke, ha ido permeando lentamente en Europa, si bien con una intensidad mucho menor.
Los investigadores lanzan la hipótesis, muy extendida, de que los conservadores son más felices porque disfrutan de privilegios sociales y culturales. Son las élites, y es normal que se sientan cómodas con su posición dominante. Pero rápidamente Gimbrone y su equipo desmontan esta teoría. En primer lugar, porque hay muchos pobres que son conservadores, como por ejemplo la comunidad hispana de Estados Unidos, o comunidades migrantes que también encontramos en España; en segundo lugar, porque los estudios de campo realizados en países en desarrollo demostraron que a mayor adversidad social y económica, más felices se sienten los individuos conservadores, sin importar su extracción social.
La psique progresista está marcada por la empatía hacia las causas sociales, desde la justicia social hasta la lucha contra el cambio climático o el bienestar animal. Todas ellas causas que generan desazón la mayoría de las veces, y que podrían afectar negativamente la salud mental de la izquierda. Los autores van más allá y en base a una extensiva literatura, afirman que los progresistas “tienden a ser menos estables emocionalmente que los conservadores” y tienden a obsesionarse con sus emociones y las de los demás. “Suelen reaccionar con mucha más severidad ante acontecimientos desafortunados, desde tragedias públicas a derrotas políticas, pasando por catástrofes mundiales”. Y añaden: “Además, en comparación con los conservadores, los liberales son mucho más propensos a encontrar sentido a sus vidas a través de causas políticas o del activismo. Tienden a seguir la política mucho más de cerca y a participar más en la acción política. Sin embargo, se ha demostrado que seguir de cerca la política y participar regularmente en ella afecta negativamente al bienestar mental y fisiológico de las personas”.
Un aspecto que los investigadores señalan y que puede alterar la tesis es que el espectro conservador es más propenso a estigmatizar las enfermedades mentales, y por lo tanto reacio a pedir ayuda o reconocer un cuadro de depresión o ansiedad. Quizá son menos felices de lo que la estadística indica.
La comparativa entre la salud mental de los dos grandes bloques ideológicos y culturales es arriesgada y está llena de matices, pero el valor de la investigación de la Universidad de Columbia es que encuentra patrones sólidos y extrapolables a casi todos los países. Y da sentido a percepciones que parecen algo gruesas, más propias de barra de bar, pero que sorprendentemente tienen una sólida base científica. Luego, como apuntan los investigadores, las implicaciones y aplicaciones de estas realidades quedan abiertas a la interpretación
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