Las sorpresas del mundo postcoronavirus

¿Podría ser que esta pandemia refundara algunos de los pilares más dañados de la sociedad global actual?

La historia nos va calando los huesos como una tormenta de verano. En cuestión de días, sin preparación, el virus del SARS-COV2 (conocido popularmente como coronavirus) y la enfermedad que conlleva, el CoVid-19 ha cambiado la vida de centenares de millones de personas, al tiempo que ha sacudido el panorama geopolítico y económico global. Pero se atisban cambios que podrían ser positivos.

Se impone una especie de sensación de período de guerra, una sensación nos permite asirnos a la esperanza de que, tras la victoria final, surja una oleada espontánea de cambios a mejor. Si tras la Segunda Guerra Mundial se crearon órgano de concierto internacional, sistemas de protección social o tratados de derechos humanos, se produjo un baby boom que dio origen a uno de los períodos más prósperos de la humanidad… ¿podría ser que el coronavirus refundara algunos de los pilares más dañados de la sociedad global actual?

Los héroes con los salarios más bajos

Estos días se aplaude sistemáticamente a los médicos (héroes tradicionales de las sociedades avanzadas), pero también a los limpiadores que higienizan las ciudades, a los camioneros que transportan las mercancías imprescindibles, a las cajeras de los supermercados, a los teleoperadores que en jornadas maratonianas intentan responder las dudas de la población… Incluso los periodistas, que algunos vilipendiaron en los inicios de la crisis por “alarmar” vuelven a ser ahora el servicio esencial que provee de la información necesaria y teje la conciencia social. Y todas ellas, casi sin excepción, suelen ser profesiones precarias o mal pagadas. La dignidad del barrendero, de las cuadrillas de limpieza, de los celadores saldrá reforzada de esta crisis. ¿Lo hará su calidad de vida?

Si dirigimos la vista hacia la política, la contundencia y gravedad de la situación ha silenciado los problemas con los que alimentaban los telediarios, a veces tan alejados de la realidad de los ciudadanos. El “procés”, las tensiones en el gobierno de coalición, las discrepancias en las leyes de educación no han dejado de ser importantes; simplemente se han puesto en cuarentena y, cuando salgan de ella, puede esperarse que lo hagan de una forma menos frentista. La vibración de la sociedad no cambia de la noche a la mañana, pero ahora los líderes que se mofan del dolor de ciudades como Madrid parecen tan desubicados como los que aprovechan para arrimar el ascua a su sardina ideológica, los que interpretan el mundo en modo binario izquierda-derecha. La crisis del coronavirus ha devuelto el prestigio a las autoridades científicas y deja al desnudo a los pseudo expertos y diseminadores de bulos.

Las redes sociales, a menudo pozo de discordia y mezquindad, de crítica fácil y maniqueísmo, están sirviendo para entretener, ayudar y tejer afectos. Grupos de voluntarios de lucha contra el coronavirus se han organizado por Twitter para poner en contacto a enfermos con profesionales de la salud, con el fin de no saturar los hospitales. En cuestión de horas, una persona con síntomas leves puede recibir consejo de médicos de toda España para ajustar su medicación o paliar síntomas leves.

China podría ser otro foco de cambio. Lo hizo muy mal, y luego rectificó y, según la Organización Mundial de la Salud, dio un tiempo precioso al mundo para investigar la enfermedad con sus medidas de aislamiento poblacional para “frenar la curva”. Lo que desde la distancia veíamos como medidas draconianas propias de una dictadura parecen ser el nuevo consenso para ralentizar los contagios de modo que los sistemas sanitarios puedan mitigar la mortalidad. China es una dictadura de partido único que reprime cruelmente los derechos humanos de minorías étnicas y tiene un sistema de control poblacional que viola todos y cada uno de los derechos humanos. Para el mundo occidental, es un país necesario para la economía global. Quizá este nuevo papel de agente del bien, este aprobado generalizado, puede impulsar un encaje del gigante asiático más acorde con las reglas y estándares internacionales.

Por supuesto, podría ocurrir que la crisis sea tan dura, tan larga, tan cruel que finalmente las sociedades se inclinen por dar lo peor de sí mismas, y fomentar el aislamiento y la cerrazón. Todo dependerá de cómo los gobiernos y las sociedades capeen la situación, de cuántas iniciativas solidarias surjan y qué efecto produzca, de cuántos políticos opten por bajezas ventajistas y por aprovechar la situación para obtener prebendas, y cuántos por el contrario arrimen el hombro y tomen decisiones en pro de sus ciudadanos. Ojalá, como ya es lema en Italia, «tutto andrà bene”.


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