La recuperación que solo será sostenible

Parece que no queda otro remedio.

Tanto la covid 19 como la emergencia climática son crisis provocadas, muestra del agotamiento natural que causa la acción humana. Por mucho que los gobiernos apuntalen las economías y los sistemas sanitarios, las pandemias y los desastres medioambientales serán cada vez más frecuentes si no se ataja el problema de fondo: cambiar el modelo. Dada la magnitud de la crisis laboral, la narrativa deberá cambiar de “recuperación verde” a “sostenible”. Frans Timmermans, vicepresidente primero de la Comisión Europea, escribía en Política Exterior sobre la necesidad de reformular una economía ecológica y sólida. “Habrá recuperación solo si economía y valores van de la mano”.

Margen reducido

Cualquier intento de cambiar el enfoque global es complicado si no se embarca Estados Unidos. El resultado de las elecciones a la Casa Blanca de noviembre determinará en gran medida el margen de la comunidad internacional. Si ganara Joe Biden, EEUU volvería como mínimo al Acuerdo de París. Si los demócratas recuperan el control del Senado, podrían ir incluso más allá.

Mientras, la Unión Europea sigue con su Plan de Recuperación, que implica una emisión de deuda comunitaria por valor de 750.000 millones de euros para canalizar inversiones, y debe ir de la mano del Pacto Verde Europeo de 2019. Esta es la hoja de ruta para alcanzar en 2050 como muy tarde la neutralidad carbónica, y también para guiar la transformación verde y digital de las empresas sin que pierdan competitividad. El eurodiputado socialista Javi López habla de movilizar recursos de forma inteligente y acompañarlos de impuestos que generen los suficientes incentivos y desincentivos en sentido ecológico. Por ejemplo, el impuesto al carbono en frontera, o de exigir una condicionalidad laboral, verde y fiscal a las empresas privadas que reciban ayudas públicas.

Vincular a los ciudadanos

¿Cómo se traduce eso en la vida de los ciudadanos? Durante la pandemia hemos visto que los Estados, en situaciones límite, pueden implantar medidas repentinas e imponer determinados comportamientos sociales. Pero es importante que los vecinos de cada comunidad no sientan que lo verde no compromete sus –con frecuencia precarizados- modos de vida, o lo rechazarán.

Alemania suele ponerse como ejemplo de transición ecológica puntera. En su libro Energy democracy, Arne Jungjohann, defiende que la clave del liderazgo no ha sido la inversión estatal en renovables, como suele decirse, ya que otros países invierten de manera similar, sino el apoyo popular. Allí Los Verdes atraen a votantes tanto a votantes progresistas como conservadores.

Esa aprobación busca el presidente Emmanuel Macron en Francia, que ha sufrido un varapalo en las municipales mientras que los verdes han arrasado en varios puntos clave de la geografía gala. Curiosamente han ganado en ciudades que se alzaron contra la ecotasa en 2018, revueltas que iniciaron el movimiento de los chalecos amarillos. Macron insiste a los franceses en que trabajando menos y produciendo menos no podrán financiar el modelo social ni invertir en Sanidad. Ha anunciado dos referéndums sobre cuestiones ecológicas básicas. El primero será convocado “antes de 2021”.

¿Estarán dispuestos los franceses -y los europeos en general- a aceptar, por ejemplo, impuestos adicionales a la gasolina y el gasóleo para desincentivar su consumo? ¿Puede la agenda verde despertar simpatías si no se une a medidas de sostenibilidad real y justicia social? ¿Serán capaces los gobiernos de conciliar todos esos aspectos? Veremos en qué queda este pacto verde europeo

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