La ciencia de la carcajada

La ciencia de la carcajada

La ciencia de la carcajada

Todos queremos rodearnos de gente graciosa, tener amigos y una pareja con sentido del humor. Pero el baremo sobre qué nos despierta una carcajada o nos hace levantar una ceja socarrona no está nada claro, pues cada persona tiene un mecanismo distinto para encontrar algo (o a alguien) divertido. Es pues un asunto complicado que analizar científicamente, aunque un nutrido grupo de profesionales lleva años tratando de encontrar la fórmula secreta de la carcajada. Aviso: no se ha podido precisar con rigor científico qué es gracioso, pero hay algunos descubrimientos interesantes. Es la ciencia de la carcajada.

Está comprobado que la carcajada es una forma de comunicacion preexistente al lenguaje. Eso significa que comunica cosas muy importantes, por eso los animales cuando juegan hacen sonidos significativos, como las ratas, que emiten ultrasonidos, o los perros cuando juegan a pelearse. Pero a excepción de los primates, el resto de animales no se ríen como nosotros, pues hemos evolucionado esos sonidos para responder a situaciones intelectualmente más complejas y variadas.

Confirma el psiquiatra canadiense Joseph Polimen que las cosas que nos hacen reír hoy no se parecen mucho a la versión del humor de nuestros antepasados. “El juego es probablemente uno de los pilares originales del humor”, dice Polimeni, autor en el año 2006 de una investigación sobre el origen evolutivo del humor. Muchos animales participan en el juego y también lo hacían los primeros predecesores de los humanos, como por ejemplo simulacros de peleas y cosquillas. Luego todo se volvió más rico y complejo.

Con el tiempo, el juego que provocaba la risa se transformó en usos prácticos: la risa y la diversión significaban que una situación era segura y las emociones positivas podían usarse para ayudar a animar a los demás. Luego, hace entre 40.000 y 45.000 años, dice Polimeni, el humor evolucionó para servir a aplicaciones más modernas: suavizar situaciones sociales incómodas o reírse de los contratiempos de los demás. El humor habría ayudado a los primeros humanos a tener conversaciones difíciles o polémicas, como malentendidos y agravios entre individuos, y también a abordar las delicadas cuestiones del amor y el flirteo.

El Laboratorio de Investigación del Humor (Humor Research Lab) de la Universidad de Colorado es uno de los entes que más se ha esforzado en los últimos años en dotar de un manto científico a la risa. Apoyándose en la psicología social cognitiva, los investigadores han dado con una teoría que han bautizado como Teoría de la Transgresión Benigna. La teoría se basa en el trabajo del lingüista estadounidense Thomas Veatch, e integra las teorías del humor existentes para proponer que el humor se produce cuando y sólo cuando se cumplen tres condiciones: primero, una situación es una transgresión; segundo, la situación es benigna; y tercero, ambas percepciones se producen simultáneamente. Por ejemplo, los juegos de lucha y las cosquillas, que producen risa en los humanos y otros primates, son transgresiones benignas porque son ataques físicamente amenazadores pero inofensivos.

Con estas bases la teoría también es útil para determinar cuándo las cosas no son divertidas: una situación puede no ser divertida porque representa una transgresión que no parece benigna al mismo tiempo, o porque representa una situación benigna que no implica ninguna transgresión. Por ejemplo, los juegos de lucha y las cosquillas dejan de provocar risa cuando el ataque cesa (estrictamente benigno) o se vuelve demasiado agresivo (transgresión maligna). Del mismo modo, los chistes dejan de ser graciosos cuando son demasiado suaves o demasiado atrevidos.

El concepto de lo benigno es clave para comprender la evolución del humor a lo largo de los años, y nos ayuda a resolver el tan manido dilema sobre dónde están los límites del humor, debate acalorado que estalla cada vez que un personaje público hace un chiste o una broma en los límites de lo aceptable. Hace 40 años, en España entraba en el espectro de lo transgresor pero benigno el humor sobre personas homosexuales, de otra cultura o raza o discapacitadas. Hoy la línea de lo benigno ha retrocedido varias casillas, y el chiste en cuestión sigue siendo transgresor en lo moral, pero ahora es dañino y por lo tanto no es gracioso, incluso puede ser reprobable. Lo que provoca el debate acalorado es que mientras para unos las placas tectónicas del humor se han movido (hacer chistes que involucren a otras culturas es intolerable, dicen), para otros las placas siguen en el mismo sitio (su marco de lo que es benigno no se ha acortado). Es un asunto que trasciende el humor para adentrarse en los pantanosos campos de la ideología, la cultura y la ética.

Podemos convenir que es la mayoría social la que mueve las fronteras de lo benigno, tal como comprobamos en los últimos años. Y es cuando no se respetan estas amplias normas sociales cuando los chistes fracasan o, peor aún, ofenden. Para lograr el equilibrio adecuado entre una infracción suficientemente benigna sin ofender a la audiencia se requiere algo de inteligencia. Y es algo aceptado que las personas divertidas son particularmente inteligentes. «Alguien que bromea mucho cuando es niño, o incluso cuando es adulto, tiende a tener un mejor sentido de la cultura, un mejor sentido de las normas sociales, un mejor sentido de cómo entender a las personas», dice Caleb Warren, codirector del Laboratorio de Investigación del Humor, en un artículo en el portal divulgativo Vox.

Desde Platón y Aristóteles con su teoría de la superioridad (las cosas son divertidas cuando nos sentimos superiores a los demás o a una versión antigua de nostros mismos), pasando por la teoría del alivio de Sigmund Freud (el acto de reír libera energía nerviosa o tensión reprimida), los grandes pensadores han tratado de definir las normas de la carcajada, pero han sido incapaces de dar con su esencia completa. Tampoco nadie ha dado con la fórmula para que las personas aprendamos a ser más divertidas, por mucho que nos esforcemos. Esto es en parte un fracaso, pero también ensalza la magia, tan única, de la risa, que siempre logra escapar a los diques de la ciencia

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