Las últimas elecciones en Reino Unido han ratificado la brecha intergeneracional. Los votantes de 18 a 24 años se decantaron en su mayoría por el laborismo, al igual que en su día optaron por permanecer en la Unión Europea. La edad, no la clase ni el género, es una de las variables más importantes para predecir el comportamiento ciudadano en las urnas, sobre todo desde la crisis de 2008. Hoy la hegemonía de un partido pasa por salvar la distancia entre las generaciones.
En 2017, tras las elecciones que dieron una victoria frágil a Theresa May, algunos politólogos hablaron de ‘youthquake’, un juego de palabras uniendo los términos ‘juventud’ y ‘terremoto’ para describir el aumento en la participación juvenil (18-24 años), que alcanzó el nivel más alto durante un cuarto de siglo. Se produjo “un aumento dramático en el apoyo al Partido Laborista entre los votantes jóvenes, basado en un crecimiento en los valores sociales liberales o ‘valores cosmopolitas’. Un histórico 60% del electorado más joven apoyó al Partido Laborista”, explican James Sloam y Matt Henn, autores de Youthquake 2017: The Rise of Young Cosmopolitans in Britain.
No todos los analistas comparten esa visión. El rechazo a las medidas de austeridad o la conciencia climática han movilizado a la juventud urbana británica. Pero es un hecho que la desidia electoral también va en aumento. A uno de cada cuatro jóvenes de la OCDE no les interesa en absoluto la política, según datos del propio organismo. La abstención juvenil es como el paro, tiene un componente estructural.
En España se ha invertido la relación entre malestar social y voto. En los años 90, los investigadores Carles Boix y Clara Riba concluyeron que en los momentos de satisfacción generalizada con la situación política y económica subía la abstención. Por el contrario, en los momentos en los que la satisfacción bajaba, los ciudadanos acudían más a las urnas. Por esa regla, la participación habría tenido que elevarse tras la crisis de 2008, y sin embargo ha ocurrido al revés.
Además, la participación juvenil no se ha regido por esa variable, sino que aumentó cuando se abrieron otras opciones. En las elecciones de 2015, Podemos, las confluencias y Ciudadanos reintrodujeron voto joven en las urnas. Entre 2011 y 2015 se produjo un incremento de participación electoral juvenil de ocho puntos porcentuales (del 58% al 66%), según Metroscopia.
Una de las causas de su desapego hacia la política, explica Pablo Simón en un artículo titulado Votar es cosa de viejos, son sus hábitos informativos. Los jóvenes de 18 a 25 años que leen periódicos o ven informativos en televisión constituyen una minoría. Las redes sociales, el hipervínculo, la inmediatez y la exigencia de retorno son componentes clave en su socialización.
“Un consenso relativamente establecido es que el consumo de periódicos es el principal mecanismo de aprendizaje político. No solo por tratar más política, sino también por hacerlo de manera más exhaustiva. Sin embargo, los jóvenes no leen el periódico ni de lejos como lo hacían sus padres con su edad. Este papel ha venido a ser suplantado por la televisión, un medio que profundiza en política muchísimo menos”, señala Simón.
Algunos sociólogos le restan importancia a lo anterior y apuntan al llamado efecto sustitución. Los jóvenes consumen menos diarios, pero muchos participan en la política a través de asambleas y manifestaciones. Por ejemplo, en las movilizaciones recientes por el clima en medio mundo. Aunque, como apunta Simón, los datos muestran que los mismos que participan por medios alternativos son quienes también lo hacen votando.
La abstención va en aumento. Y la demografía no ayuda: los jóvenes están cada vez más en inferioridad numérica por el envejecimiento de la población.
Cada vez participan menos, y cada vez son menos.
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