La adicción infinita
Nos pasamos el día barriendo con el dedo las pantallas de nuestros móviles. Este gesto anodino es la base de nuestra obsesión con las redes sociales
La humanidad pasa 3,8 billones de horas pegada a dispositivos móviles al año, según datos de 2021. En los países con mayor consumo, entre ellos España, los ciudadanos invierten 4,8 horas al día utilizando apps, principalmente de redes sociales y mensajería. La previsión de inversión en publicidad móvil superó los 350.000 millones de dólares en 2022, según datos recopilados en el informe Estado Móvil de 2022 elaborado por la consultora Data.ai.
La pandemia fue un catalizador en la adopción de hábitos móviles a nivel global. El encierro y el aislamiento nos sumergieron, más si cabe, en la sociedad digital, aquella en la que encontramos bienes y servicios, trabajo y relaciones interpersonales en una misma pantalla. Fue en este último apartado, el de las relaciones interpersonales, en el que más acusamos el cambio. En lo más crudo de la pandemia, las redes sociales se convirtieron en la plaza del pueblo, el lugar de encuentro y ocio, y tras el fin de la alerta sanitaria lo han seguido siendo. Tenemos adicción a esa plaza y no es una forma de hablar. La sustancia que nos mantiene enganchados se llama scroll infinito.
Se denomina scroll a la acción de barrer hacia abajo o hacia arriba el contenido de las páginas web o apps que consultamos, ya sea con el dedo en el móvil o con el ratón en el ordenador. En 2006, el ingeniero informático Aza Raskin se dio cuenta de algo tan obvio como brillante: cuando llegamos al final de una página web debemos abrir otra, y eso muchas veces nos desincentiva a reiniciar el proceso. Así que decidió crear el scroll infinito para que la página nunca termine y jamás desviemos nuestra atención. Es decir, barremos y barremos hacia abajo y siempre aparece información fresca y nueva.
Esta característica es el pilar que sustenta las redes sociales actuales. Nos podemos pasar horas haciendo scroll en nuestras redes sociales y el contenido jamás terminará. Siempre habrá una noticia más que consultar, un post o un tweet nuevo que revisar, una foto de un conocido que husmear. Esto nos genera adicción y ansiedad por no perdernos nada de lo que ocurre en las redes. El síndrome tiene hasta nombre, FOMO en inglés, traducido como «temor a perderse algo».
En una entrevista en la BBC en 2018, Raskin admitió que se siente culpable por haber inventado una función que, sin pretenderlo, es altamente adictiva y empuja a millones de personas a no poder despegar sus ojos de las redes sociales. “Descubrimos que si no le das tiempo a tu cerebro a ir al mismo ritmo que tus impulsos, no te da tiempo a procesar la información y sigues scrolleando de una manera adictiva”. Es decir, que la ansiedad por descubrir contenido nuevo constantemente nos lleva de un lugar a otro sin dar tiempo a nuestro cerebro a asimilar lo que acaba de ver o leer. Raskin lo resumió de forma gráfica: “Es como si estuvieran tomando cocaína conductual y la rociaran por toda la interfaz, y eso es lo que te mantiene con ganas de regresar una y otra vez”.
Fíjese a su alrededor en cualquier instante que comparta con desconocidos en el transporte público, esperando en una tienda o en un lugar de ocio. No dejará de ver dedos barriendo pantallas. Muy pocos son los que permanecerán más de medio minuto concentrados en lo que ven sus ojos. Y tiene sentido, porque como humanos tenemos una necesidad imperiosa por la conexión y la validación. Nos gusta compartir nuestras vidas. No en vano, las redes sociales son una de los principales motivos por los que cogemos nuestros teléfonos móviles. Y ahí es donde nos encontramos con multitud de cebos psicológicos para consumir nuestra atención.
“Técnicamente, el scroll infinito requiere que los contenidos que veremos a continuación se descarguen antes de que los veamos. Se preparan de tal manera que el bucle es infinito y solo estará limitado por una cosa: nuestro propio aburrimiento. Es cómo la rueda incesante donde un hámster corre”, explica el consultor informático Marcelino Madrigal en un artículo en Newtral. “Sin embargo, algo que parece tan trivial es mucho más complejo. (…) No decidimos si queremos ver esto o lo otro. Si queremos parar. Si queremos volver hacia atrás. Si queremos cambiar de plataforma o leer detenidamente algo. Todo está preparado para intentar anular nuestra decisión y darnos la sensación de que todo lo que necesitamos y queremos saber está en una sola página. Ya ven, no es tan inocente”.
“Las redes sociales funcionan de forma similar a una máquina tragaperras”, dice en el mismo sentido Sandy Parakilas, director de estrategia para el Center for Humane Technology, un think tank que pretende realinear la tecnología con los intereses de la humanidad. “Existe un modelo de negocio enfocado en reclamar tu atención y básicamente absorber el mayor tiempo posible de tu vida para luego vender esa atención a los anunciantes”, afirma Parakilas. Distintos estudios confirman la relación entre el abuso de las redes sociales y la depresión, el sentimiento de soledad y otros problemas de salud mental.
El principal reto con las redes y su scroll infinito es que está totalmenente arraigado en la vida de los jóvenes. Es parte de sus vidas y no es realista pretender que apaguen sus redes sociales o que las empresas que las gestionan pongan límites a una acción, el barrido infinito, en la que se sustenta gran parte de sus negocios multimillonarios.
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