Fetichistas del trabajo

Fetichistas del trabajo

Estamos convirtiendo el empleo en el centro de nuestra existencia, dejando de lado los pilares clásicos de nuestra identidad.

Japón es famoso por acuñar conceptos inexistentes en otro lugar del mundo. Uno de ellos es el karoshi, o muerte por exceso de trabajo. Es un fenómeno social tan preocupante que en el año 1987 fue reconocido oficialmente por las autoridades japonesas y el ministerio de Salud comenzó a recopilar estadísticas. Visto desde lejos, morir por exceso de trabajo nos parece una locura, y lo es. Pero en Japón se calculan hasta 10.000 muertes anuales por karoshi. Lo preocupante para nosotros es que las dinámicas que conducen a ello, que se resumen en trabajar 60 y 70 horas semanales y habitar entornos laborales opresivos, se están reproduciendo en muchos países. La Organización Mundial de la Salud (OMS) lleva años advirtiendo de los peligros del estrés laboral y el exceso de trabajo. En 2016, el dato más reciente disponible, produjo 745.000 defunciones por accidente cerebrovascular y cardiopatía isquémica. Es un dato un 29% superior al del año 2000. Hoy posiblemente sería mucho más elevado.

Según un estudio de la Universidad Jaume I de Castellón de la Plana, uno de cada diez trabajadores en España padece adicción al trabajo. La Organización Internacional del Trabajo calcula que alrededor del 8% de los españoles trabajan más de 12 horas al día, más de 60 horas a la semana. Distintos especialistas marcan la frontera de las 50 horas semanales como indicio de adicción.

“La pandemia de covid-19 ha cambiado significativamente la forma en que muchas personas trabajan”, asegura a este respecto Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la OMS. En efecto, la pandemia ha provocado un salto adelante de varios años, hay quien habla de una década, en las relaciones laborales. Las ha lanzado al futuro para bien, como es normalizar el teletrabajo y el horario flexible, y también para mal, como es profundizar en la obsesión de millones de trabajadores por estar siempre conectados y disponibles. La pandemia y el encierro forzoso fue una especie de excusa, el casino 24 horas abierto para su adicción. 

Así, estamos convirtiendo el trabajo en un fetiche, al punto de volcar toda nuestra identidad en él. Nuestro empleo configura nuestro rol en la sociedad y muchas veces moldea nuestra autoestima, sustituyendo a pilares fundamentales como la familia, los amigos y nuestras aficiones. En redes sociales especializadas, decenas de gurús nos conminan a actualizar nuestro currículum para que sea más atractivo, a seducir a empleadores potenciales, a realizar ese cursillo que nos va a llevar al siguiente nivel laboral y de realización personal. Se nos mide por el engagement de nuestras publicaciones, por las reacciones de compañeros, de profesionales de otras empresas. Debemos enfocar nuestros esfuerzos y nuestros desvelos en ser exitosos laboralmente, esa es la llave de la felicidad y el prestigio social. 

Esto ocurre particularmente entre los trabajadores cualificados, quienes, según argumenta el investigador Simone Stolzoff en su ensayo El empleo adecuado: reclamando vida al trabajo (2023, edición en inglés), han convertido el trabajo en algo parecido a un credo religioso. El sentido de pertenencia ya no está en el interior de la iglesia, sino en el interior de la oficina. “Les provee de significado, de comunidad y da sentido a sus vidas”, dice Stolzoff.

El asunto es una evolución más profunda del concepto ‘workaholic’, término acuñado por el psicólogo estadounidense Wayne Oates en 1971 en un libro en el que hacía referencia a su propia adicción al trabajo y lo comparaba a la dependencia al alcohol. El término hizo fortuna y hoy es de uso común. Sin embargo, el actual fetichismo laboral va un paso más allá, pues secuestra todos nuestros registros personales. Toda nuestra identidad gira en torno al trabajo. Vivimos voluntariamente entregados a él y a sus circunstancias.

Para millones de personas, la cultura del trabajo online en la que debemos estar las 24 horas del día conectados y dispuestos a responder un correo electrónico genera desazón. Sin embargo, para los fetichistas, el trabajo online es una oportunidad para justificar sus desmanes. “Antes el adicto tenía que buscar una excusa para ir a la oficina, ahora puede parecer que está mirando una película cuando en realidad está resolviendo un asunto por e-mail”, explicó la psicóloga Victoria Trabazo en el diario Cinco Días. En el mismo artículo, el catedrático emérito de Psiquiatría en la Universidad Complutense de Madrid, Francisco Alonso Fernández, subrayó la diferencia entre adicción y entrega saludable al trabajo. “La persona que simplemente es muy trabajadora, lo hace con buen ánimo y cuando llega un intervalo, sabe divertirse”, mientras que el adicto “es un ogro en su casa, no tiene empatía con los demás y no sabe disfrutar del ocio”.

“Reducirlo todo a un único aspecto de lo que somos es arriesgado porque descuidamos todo lo demás. No solo somos empleados, también somos amigos, hermanos, padres, vecinos y ciudadanos. Si tu única fuente de identidad es el trabajo y lo pierdes, ¿qué te queda?”, incide Stolzoff, quien remata: “Encontrar el equilibrio entre un trabajo que te realice y que a su vez no tome el control de tu vida es fundamental. Yo no soy antitrabajo, pero creo que cuanta más claridad tengamos acerca del rol que desempeña el trabajo en nuestras vidas, que fundamentalmente es un rol económico, mejor nos irá”.

Este fenómeno además genera una nueva brecha laboral entre trabajos cualificados, principalmente del sector servicios, y trabajos del sector secundario con menor carga competitiva. Los primeros caen en una espiral perniciosa de trabajo desbocado, con el empleo como motor único de sus vidas, mientras que los segundos mantienen con el trabajo una relación más saludable, situándolo como un pilar más de sus vidas. Tal vez el reto laboral del futuro no sea subir hasta lo más alto de una corporación, ni luchar con pasión por lograr el trabajo soñado, que es lo que tradicionalmente se ha enseñado a los jóvenes, sino algo tan sencillo como construir una relación sana con el trabajo, en la que la motivación y la realización laboral no estén reñidas con nuestra felicidad personal.

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