Sobre el gigante tecnológico pesan numerosas acusaciones de intoxicación propagandística electoral. Mark Zuckerberg asegura que tiene preparado un gabinete de crisis en Silicon Valley para controlar cualquier uso fraudulento de su red en los próximos comicios de Brasil y las legislativas de noviembre en Estados Unidos. ¿Lavado de imagen? ¿Funcionará?
¿Puede una red social poner y quitar gobiernos? Es lo que se dice de Facebook, la más poderosa del mundo con 2.230 millones de usuarios únicos mensuales, desde que estalló el escándalo de Cambridge Analytica. En 2016, esta consultora de matriz británica pero creada por el ex asesor de Donald Trump, Steve Bannon, se apropió de los datos personales de 87 millones de usuarios de Facebook para enviarles noticias falsas. El revuelo fue tremendo y Mark Zuckerberg, máxima autoridad de la red social, terminó dando explicaciones en el Congreso de Estados Unidos.
El hilo es más largo: Cambridge Analytica no solo estaba vinculada a la campaña de Trump sino también al referéndum del Brexit y a la llamada trama rusa. De hecho un equipo de Facebook ha sido llamado a consultas por el fiscal especial Robert Mueller.
La red social también se ve afectada por las noticias falsas y la desinformación, que también lastran a otros gigantes tecnológicos: Twitter, Google, Instagram, YouTube… La credibilidad de todas se ha visto cuestionada y por eso periódicamente cierran perfiles falsos y contratan a expertos en ciberseguridad.
Ahora Zuckerberg insiste en que “están mejor preparados” para lidiar con procesos electorales. Que han montado un gabinete de crisis en Silicon Valley para que no se utilice Facebook con el fin de influir en los comicios de Brasil y Estados Unidos. Están preparando distintas respuestas a escenarios potenciales, como una ola de información falsa o campañas para hacer creer a la gente, erróneamente, que pueden votar por mensaje de texto. Y a principios de octubre clausuraron casi 600 páginas que resultaron ser de spam publicitario.
¿Son estas acciones meramente cosméticas? Atul Singh, editor de The Fair Observer, firmaba hace unos días un artículo demoledor titulado: “Mark Zuckerberg es más peligroso que Donald Trump”. Se lamentaba de que muchos periodistas, junto a miles de millones de personas, crean en la benevolencia de Zuckerberg. “Lamentablemente, esta creencia popular carece de una base sólida. Al final, Facebook es una empresa con ánimo de lucro. Zuckerberg tiene derechos de voto mayoritarios gracias a una estructura accionarial que le otorga el control absoluto. Por mucha oda que haga a los derechos humanos, la comunidad y a las personas, su deber fiduciario es maximizar el beneficio para los accionistas”, sostenía Singh.
Lo cierto es que los inversores no han penalizado especialmente a Facebook. Los usuarios que han cerrado sus cuentas tampoco suponen un número representativo. Pero esas redes sociales fundadas hace 15 años en garajes y dormitorios universitarios ya no están rodeadas de misticismo. Poseen más datos de los usuarios que cualquier otra compañía, pero lo que cuentan se pone en cuarentena. Algunas malas prácticas han provocado que algunos de sus creyentes se declaren agnósticos.
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