Esos temibles salvadores de la democracia

La democracia del siglo XXI tiene que resistir contra la desafección, los avances de la tecnología y, por supuesto, las tiranías. Por desgracia también contra aquellos que la invocan en beneficio propio.

Para muchos franceses fue una imagen sonrojante ver a compatriotas manifestarse el pasado fin de semana contra el certificado sanitario y la vacunación. Mientras el Elíseo trataba de contener los estragos de la variante delta del coronavirus, desde Marsella a París casi 115.000 personas coreaban cánticos negacionistas, acusando al presidente Macron de “autoritario”, a sus conciudadanos que defienden las restricciones de “borregos” y al sistema político galo de “dictadura”. Distintos partidos políticos, entre ellos la extrema derecha y la extrema izquierda, han querido capitalizar este supuesto “movimiento por la libertad”. Lo cierto es que están aprovechando la incertidumbre ciudadana y el embrollo jurídico sobre los límites entre restricciones y libertades.

El año pasado en Alemania vimos marchas similares. Según Open Democracy, este país ha sido la zona cero del conspiracionismo durante esta pandemia. Grupos como Querdenken (pensadores laterales) se arrogaron la protección de los derechos civiles que, según ellos, estaban siendo vulnerados por las autoridades. Lo interesante -y al mismo tiempo peligroso- es que a los habituales extremistas se sumaron también algunos economistas y miembros de organizaciones ecologistas. 

En España asistimos a discrepancias jurídicas: prueba de ello es el revuelo que ha levantado el fallo de inconstitucionalidad del Tribunal Constitucional sobre el primer confinamiento. Sin embargo, la respuesta social a la vacunación es mucho más unánime y solidaria. Las teorías de la conspiración, la desinformación y la pseudociencia afortunadamente han quedado para las redes sociales. Hemos visto algunas manifestaciones de negacionistas, bajo lemas como “Por la libertad y la democracia”, pero han sido un fenómeno residual en comparación con las de Francia. 

No pensemos, sin embargo, que nuestra calidad democrática es superior a la de nuestros vecinos europeos. Aquí los partidos han llevado constantemente a la democracia a las puertas de una guerra cultural. No hay más que ver cómo los miembros del gobierno evitan decir en público que Cuba es una dictadura y cómo la oposición hace lo propio con Marruecos. 


     

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