El precio de ser mejores

Medio mundo, incluida gran parte de Occidente, ha elegido congelar la economía para evitar la muerte de centenares de miles de personas. En su mayoría, ciudadanos septuagenarios y octogenarios. Esta durísima decisión por defender la vida de los más mayores aun a riesgo de caer en una recesión global enaltece a la raza humana. El hecho tiene aún más valor si tenemos en cuenta que se podría haber optado por la otra vía, mirar solo lo económico, como al principio de la pandemia predicaron algunos líderes.

“Nadie me ha preguntado: Como persona mayor, ¿está dispuesto a jugarse su supervivencia a cambio de mantener Estados Unidos como el Estados Unidos que ama, por el bien de sus hijos y nietos?”, dijo en una entrevista, ya en plena pandemia, el político tejano  Dan Patrick. “Si esa es la elección, yo me apunto”, añadió el senador, de 69 años. 

En la misma línea incidía el periodista conservador Glenn Beck: “incluso si todos enfermamos, lo prefiero a matar al país”. Mientras España o Italia eran torturadas por el nuevo virus SARS-COV-2, y decenas de sus mayores fallecían por la enfermedad que este provoca, la Covid-19, el líder británico Boris Johnson aún coqueteaba con la estrategia de la “inmunización de rebaño” para combatir el virus: dejar que la gente se infectase, de la forma más controlada posible y encajar las muertes como el precio a pagar. 

Solo el tiempo, las noticias de fallecimientos masivos y colapsos hospitalarios en el continente europeo le hicieron dar un giro de 180º y luchar para minimizar el impacto, confinando a los británicos y sacrificando la economía del país.

Al otro lado del Atlántico, Donald Trump también subestimó en un primer momento el posible impacto del virus. En todo momento ha insistido en que las medidas para detenerlo no deben hacer daño a la economía. “No podemos permitir que la cura sea peor que el problema. Al final de este período de 15 días (de medidas restrictivas para luchar contra el virus) tomaré una decisión sobre qué hacer”. 

Mientras el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, insistía en el confinamiento de la población en un estado que ya cuenta hoy con más de 22.000 fallecidos por la epidemia, el presidente Trump insiste todo el tiempo en que hay que reabrir la economía. Su argumento es que una crisis económica puede matar más que esta pandemia, que de momento ha segado la vida de casi 100.000 estadounidenses. No le falta razón: un estudio publicado en The Lancet concluía que hubo un cuarto de millón de muertes más por cáncer tras la crisis financiera, sobre todo en los países sin sistema de salud pública y universal.

En España, casi el 90% de los fallecidos por coronavirus tenían más de 70 años. Casi el 70% había superado los 80. El objetivo de este confinamiento histórico, tedioso, de los más duros del mundo, ha sido en esencia salvar la vida de nuestros septuagenarios y octogenarios.

Al mismo tiempo, los peores dramas de abandono y desatención se han producido con esos mismos mayores. En algunas residencias de ancianos se han producido presuntas negligencias denunciadas por los familiares ante la Justicia; en ciertos casos ha habido hospitales que se han negado a ingresarlos o se ha ordenado desde las autoridades que no se hiciera y en casi todos se ha producido un abandono forzado por las circunstancias, residencias sin personal suficiente, sin medicalizar, con mayores sin la posibilidad de ver a sus familiares por la falta de equipos de protección personal para permitir ese lujo.

Una de las consecuencias de esta crisis debería ser la investigación de lo sucedido y la mejora de la situación de las residencias de mayores. En medio de la pandemia, se ha conocido las penurias que han pasado muchas de ellas: el recorte sin fin en personal y medios, y el hecho de que están en manos de fondos de inversión que han primado la rentabilidad sobre la eficacia sanitaria.

A pesar de todo ello, con los datos en la mano, se puede afirmar que esta crisis ha tenido la vida de los mayores en el centro. Los países afectados por la pandemia han optado conscientemente por sacrificar mucho por la vida de los abuelos. Es importante tener claro esto cuando llegue la recesión y el paro, cuando se dispare la deuda y haya que subir los impuestos a todos los ciudadanos, incluidas las rentas más altas: es el precio que hemos decidido pagar por no dejar morir a decenas de miles de nuestros mayores. Hemos decidido ser más pobres para ser mejores sociedades, y eso nos enaltece como especie.


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