Vivimos en un mundo hiperconectado en el que somos testigos de las vidas y los planes de los demás, y eso nos produce cierta ansiedad
El 4 de octubre de 2021, Facebook, Instagram, Messenger y WhatsApp dejaron de funcionar durante seis horas, alterando la vida de miles de millones de personas. Fue una jornada de caos digital que provocó una especie de orfandad: no sabíamos cómo funcionar en nuestras rutinas sin esas herramientas de relación social y laboral. Muchas personas experimentaron ansiedad y estrés, pero otras muchas también lo vivieron con cierto alivio: con las principales aplicaciones sociales caídas, sintieron un desahogo extraordinario.
En los días siguientes al apagón, sociólogos de la Universidad Bar-Ilan de Israel aprovecharon este percance mundial extraordinario para estudiar el estrés causado por la repentina falta de acceso a las redes sociales, y lo hicieron mediante una encuesta a 571 adultos. Para su sorpresa descubrieron que había grandes dosis de alivio mental y emocional entre los encuestados al verse aislados de su entorno durante varias horas. Hubo quien directamente manifestó alegría por ausentarse por un tiempo de las conversaciones e interacciones de sus amigos y compañeros de trabajo, confirmando algo que los expertos ya habían acuñado antes como JOMO, acrónimo de la expresión en inglés Joy of Missing Out, la alegría de perderse cosas.
La escritora Christina Crook, conocida como la ‘Maria Kondo del mundo digital’, popularizó el término en el año 2014, en un ensayo que precisamente tituló La alegría de perderse las cosas (edición en inglés). Ya entonces Crook señaló que la mayoría de nosotros no podemos deshacernos de nuestro teléfono móvil ni aislarnos de Internet, “pero todos podemos replantearnos nuestra relación con el mundo digital y descubrir nuevas formas de introducir equilibrio y disciplina en el papel de la tecnología en nuestras vidas”. En resumen, lo que proponía la autora es un manual para sobrevivir a la cacofonía de la vida moderna y redescubrir la tranquilidad mental que produce la reducción de los estímulos sociales.
Hoy esa cacofonía es si cabe más ensordecedora y por tanto es más urgente saber desconectar y centrarse en lo que realmente importa. El filósofo y psicólogo danés Svend Brinkmann, autor de una actualización al trabajo de Crook titulado también La alegría de perderse cosas (Koan Libros, 2024), define JOMO como la habilidad de “no sobrecargar tu calendario con proyectos y cosas que hacer”, resumió recientemente en el diario La Vanguardia. “El miedo a perderse cosas es esa idea de que me comparo con los demás y veo que hacen más que yo, que experimentan más que yo, que tienen más éxito que yo. Y eso me lleva a frustrarme, es terrible. Porque entonces piensas que tienes que cambiar de trabajo, de pareja, de ciudad, etcétera. Y la alegría de perderse algo es saber que quizás lo que necesitas para vivir una buena vida ya está aquí. Lo más probable es que ya tengas lo necesario si te centras en lo que ya es realmente importante”.
Brinkmann va más allá y defiende una ecología de la atención: “Los humanos no podemos resistir la tentación. Somos tentados. La única solución pasa por construir una ecología de tu vida en la que no seas tentado. Así que en lugar de enseñarte a ti mismo cómo resistir la tentación de comprobar tus redes sociales, entonces intenta no estar en las redes sociales. Si no puedes resistir la tentación de mirar el móvil, quítatelo. Necesitamos lugares públicos, parques, bibliotecas, lugares para reunirnos, para estar juntos, para estudiar, para trabajar, para pensar…”
El acrónimo JOMO es el antídoto al llamado FOMO, Fear of Missing Out, el miedo a perderse algo, un fenómeno puramente del siglo XXI, fruto de la hiperconexión social, pero que nace de la famosa teoría de la espiral del silencio desarrollada en los años 70 por la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann. En su investigación se percató de que una gran mayoría de personas, por miedo al aislamiento, desarrollaban una opinión propia similar a la opinión pública. Esta servía como forma de control social, determinando qué era aceptable y qué no.
Dejar de ser un engranaje en esa rueda sería, así, un acto de rebeldía contra la dictadura del consumo y las experiencias homogéneas que nos martillean en un bucle infinito. “Vivir según la emoción inmediata es desesperante porque todo se agota muy rápidamente. Y entonces necesitas más y más, y más, y más. Y ya no eres una persona libre”, subraya Brinkmann.
En definitiva, se trata de evitar lo que el sociólogo Zygmunt Baugman acuñó como la sociedad de la tarjeta de crédito: una sociedad del exceso, de la abundancia, de forma que puedes consumir y comprar cosas incluso antes de poder permitírtelo. Ocurre lo mismo con nuestros estímulos sociales, nos llegan a crédito y tendemos a creer que podemos, e incluso debemos, aceptarlos y emularlos todos.
Como subrayan los expertos, el mundo es demasiado rico, vasto y variado para que una sola persona pueda experimentarlo en toda su vida, por mucho que nos esforcemos en no perdérnoslo. Apreciar lo que se está haciendo, ya sea con un ser querido o solo, ya sea algo poco o nada relevante, sin pensar en lo excitante que puedan estar haciendo los demás, es un paso clave para salir de la vorágine.
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2 comentarios
Completamente de acuerdo. Disfrutar de lo próximo y de lo que cada uno tenemos apasionante. Incluso de estar solos haciendo aquello que más nos entretiene.
Fantástico artículo
Querida Ana,
Buenos dias y muchas gracias por tu comentario.
Toda reflexión siempre es muy bienvenida.
Un abrazo,
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