Algo que siempre ha acompañado y siempre acompañará a los medios de comunicación de masas es su capacidad para influir en la opinión pública. Se ha visto en la prensa, en la televisión y en la radio, entre otros, y durante muchos años han sido canalizadores de determinados intereses con bastante efectividad. No obstante, en estos medios que existen desde hace décadas la saturación ha hecho mella, y ahora al acercarse a un canal de televisión, un periódico o una frecuencia de radio, la gente trata de clasificar rápidamente “de qué pie cojea” para ajustar la información recibida a las ideas que ya tienen previamente en la cabeza. Esto, guste o no, baja la efectividad de la influencia de masas porque solo comprarán las ideas aquellas personas que ya son afines antes de leerlas o escucharlas.
En estas circunstancias, la tecnología y el ingenio humano han dado lugar a un nuevo medio de comunicación de masas que, para su fortuna, no se está considerando como tal y que campa a sus anchas en toda la banda ideológica. Son las plataformas de contenido, como Netflix o Amazon Prime Video.
Estas plataformas generan un gran volumen de películas, series documentales y de entretenimiento, con capítulos de 20 a 50 minutos que encajan a la perfección en el momento del día destinado a desconectar. Nada que ver con los medios de comunicación tradicionales. Ahora, el momento de influir es el momento de ocio, cuando no se está juzgando en exceso el sesgo porque lo que la gente busca en ese momento es desconectar. Pero aun con la guardia bajada, se piensa y se interiorizan ideas.
Las plataformas de contenido emplean además el más que conocido Big data para poner a los actores más valorados en las temáticas más demandadas para un determinado perfil. Y así, la población está encantada porque tiene por delante 20 horas de su actor favorito actuando en una temática que le encanta. La faena llega cuando el contenido no está a la altura porque influir se ha priorizado a entretener o informar con rigurosidad.
Puesto que Ágora es un espacio en el que uno puede permitirse hablar de forma más distendida, en las líneas que siguen comparto algunas experiencias personales con estas plataformas, concretamente Netflix.
Mi primer desencuentro fue el documental The Game Changers, del que mucho me habían hablado y que, por curiosidad, vi. Me abrumó lo terriblemente mala que era la carne como alimento. “Raro es que la serpiente del diablo utilizase una manzana contra Adán y Eva y no un chuletón de ternera”, pensé. La oda al atrevimiento llegó en el momento en el que en el documental, se da a entender que se ha hecho algo similar a un estudio que demuestra que los veganos tienen mayor potencia sexual. Un “estudio” hecho sobre una muestra de, atención, 3 personas. Qué buen momento para apagar la televisión.
El siguiente desencuentro fue Enola Holmes. Como apasionado de Sherlock, el día que vi nuevo contenido próximo al famoso detective – Enola es su sobrina – no dudé en verlo. Fenomenales cinco primeros minutos para dar pie a un caso de misterio, resuelto en los últimos cuatro minutos. Sin lugar a dudas la sobrina es más eficaz que el detective, pero se les debió hacer corta la película y metieron dos horas de relleno con paisajes y decorados para aliñar un discurso sobre el feminismo que, si bien no tengo nada en contra, como apasionado de las tramas de Sherlock Holmes me sentí engañado al no existir trama alguna de misterio. Sencillamente, no me ofrecieron lo que quería ver. Vi algo más propio de la sobrina de Pipi Calzaslargas.
Definitivamente, tiré la toalla con Vice, un ataque directo a la élite tradicional estadounidense. Sin duda estas personalidades deben comer mucha carne, si no, no entiendo cómo se puede ser tan perverso. Podríamos resumir la trama en criminalizar el ideario tradicional y ofrecer el que conjuga con la forma de pensar de la élite tecnócrata, que por supuesto está alineada con sus negocios.
Comparto las ideas de la sostenibilidad, el feminismo o la transparencia que está impulsando la élite tecnócrata, pero no es oro todo lo que reluce, y debemos mirar también aquello que no se ve. Hablemos del almacenamiento masivo de datos personales, de la desigualdad que puede conllevar un avance tecnológico mal canalizado, o de la mentalidad expansionista de algunos países contrarios a las democracias. Veremos qué nos deparan las élites tecnócratas.
Disfrutemos Netflix, y conozcamos todas sus facetas para no perder nuestro criterio.
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