Un mundo en llamas
Hay más conflictos violentos ocurriendo ahora de los que hemos visto en un largo periodo de tiempo. Según el último Informe sobre Conflictos Armados del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS en sus siglas en inglés), al cierre del año 2023 había un total de 183 conflictos regionales en el planeta, el número más alto de los últimos 30 años. El impacto económico, político y sobre todo humanitario de este estallido violento es enorme. Los principales analistas anticipan para este 2024 un impacto humanitario muy severo debido a las guerras y conflictos internos. Según la ONU, unos 300 millones de personas requerirán ayuda humanitaria, pero el ente solo podrá asistir a 181 millones, debido a que su presupuesto se ha reducido a un tercio de lo esperado, ya que cada vez más países dan la espalda a la cooperación.
Distintos factores se solapan en la actualidad y explican, en buena medida, estos tiempos convulsos que amenazan con poner el mundo en llamas. Las disputas territoriales, que son una causa de conflicto habitual en la historia, se ven recrudecidas por el auge de los regímenes autoritarios; el incremento de poder del crimen organizado (83% de países sufre altos índices de criminalidad, según el Índice Global sobre Crimen Organizado); la proliferación de milicias paramilitares que combaten con enorme crudeza por los recursos y el poder, sobre todo en África; y los estragos del cambio climático. Como colofón, las reglas del juego internacional, comenzando por el papel de la ONU como árbitro mundial, están más debilitadas que nunca. Todo esto metido en una misma coctelera da un resultado potencialmente explosivo.
El mundo está inmerso en lo que viene a llamarse “recesión democrática prolongada”, concepto ampliamente usado por los organismos que velan por el estado de la paz mundial, como Freedom House o el Fondo Carnegie por la Paz Internacional. Según los índices, en los últimos años más países se han movido hacia el autoritarismo que hacia la democracia, muy particularmente en América Latina. Si el declive de la democracia se mantiene a este ritmo, menos del 5% de la población mundial vivirá en países plenamente democráticos en 2026, según analiza la Fundación Westminster para la Democracia.
Como hemos comprobado con Rusia, o con las amenazas de China a la isla de Taiwan, o con las recientes amenazas territoriales lanzadas por Nicaragua y Venezuela sobre sus vecinos (y podríamos seguir), una autocracia es mucho más proclive a iniciar una escalada bélica. A más autocracias, más posibilidades de ver el mundo en llamas. “Nunca antes la paz había sido tan predominante como para que la gente sea incapaz de imaginar la guerra”, dice el divulgador Yuval Noah Harari en una entrevista reciente. “En buena medida gracias al orden liberal, la humanidad ha experimentado la era más próspera y pacífica en la historia. Esa era ha terminado”, prosigue. Y apunta: “Este orden (liberal) ha sido atacado y destruido, y cuando no tienes un orden lo que te queda es el desorden, el caos, que está proliferando”.
El Instituto de Guerra Moderna de West Point, en Estados Unidos, subraya cinco razones para el estallido de una guerra. Son estas: la falta de rendición de cuentas, es decir, la libertad de un líder autócrata para iniciar un conflicto sin exponerse al rechazo o condena de sus instituciones y ciudadanos; la ideología, impulsada en general por obsesiones nacionalistas; el sesgo, es decir, el uso de información manipulada o inexacta que invita a un líder a iniciar una guerra; la incerteza de no saber qué intenciones oscuras puede albergar tu enemigo, que lleva a invadir su territorio antes de que sea demasiado poderoso; y finalmente los cambios de poder en las potencias enemigas, cuyas incertezas (¿será hostil el nuevo poder?) puede invitar a un ataque preventivo.
Juntando los cinco motivos, podemos ver como en la Primera Guerra Mundial y en tantas otras, líderes falibles y parciales con ambiciones nacionalistas ignoraron los costes de la guerra y llevaron a sus sociedades a la ruina violenta, dicen en West Point. Por contra, las sociedades pacíficas de éxito se han aislado de los cinco tipos de fracasos. Han frenado el poder de los autócratas, han creado instituciones que reducen la incertidumbre, promueven el diálogo y minimizan las percepciones erróneas.
Sin embargo, el politólogo Richard Ned Lebow argumenta en Por qué luchan las naciones (Cambridge University Press, 2010) que las guerras libradas principalmente por razones de seguridad o intereses materiales han sido relativamente raras. La motivación principal para la mayoría de las guerras, dice Ned Lebow, tiene más que ver con el «espíritu» de una nación, como el prestigio de un país o la venganza. El autor hace recuento y concluye que sólo 19 de las 94 principales guerras desde el siglo XVII al presente se debieron a razones de seguridad. Y que en aquellas guerras que enfrentaron a grandes potencias ninguna estuvo asociada a transiciones de poder.
En cualquier caso, es difícil esperar la paz en un mundo en el que el poder sigue sin un control claro en tantos países. Al término de 2023, uno de cada cinco niños en el mundo vivían o habían huido de una zona de conflicto, mientras una de cada 73 personas en el mundo estaba desplazada de su lugar de origen. Siguiendo las conclusiones de otras entidades, el Instituto de Investigación para la Paz de Oslo recopiló más muertes relacionadas con batallas en conflictos nacionales en 2022 que en ningún otro año desde 1984.
“Controlamos este planeta no porque seamos individuos muy inteligentes, sino porque sabemos cooperar mejor que cualquier otro organismo. Ese es el secreto de nuestro éxito”, advierte Noah Harari. “Si olvidamos eso, a nivel de país o como especie en su conjunto, y caemos en más conflictos internos e internacionales, nos exponemos al riesgo de una tercera guerra mundial y al colapso medioambiental. Necesitamos cooperación global en asuntos como la irrupción de la inteligencia artificial. Si no somos capaces de ello, la humanidad tiene pocas posibilidades de sobrevivir a los desafíos del siglo XXI”.
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