El enredo de estar vivos

La dificultad de ponernos de acuerdo sobre qué es la vida es uno de los grandes agujeros científicos y filosóficos de nuestro tiempo: El enredo de estar vivos.

Damos por sentada la vida, la sentimos en cuanto la vemos: un pájaro en el cielo, un árbol, las multitudes en la calle, nosotros mismos. Hablamos de la vida con total normalidad, pero ni siquiera existe un consenso sobre su definición. Filósofos, genetistas y biólogos llevan décadas tratando de enhebrar esa aguja sin éxito. “Hay cientos de definiciones de vida en la literatura científica, pero nadie ha sido capaz aún de definirla, y algunos consideran que es imposible”, opina el divulgador científico Carl Zimmer, autor de El filo de la vida: la búsqueda del significado de estar vivo (2022, edición en inglés).

El caos semántico es tal, con la ética, la religión y la política enmarañando el asunto, que ni siquiera nos ponemos de acuerdo en cuándo empieza y cuándo termina ese estatus llamado ‘estar vivo’. El debate por el derecho al aborto es un buen ejemplo: ¿en qué momento un embrión es un ser humano que goza de derechos, es decir, cuando obtiene su estatus de persona? En función de dónde situemos el punto de inicio de la vida, toda la ecuación política, médica y social cambia. Lo mismo ocurre con la muerte. La medicina cada vez nos da más herramientas para burlarla y también para abrazarla, como es la legalización de la eutanasia, otro debate envenenado.

La frontera entre la vida y la muerte entró en un terreno gris en 1947. Ese año, Claude Beck usó un desfibrilador para revertir lo que hasta entonces parecía irreversible: una parada cardiaca. Pocos años después, el ventilador mecánico era producido en cadena para abastecer a los hospitales de respiradores que sustituyeran, al menos temporalmente, a pulmones disfuncionales. Por primera vez, corazón y respiración, los más evidentes signos que separan la vida de la muerte, podían ser sostenidos mecánicamente, deteniendo así el fatalismo de la muerte.

Han pasado 75 años desde entonces y la medicina ha avanzado de manera  exponencial. No solo se puede posponer la fecha de la muerte, sino que puede manipularse la fecha del nacimiento y hasta ‘resucitar’ embriones destinados a no nacer jamás. Las incubadoras y las técnicas más modernas permiten a un feto de 25 semanas crecer fuera del vientre materno y desarrollar una vida con escasas secuelas físicas, algo que hace solo unas décadas habría sido imposible. Todo ello ha sacudido las bases de la bioética y ha abierto debates que parecen futuristas: ¿es la muerte cerebral el indicador de la muerte, o se puede tratar de revertir? ¿Dónde situaremos el límite razonable de la vida cuando la ciencia nos permita vivir más de 100 años? ¿Es compasivo estirar una vida hasta límites médicamente viables?

“Es como si los astrónomos no se pusieran de acuerdo sobre la definición de estrella, solo que esto es incluso más fundamental, se trata de la vida”, sostiene Zimmer. El juego de acertar con qué es la vida parece sencillo pero es un laberinto. Los coronavirus han alterado el curso de la historia y, sin embargo, muchos científicos sostienen que no están vivos. Los químicos están creando gotas que pueden pulular, sentir su entorno y multiplicarse, así pues, ¿han creado vida en el laboratorio? ¿Un extraterrestre que no estuviera compuesto por células pero manifestara su presencia sería un ser vivo? ¿Cómo podremos algún día dar con vida en otros planetas si ni siquiera nos ponemos de acuerdo en qué es una vida? El ramillete de preguntas sin respuesta es infinito.

Lejos queda Aristóteles, quien en su tratado De Anima hizo el primer intento conocido de establecer un principio general de la vida. ¿Es la conciencia, el latido del corazón o la presencia del alma lo que define una vida? ¿Todo ello a la vez? El asunto es fundamental porque necesitamos una definición clara de vida para desarrollar nuestra legislación. No en vano, parte de los debates más agrios en el Congreso de los Diputados versan sobre ello. Pero hay otros expertos que ven absurdo y una pérdida de tiempo tratar de acotar una definición de vida. Es el parecer de la filósofa Carol Cleland, autora de La búsqueda de una teoría universal de la vida (Cambridge, 2019), quien expone que biólogos de todo el mundo llevan 200 años tratando de ponerse de acuerdo sin lograrlo, y que clavarnos en discutir las fronteras del concepto de vida nos distrae del más importante objetivo de entenderla en profundidad.


El ensayista Leo Kim aboga por un punto intermedio en la revista científica Wired: “La vida seguirá jugando un papel central en la legislación y la cultura. Si nos despojamos de la idea de obtener una definición universal y nos acercamos al concepto de ‘vida’ de forma flexible, podremos afrontar los desafíos éticos y tecnológicos que están por venir”. Es más, dice Kim, “del mismo modo que el giro copernicano hizo posible un universo mucho más vasto y rico que el estrechamente limitado por el geocentrismo escolástico, también este giro se alejará de nuestras anticuadas ideas de la vida a escala humana. Solo poniendo fin a la vida tal y como la conocemos podremos construir un futuro en el que valga la pena vivir».

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