El gobierno, los sindicatos y la patronal siguen sin ponerse de acuerdo sobre la reforma laboral. Tras seis meses en los que hemos visto reuniones de negociación, propuestas y contrapropuestas, lo que va perfilándose es una foto dual y con zonas de sombra. Dejando a un lado los análisis económicos, ¿qué supone esto para la convivencia social en el medio y largo?
Por un lado vemos que el mercado laboral está partido. Mientras multinacionales como Telefónica plantean bajas incentivadas para empleados que hayan cumplido los 54 años con 15 de antigüedad, hay pequeños empresarios que tendrán que seguir trabajando hasta pasados los 70. Son universos contrapuestos: en uno se habla de planes de pensiones privados, seguro de riesgo y una ristra de beneficios; en el otro, aunque ha crecido la ocupación, los puestos de trabajo están cada vez más devaluados. Según el INE, el sueldo medio es de los más altos desde el año 2006, pero el 30% de los asalariados cobra menos de 1.336 euros. Quienes menos ganan son las mujeres, los jóvenes y los trabajadores temporales.
Puertas cerradas
Los menores de 30 años acceden al mercado laboral cada vez más tarde y en peores condiciones. Muchos llevan estancados desde la crisis de 2008 sin poder independizarse ni embarcarse en un proyecto de vida. El hecho de que sus expectativas se hayan reducido es un problema para todos, ya que la natalidad está estancada. No pueden emprender ni invertir ni gastar como habrían hecho de tener estabilidad.
Históricamente, una de las vías que toman es emigrar. Otra más reciente está siendo desengancharse del sistema. Literalmente, dimitir o no aceptar ciertos puestos. Es lo que llaman en Estados Unidos La Gran Dimisión, aunque también está ocurriendo en Europa: millones de personas se niegan a seguir trabajando en condiciones precarias, por menos del salario mínimo, o directamente de manera ilegal. Esto ya está teniendo efecto en las empresas, que no encuentran mano de obra, y en las cuentas del país. Veremos qué factura pasa al tejido social.
Los mayores de 55 chocan contra un muro diferente: el ninguneo. Encontrar trabajo a partir de esa edad es casi una quimera. No cuentan. Como decíamos, hay empresas que están deshaciéndose de su plantilla antes de cumplir esa edad. La experiencia ha pasado de ser un valor troncal a uno residual, anecdótico. La imagen del jubilado con alto poder adquisitivo alimentando la llamada silver economy tiene más de campaña publicitaria que de tendencia general.
Y luego está la precariedad de los entregados. La autoexplotación de quienes tienen una vocación. Remedios Zafra, científica del Instituto de Filosofía del CSIC y autora de Frágiles (Anagrama, 2021) habla de la ansiedad que nos provocan las “vidas-trabajo” y lo que lleva a algunos empleados a contemplar el sueldo como algo secundario. Se camufla de elección lo que es inercia de un contexto laboral y tecnológico que nos explota.
¿Maneras de sobrellevarlo? Zafra apunta a compartir lo que nos hace vulnerables. A fomentar la negociación colectiva de los trabajadores. Se hará indispensable también un refuerzo de la salud mental, que ya está pasando factura. En muchos casos la familia no sirve como red de apoyo porque también sufre carencias. El futuro en España también pasa por quitar estigmas a enfermedades como la depresión, y por reforzar los sistemas públicos de prevención, diagnóstico y tratamiento. ¿Lo conseguiremos?