A cada nueva crisis, la desigualdad social se agranda y la riqueza se concentra. La historia nos demuestra que esta deriva es altamente peligrosa
Desde que España estrenó la democracia se han ido sucediendo grandes ciclos de crecimiento económico seguidos de repentinos estallidos. Un bucle en el que solamente cambia la duración de las épocas de bonanza y la profundidad del cráter correspondiente. Es el movimiento de las placas tectónicas de la economía, hasta ahí nada nuevo. Sin embargo, en las últimas décadas, a cada nuevo ciclo se ha ido ampliando la distancia entre las clases más adineradas de la sociedad, la llamada élite económica, y las mayoritarias clases populares, las denominadas clases media y baja. O dicho llanamente: después de cada crisis, los ricos han salido un poco más ricos y poderosos y el conjunto de la población un poco más pobre y vulnerable.
Según el World Inequality Report de 2022, un informe anual coordinado entre otros por el reputado economista francés Thomas Piketty, el 1% más rico de los españoles concentraba el 24,3% de la riqueza del país en el año 2021. Son 463.000 personas que amasan casi un cuarto de la riqueza total, por 23 millones de españoles, la mitad más pobre, que poseen conjuntamente un magro 6,7% de la riqueza del país.
España es un país relativamente equilibrado en comparación al resto de Europa, con una desigualdad parecida a la de Francia e inferior a la de Alemania. Pero eso no invalida el hecho objetivo de que repartir el 6,7% de la riqueza del país entre el 50% de la población da como resultado migajas. Y al contrario: repartir el 24,2% de la riqueza española entre un 1% de la población resulta sencillamente obsceno.
El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, hizo referencia al fantasma de la desigualdad en una aplaudida alocución en el reciente Foro de Davos. “En la mayoría de países occidentales, la desigualdad está aumentando y la movilidad social se ha estancado. […] El número de milmillonarios sigue creciendo» y las grandes empresas aumentan sus beneficios “incluso a las espaldas de los demás”, advirtió Sánchez a su audiencia, compuesta por las élites políticas y empresariales mundiales. El mandatario zanjó con una pregunta clave: «¿Cómo podemos pedirle a los ciudadanos que sigan soportando la inflación un poco más cuando algunas grandes empresas no pagan impuestos gracias a los paraísos fiscales?».
El aumento de la desigualdad resulta aún más sangrante porque nunca antes había existido un pastel tan grande para repartir entre toda la población. El ingreso de España en el euro en enero de 2002 ha disparado la creación de riqueza: el PIB español, descontada la inflación, ha crecido en los últimos 20 años más de 50.000 millones de euros. Y sin embargo el poder adquisitivo de los asalariados está incluso por debajo de cuando cobraban la nómica en pesetas. Hoy, la brutal hiperinflación generada principalmente por la guerra en Ucrania, vuelve a castigar particularmente a ese 50% menos rico. La tasa de variación anual del IPC marca incrementos entre el 6% y el 7% en 2022, con picos en el precio de la alimentación del 15%, pero los salarios pactados en convenio subieron ese mismo año solamente un 2,78%.
El Foro Económico Mundial, el llamado Foro de Davos, lleva años advirtiendo de que la desigualdad puede traer consigo inestabilidad social y degradación democrática. El periodista Javier Ruiz toma esta tesis como idea fuerza en su ensayo Edificio España. El peligro de la desigualdad (Espasa, 2022). “El problema es subestimar la desigualdad. La gente que vive en el sótano (de ese metafórico Edificio España) cada vez tiene más apuros, cada vez es más pobre; la gente que vive en el ático cada vez está más desahogada. La distancia entre el sótano y el ático se está agrandando de tal manera que empezamos a tener muchos problemas, que son económicos, de impuestos y servicios, etcétera, pero también políticos: abrazar el populismo o la ultraderecha, que son síntomas de ese otro gran problema que es la desigualdad”, advirtió el autor en la promoción del libro.
La desigualdad también genera cinismo y desapego hacia las élites. Lejos queda la percepción de las grandes fortunas mundiales como ejemplos de emprendimiento e innovación, modelos de liderazgo social como Bill Gates, Steve Jobs o Warren Buffet. Hoy, el hombre más acaudalado del planeta, Elon Musk, es ampliamente detestado, y las grandes fortunas son vistas con desconfianza y escepticismo, en particular aquellas que se han enriquecido con la reciente pandemia. El cine y la televisión, que suelen ser un buen termómetro de los humores sociales de cada momento, han encontrado en el escarnio de los multimillonarios un verdadero filón. Series como Succession, en la que se narran las tribulaciones de un magnate estadounidense con sus hijos malcriados, o The White Lotus, una ácida sátira sobre un grupo de millonarios en vacaciones, acumulan cientos de millones de seguidores en todo el mundo.
«La lucha por el poder, la acumulación de riqueza en pocas manos y el desapego de las élites provocaron la caída del imperio romano», dice como advertencia el historiador José Soto Chica en su ensayo El águila y los cuervos, la caída del Imperio romano (Desperta Ferro, 2022). “En solo 76 años cayó algo que parecía inamovible. En el siglo IV el imperio estaba en expansión, con el comercio y la inflación controlada, pero se produjo una enorme acumulación de riqueza por parte de la aristocracia senatorial. Algunas familias romanas acumularon una renta anual similar a la mitad del presupuesto militar romano. En nuestro contexto es como si acumulasen la mitad del presupuesto militar de Estados Unidos, es impresionante”, cuenta Soto Chica, quien lanza una analogía inquietante: “En un momento de crisis y necesidad, esas élites mostraron desapego, no querían que el Imperio ejerciera control fiscal sobre ellos y esa es una de las causas principales de la debilidad de Roma”.
Pese a que la distancia entre nuestras democracias occidentales y Roma u otros imperios que parecían indestructibles es evidente, las lecciones de la historia son claras. Cuando el hilo que une a las élites con el grueso de la población se rompe, deviene primero el cinismo y luego el caos social. El mundo actual, con todas las salvedades, muestra, con la sucesión de crisis de las últimas décadas, síntomas de ese cinismo inquietante.
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